Los cuentos o historias “enseñanza”, desarrollados en diversas culturas, buscan transmitir nuevos caminos de aprendizaje de forma inconsciente y a través del humor. El mulah (maestro) Nasrudín es un personaje mítico, una especie de antihéroe utilizado en este tipo de cuentos, concebidos como herramientas para desarrollar el pensamiento lateral o creativo e impulsar un cambio de conceptos acerca de una situación determinada. A veces aparece como un sabio, un maestro, o bien como un tonto e incluso un loco.
El gato del gurú
Cuando, por las tardes, el gurú se sentaba para las prácticas del culto, siempre andaba por ahí el gato del ashram distrayendo a los fieles. De manera que ordenó que ataran al gato durante el culto de la tarde. Mucho tiempo después de haber muerto el gurú, seguían atando al gato durante el referido culto. Y cuando el gato murió, llevaron otro para atarlo durante el culto vespertino. Siglos más tarde, los discípulos del gurú escribieron doctos tratados acerca del importante papel que desempeña el gato en la realización de un culto como es debido.
La mujer perfecta
Nasrudín conversaba con un amigo: —Entonces, ¿nunca pensaste en casarte? —Sí, pensé —respondió Nasrudín—. En mi juventud resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco y conocí a una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo. Continué viajando y fui a Isfahan; allí encontré a una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita. Entonces, resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa y conocedora de la realidad material. —¿Y por qué no te casaste con ella? —¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.
Levantarse temprano
—Nasrudín, hijo mío, hay que levantarse temprano en las mañanas. —¿Por qué, padre? —Es un buen hábito. Yo un día me levanté al amanecer y salí a dar un paseo. En el camino me encontré una bolsa con oro. —¿Cómo sabes que no fue perdido la noche anterior? —Ése no es el punto. En cualquier caso no estaba ahí la noche anterior, yo lo hubiera notado. —Entonces no es muy bueno para todos levantarse muy temprano. El que perdió la bolsa debió haberse levantado antes que tú.
Ocupaciones
Érase una vez un sufi a quien se le acercó un erudito de una devoción incomparable, célebre por el meticuloso cumplimiento de sus deberes externos. Este hombre le dijo al sufi: —Observo que no se te ve en las oraciones públicas. —Así es —respondió el sufi. El hombre continuó: —Vistes ropas corrientes y no las túnicas de varios colores que utilizan muchos sufis. —Cierto. —Y no te reúnes con otras personas para debatir acerca de la espiritualidad; raramente te vemos con un rosario en la mano. Nunca te refieres a los grandes maestros, y en apariencia no te atraen las personalidades santas —prosiguió el hombre. —Cierto, muy cierto —confirmó el sufi. —¿Puedo preguntar por qué? El sufi respondió: —Porque ocuparme demasiado en tales cosas interferiría con mis actividades espirituales.
Tener la razón
Una pareja llegó ante Nasrudín, magistrado del lugar. La mujer presentó sus argumentos y Nasrudín le dijo: —Señora, usted tiene la razón. El marido argumentó: —Pero, Nasrudín, aún no ha escuchado mi punto de vista. Después de presentarlo, Nasrudín le dijo: —Señor, usted tiene la razón. Otro magistrado que estaba ahí, dijo: —Nasrudín, ambos no pueden tener la razón. Nasrudín entonces, dictando sentencia, le dijo al magistrado: —Usted también tiene la razón.
Silencio
En ocasiones los ruidosos visitantes causaban un verdadero alboroto que acababa con el silencio del monasterio. Aquello molestaba bastante a los discípulos; no así al maestro, que parecía estar tan contento con el ruido como con el silencio. Un día, ante las protestas de los discípulos, les dijo: —El silencio no es la ausencia de sonido, sino la ausencia de ego.
Alcanzar a Dios
—¿Qué acción tendría que realizar para alcanzar a Dios? —Si deseas alcanzar a Dios, hay dos cosas que debes de saber. La primera es que todos los esfuerzos por alcanzarlo no sirven para nada. —¿Y la segunda? —Que debes de actuar como si no supieras la primera.
Fuentes: Anónimo, Al Amanecer. Cuentos Populares, Sufi, Madrid, 2004; Anthony De Mello, El canto del pájaro, Jesús García Abril (trad.), Sal Terrae, Santander, 1982. [Selección del Dr. Anatolio Freidberg]