¿necesitamos una hotline de racismo que nos avise cuáles son las palabras correctas como si fuera la hora?
Cuando llegué al mundo no había nombre para la gente como yo. Bueno, había bastantes motes; por ejemplo, “extranjera”, que, considerando el hecho de que nací en Alemania y nunca he vivido en otro lado, se aleja al grado de no tener sentido. Tampoco lo tienen las otras designaciones que se han acuñado para la gente como yo, con cada vez menor precisión: “hijos de trabajadores invitados” —¿qué clase de anfitrión permite que su invitado trabaje?—, “persona con trasfondo migratorio” —mi esposo llegó de Inglaterra a los veinte años, ¿por qué a él nadie le dice Memimi?1 La respuesta es: él es blanco—. Y entonces llegamos al préstamo de POC (abreviatura de Person of Colour, en inglés). Sí, hay tan pocas palabras para nosotros que necesitamos tomarlas prestadas de otras lenguas. ¿Les parece que nos divierten tantos acrónimos? La ventaja de POC es que, a diferencia de “extranjeros”, es una autodesignación; la desventaja es que es una autodesignación para personas de otros países. Ya me ha tocado estar en conferencias en las que algunos activistas de Estados Unidos se quejaban de que el número de POC presentes era muy reducido, y en las que miraba a mi alrededor y pensaba: pero si todos somos POC. Este término, por supuesto, también se refiere a personas cuyos padres vinieron a Alemania desde el sur de Europa a chambear, pero que en América serían blancos y nothing but white. Porque blanco, café y negro no designan colores de piel, son posiciones sociales. El periodista Malcolm Ohanwe propone llamarnos SOJARIME para encontrar una solución a la polémica en Alemania. Quiere decir: “negros” (Schwarze), “europeos del Este” (Osteuropäische), “judíos” (Jüdische), “asiáticos” (Asiatische), “gitanos” (Roma-/Sinti), “indígenas” (Indigene), “musulmanes” (Muslimische) y “personas de otras etnias” (anders Ethnische Person). Y entonces el internet reaccionó como siempre lo hace: explotó de indignación. Pero esta vez la crítica no vino sólo de la derecha, sino también de diferentes BIPoC (Black, Indigenous, Person of Colour) que no quieren que se les llame SOJARIME, y con razón. SOJARIME es sólo otro intento insuficiente para comprender la diversidad de las experiencias humanas y probablemente tomará la misma trayectoria hacia el bote de basura histórico que trazan todas las palabras en desuso. Sin embargo, nos remite a un problema importante: ¿cómo podemos denominar a personas que no tienen mucho en común, salvo por las experiencias de discriminación, sin anclarlos nuevamente a ellas? Nada de esto es una creación del internet. POC se usa desde 1781 —¡no es una errata!— y desde entonces ha sido controvertido. De hecho, se escucha alarmantemente parecido a pr••t•, pero fue justo para sustituir este tipo de concepto racista que Martin Luther King se pronunció a favor del uso de POC. ¿Por qué no decimos solo personas y sanseacabó? Por la misma razón por la que una persona que se sienta frente a una pared blanca para mirar en su interior no escucha a su verdadero yo, sino a la voz de la sociedad. Si quitamos todas las etiquetas sociales, permanece la norma. Cierren los ojos y piensen en un humano, o no, ni eso, tan sólo vayan a buscar imágenes en internet: humano. El resultado son personas blancas, la mayoría hombres. Por eso es importante nombrar a todas las demás personas, para darles un lugar en nuestra conciencia. Cuando las descripciones que hay de tu persona son esencialmente erróneas te producen un dolor existencial, aun cuando estén bien intencionadas. Un ejemplo: no saben cuánta alegría me produjo ver que los medios se pronunciaran en contra de la xenofobia después de los asesinatos en Hanau. Simultáneamente me sentí muy dolida, porque los asesinados de Hanau no son extranjeros, son alemanes. Sin embargo, una palabra como xenofobia los hace extranjeros, porque en alemán todavía es transparente la etimología.2 ¿Cómo le decimos al objeto que vuela? “Cosa voladora”. ¿Al objeto con el que se juega? “Cosa para jugar”. ¿A la herramienta? “Cosa para trabajar”.3 Aunque también la palabra inglesa, xenophobia, simplemente es la variante griega para el mismo concepto, pero ¿quién va a saber que xenos significa extraño o enemigo? Por supuesto que las personas que dicen xenofobia no quieren excluir a nadie, si no que quieren denunciar el racismo. Y entonces, ¿por qué no dicen racismo? Porque aprendimos que es lo mismo, porque las personas racializadas en este país tienen que ser extranjeras. Durante mucho tiempo fue impensable que los nuestros se vieran afectados por el racismo. Tampoco es culpa de aquellos que emplean el vocablo tal como se usa desde 1901, pero sí debería ser parte de la formación en periodismo. Esto tampoco se trata de iniciar un pleito contra el Duden,4 que grita detrás de un muro protector de diccionarios “espéranos 200 años, a ver si se impone este disparate moderno” o contra el Twitter woke, que se apropia de los nuevos acrónimos tan rápido como lo hace con las nuevas tecnologías; sino de intentar hablar sobre las personas y las situaciones de una manera diferente y, con eso, pensar diferente también. La lengua no hace esto hablándose sola. ¿Que las mujeres de la RDA dijeran orgullosas “soy mecatrónico” significaba acaso que estaban menos emancipadas que sus hermanas alemanas de occidente que decían “soy doctora o ingeniera”? Por supuesto que no. Pero tampoco conozco activistas que se dediquen a la política lingüística de manera exclusiva. Por otra parte, no conozco a ninguna especialista que no utilice un lenguaje especializado. La lengua abre puertas, pero a veces también las cierra —para aquellos que aún no conocen las nuevas expresiones—. Es como con las fórmulas matemáticas: se mira la página y no se entiende ni una palabra, porque todas esas letras griegas tienen significados específicos. Pero no es como que los símbolos matemáticos se estén transformando constantemente y lo que antes se llamaba pi ahora se llame equis y ¡ay de ti si sigues diciendo pi! Y entonces, ¿por qué no hacemos una lista definitiva de palabras que estemos obligados a aprendernos de memoria? Porque el problema con las palabras es que deben aludir tanto a la historia de la discriminación como a nuevas perspectivas para alcanzar a comprenderse. Con ello corren el riesgo de reproducir un problema —si la palabra negro se toma stricto sensu, es la traducción de la N-word en inglés— o de banalizarlo. Es probable que no tengamos un lenguaje realmente antirracista hasta que consigamos tener una sociedad antirracista, pero vale la pena el esfuerzo. Además, estamos aprendiendo palabras nuevas todo el tiempo, por ejemplo, prueba PCR o mascarillas KN95, cosa que tuve que googlear, porque para mí siguen siendo una serie de letras y números arbitrarios. ¿Qué distingue esto de POC o de SOJARIME? Que las mascarillas KN95 se refieren a cosas con las que la mayoría de nosotros no tenía nada que ver hace un año, mientras que todos conocemos POC, pero evidentemente las hemos nombrado mal hasta el momento. Pues un cambio en nuestra forma de pensar no implica que mejoraremos algo, significa que antes lo habíamos hecho peor. Bajo esta lógica, no podemos tomarnos el “ya no se puede decir nada” de algunas personas como una reacción defensiva individual, sino como una social. Pero podemos modificar esto, ¿no? En una revista como ésta ¿qué nos costaría iniciar una columna que lleve el nombre de mi viejo diccionario de sinónimos, Dilo mejor, y en la que se explique el origen racista, sexista y otroísta de las palabras y se presenten nuevos conceptos? Después de todo, Shakespeare se considera el poeta británico más grandioso porque inventó alrededor de 1700 palabras, entre ellas alligator, traditional, critic, eyeball, gossip y… kissing. Eso es lo que quisiera: más besos y un entorno que esté basado en el interés y la curiosidad, y en el que quede claro que cometeremos errores y que queremos —¡y tenemos permitido!— aprender de ellos.
Imagen de portada: La lucha por la diversidad. Mural en el barrio de Kreuzberg, Berlín, 2016. Fotografía de Jeanne Menjoulet. Creative commons
[N. de la T.] Memimi (Mensch mit Migrations Hintegründe) o Mimimi (Mitbürger mit Migrations Hintegründe) son abreviaturas que significan “persona con trasfondo migratorio” y “ciudadano con trasfondo migratorio” respectivamente. ↩
[N. de la T.] El vocablo alemán es Fremdenfeindlichkeit: palabra compuesta de las raíces léxicas Feindlichkeit (“enemistad”) y Fremd (“extraño”). ↩
[N. de la T.] En alemán, Flugzeug, Spielzeug, Werkzeug: “avión”, “juguete” y “herramienta” respectivamente. Las tres palabras están compuestas con el sustantivo Zeug, que quiere decir “cosa”, y raíces léxicas verbales que indican el uso de esas “cosas”. ↩
[N. de la T.] El diccionario alemán que se encarga de normar la lengua alemana. ↩