Con una escritura que absorbe desde la primera línea, Ceremonia (Planeta, 2021), la segunda novela de Felipe Restrepo Pombo, testimonia el descomunal ascenso y el consiguiente declive de los Ibarra, una familia pudiente, poderosa y con altísimo estatus dentro de la élite colombiana, cuyo destino parece estar determinado por la complejidad de las relaciones familiares.
La novela inicia, precisamente, con una ceremonia que celebra la unión a conveniencia de la hija mayor de los Ibarra, Daniela, con una joven promesa de la política conservadora de su país. Lejos de ser feliz, la primogénita vive a diario el peso de no ser quien desea, pues en su medio natural de opulencia y risas falsas, su deber es levantar la cabeza y triunfar, dejando de lado el amor y el deseo, renuncias naturales ante la fantasía de la imagen pública. Tanto ella como sus familiares parecen estar condenados a la soledad, la tristeza y el olvido.
La vida de los Ibarra está plagada de falsedades e imposiciones sociales acordes con los estereotipos reinantes en las familias latinoamericanas de clase alta y Daniela, después de una época de intensa rebeldía, decide alinearse con ese modelo de familia. Sin conocer la sinceridad, la autenticidad y el amor, apuesta por lograr una “ vida exitosa” —como la de su padre y abuelo—, y se incorpora a una organización mundial que aparentemente prepara a los líderes del futuro, pero que en el fondo es una peligrosa secta que enceguece la sensatez y apacigua las voluntades, al tiempo de vaciar los bolsillos de sus millonarios adeptos.
Patricio, hermano de Daniela, es otra desventurada pieza de Ceremonia. Un joven solitario y temeroso que comprende rápidamente el juego al que se encomiendan todos los miembros de su familia: la doble vida. De un lado, la que se muestra en los clubes privados y en los eventos sociales, un cúmulo de sonrisas y vítores sobre la fortuna de pertenecer a los Ibarra; del otro, la que se oculta, esa vida llena de pulsiones enfermizas heredadas de su linaje. A pesar de su personalidad débil y temerosa, Patricio parece ser el único personaje que logra saborear mínimamente el amor y el placer cuando encuentra que la mejor compañía —la más cálida, en la que termina desvaneciéndose— no es la de su madre clasista ni la de su padre pretencioso, tampoco la de su compañero de escuela con quien, incapaz de reconocer su homosexualidad, se masturba todas las tardes, sino la de un rentboy de la zona gay de la fría y lluviosa ciudad en la que vive.
Valeria Ibarra, la tercera hermana, también está condenada a cargar con el peso —aunque también con los beneficios— de su apellido, que la convierte en la joven promesa del arte nacional, porque claro, los espacios culturales han sido también colonizados por círculos de castas blancas, una realidad que logra entender muy bien el autor. Con un espíritu más libre pero aún temeroso, Valeria representa el estereotipo hippie tan común en las familias de élite. Es su sensibilidad artística la que le permite concebir a su familia como una tensa y oscura red que solo lleva a la desesperación, y de la que ningún Ibarra podrá salir ileso.
Pero el malestar de estos personajes viene de atrás. Sus padres, Mauricio y Genoveva, se casaron muy jóvenes para conformar una familia aparentemente feliz. Ella asumió el rol de mujer silenciosa, a la sombra del marido, mientras él, heredero de la gran fortuna acumulada por su padre algunas décadas atrás, se convirtió en un ejecutivo poderoso, exitoso y refinado, todo un magnate que sabe llevar muy bien su pantomima.
El destino familiar parece originarse, pues, en Arturo Ibarra, padre de Mauricio, el patriarca todopoderoso y símbolo de la ley; el amo y señor de una región cercana a la capital a la que llegó en plena juventud para explotar carbón y de la que se fue adueñando poco a poco hasta crear su propio emporio. Es en ese maratón autoimpuesto donde Arturo excluye de su vida cualquier posibilidad de dar y recibir amor, condenando a eso mismo a toda su descendencia. Arturo es un tipo oscuro, frío, crudo, capaz de realizar todas sus perversiones sexuales. Es el típico cacique regional cuya historia, junto con la de su familia, explica el que quizás sea el episodio más sangriento y doloroso atestiguado por el pueblo colombiano: el nacimiento del paramilitarismo, esa amalgama entre el ejército, el Estado y los caciques que, como Arturo, promovieron y financiaron la guerra contra sindicalistas, líderes sociales, campesinos, obreros y, por supuesto, guerrilleros.
En la novela el destino es una enorme red en la que cada personaje se enreda con su pasado y el de sus ancestros. Todos los Ibarra están destinados a sufrir una vida minada por patrones inconscientes que no mermarán nunca y que, antes bien, solo avivarán la desdicha, el dolor y la soledad.
Ceremonia es una novela precisa, que no peca de excesos. Es justa con cada forma del lenguaje que utiliza, pero también con la historia y el contexto político y social colombiano y latinoamericano. Su autor no teme mostrar escenas de olvido, abandono y tristeza propias de la clase alta, al tiempo que asesta un fuerte golpe a la concepción de la sagrada familia. El libro es la invitación a una ceremonia final, un encuentro luctuoso, intrigante y, por supuesto, ostentoso en el que convergen los personajes y en donde solo hay lugar para la desconfianza y el miedo.
Valeria Ibarra, quizás atendiendo a su inconsciente, prepara una instalación artística final en la que los espectadores se pierden por túneles y luego en un laberinto de espejos que no dejan ver más que esa horrorosa e incómoda imagen del propio yo. Esa es la ceremonia: una solitaria celebración de la imagen de los Ibarra, un espacio que convoca rostros vacíos cargados con el peso de jamás poder vivir y expresar el amor. La instalación final es la perfecta metáfora de una historia familiar cuyos descendientes sufrieron la desdicha de nunca conocer los afectos.
En este punto valdría la pena recordar cuando García Márquez dijo que los escritores, en tanto creadores de utopías, por principio y fidelidad a su oficio deben negarse a pensar en la destrucción colosal de la humanidad, aun cuando no aparezca como posibilidad un escenario distinto. La tarea sería, entonces, imaginar mundos en donde exista el amor y sea posible la felicidad. Esa tarea la entiende muy bien Restrepo Pombo, al provocar al lector a que renuncie a la complicidad de los embustes sociales, a las ceremonias de olvido y soledad, a que rompa la normalidad y normatividad, porque es precisamente en esa ruptura donde se encuentran la pasión y el calor de los afectos.
Ceremonia es una novela destellante que merece ser leída por su prosa y ritmos admirables, pero también por el trabajo documental que la soporta y por la crítica social que la atraviesa. ¿Acaso no son las ceremonias una especie de rito, una formalización de las prácticas que se repiten incesantemente sin cuestionamiento alguno? El libro de Felipe Restrepo Pombo propone, en todo caso, la idea de una ceremonia distinta, en la que sus protagonistas —es decir, nosotros mismos— podamos tener una vida que de verdad nos pertenezca.
Planeta, Bogotá, 2021
Imagen de portada: John Fenton, Circus Family III, s.f. ©Smithsonian American Art Museum