Ésta no será una reseña imparcial, si es que alguna lo es. Desde que en mayo de 2011 descubrí con verdadera fascinación sus crónicas del 15M, Amador Fernandéz-Savater se ha convertido en uno de mis autores de cabecera, quizás el único capaz de sacarme de mi modorra ideológica e iluminar uno de los terrenos, el del pensamiento político, en el que más me cuesta abandonar la resignación. Recuerdo que a través de esos artículos de la acampada de Madrid me sentía partícipe de un nuevo lenguaje con el cual podía no sólo reflexionar, sino también zambullirme en una realidad maleable que desbordaba los límites de lo posible. Leer aquellas crónicas significaba sumarse a una escritura colectiva con la que nombrar nuevas y mejores formas de convivencia, incluirse entre quienes se desintoxicaban en común de la política de los partidos, la información diaria y las polémicas de Twitter. Hace ya una década de aquello y, sin embargo, su mirada y su escritura mantienen la misma tensión, siguen igual de atentas a cualquier señal que ilumine vías de escape a la normalidad forzada, al sentido común que mutila las conciencias. Habitar y gobernar, un libro que recopila la obra dispersa de uno de los pensadores y activistas más necesarios del panorama actual, remonta sus primeras muestras a algunas de estas piezas en las que Amador ensayaba lo que, en su propio diccionario, se define como “afectarse” o “conmoverse”, es decir, llegar al punto en que la voz y el cuerpo del escritor se metamorfosean en las voces, los mensajes y las emociones que atraviesan el cuerpo colectivo. El 15M se reafirma así como el momento, diría Roland Barthes, de la “crisis fecunda” en que al escritor se le revela un nuevo modo de habitar y signar el mundo, en este caso como transmisor de la polifonía ciudadana que se revuelve contra la política de cada mañana, la pelea machacona y superficial con la misión de aniquilar cualquier posibilidad de cambio. Habitar y gobernar es un libro coral que además de invitar al diálogo eucrónico con la tradición (Gramsci, Marx, Castoriadis, Lyotard) y al diálogo sincrónico con autores y actores de una cierta constelación (Rita Segato, Jacques Rancière, Ali Abu Awward, Diego Sztulwark o Margarita Padilla), lo hace con el lector, siempre incluido en estos textos cautivadores por su inteligencia y por su capacidad de ganarse aliados en la construcción de otro presente y en la creación de una nueva gramática de lo real. Porque la revolución comienza por repensar y renombrar nuestra relación con el mundo: ¿Qué significa luchar, cambiar las cosas?, ¿en qué consiste una revolución que no ambiciona tomar la Bastilla ni descabezar al rey?, ¿cómo entender la eficacia política?, ¿qué victoria merece la pena y cuál es, en realidad, una derrota? El compromiso inicial de estos ensayos reside en cuestionar el glosario de términos heredado, las imágenes que han dominado los escenarios de cambio, la épica con la que se ha dotado el discurso libertario. Llegados aquí resalta un título, Habitar y gobernar, al que propondría un ligero cambio: “Habitar o gobernar” pues, contra la idea de Revolución con mayúsculas y su pretensión de asaltar el palacio, Amador insiste en que la revolución verdadera se escribe en minúsculas y transcurre por la textura silente de la cotidianidad, las transformaciones apenas visibles y a la vez constantes del habitar. Si dar el golpe maestro y gobernar describe la “fuerza de los fuertes”, es en los procesos de larga duración, el conflicto irresuelto y la inestabilidad del habitar donde reside la “potencia de los débiles” que exploran estos ensayos. La transformación real implica persistir en la negociación y la indeterminación que caracterizan a este último territorio, en su resistencia activa que, al negarse a reemplazar a los fuertes, evita reproducir sus lógicas. Una de las definiciones más sugerentes del singular diccionario de Amador es la que aplica a la propia concepción de lo político, para él una “pregunta sobre lo común”, un modo de “afectar y alterar el poder sin ocuparlo (ni desearlo)”, una dimensión desde la que “devenir y permanecer ingobernables”, un habitar “destituyente”. Pero, ¿acaso la política no era exactamente lo contrario?, ¿no definía un arte del buen gobierno, una técnica, un procedimiento, un libro de instrucciones, un modo operativo, un modelo, un archivo?, ¿acaso no estará enmarcando una poética, en este caso, un lenguaje volcado en la producción de presente, una práctica performativa, una máquina vanguardista, una literatura postautónoma? Si, en sus orígenes, politeia designaba un régimen de gobierno, la estructura administrativa y discursiva de la polis, la gestión y organización de lo dado, poietiké denotaba el arte de inventar el mundo, imaginar más allá de los muros, adoptar una mirada que incidiera en la realidad saliéndose de ella. La expulsión de la polis que Platón decreta para los poetas es la condición de posibilidad para que puedan transformarla. En Habitar y gobernar lo político, convertido en lo poético, florece donde se suspende la política machacona de todos los días como un rebrotar desafiante que rebasa los límites de la polis, una fuerza de largo aliento que voltea las rutinas sin necesidad de anotarse highlights, desde la fuerza que anida en los signos, valores y vínculos. Es una revolución sin mayúsculas y de cualquiera, por más que su impulso arrastre todo a su paso. El día menos pensado el dinosaurio ya no está ahí. Me pregunto de qué modo Habitar y gobernar dialoga con la realidad mexicana y se me ocurren dos argumentos que justifican este viaje editorial. El primero de ellos remite directamente a la política nacional de los últimos años, dominada por la emergencia de la 4T y su confianza en una transformación desde las instituciones sin que, en el fondo, se perciban cambios sustanciales en la relación entre gobernantes y gobernados o las estructuras de participación, decisión y ejecución de iniciativas. El segundo es un argumento de vuelta, posiblemente derivado de la experiencia de Amador en México y su interés por el zapatismo y otras propuestas de autonomía desde comunidades que rompieron con el Estado como ente regulador y garante de derechos, comunidades que se gobiernan desde paradigmas alternos al liberal. Una de las principales motivaciones de Habitar y gobernar consiste en desvelar el espejismo de cambio que emana de los aparatos y los lenguajes que moldean la realidad contra la que se dice combatir; acabar con la fascinación que, en la mayor parte de sectores ideológicos europeos, siguen ejerciendo las instituciones modernas. En la coyuntura española la persistencia de esta ilusión se tradujo en la sustitución de la potencia desordenada, sin liderazgos ni modelos heredados del 15M, por el acto de constituir un partido político (Podemos) y participar del mismo juego que se pretendía impugnar. Experimentar el cambio en cuerpo propio se sacrificó por el regreso al lugar pasivo del espectador o el votante, mientras Podemos pronto se contaminó de los vicios que rodean a cualquier partido político. El duelo por esta oportunidad perdida es otra de las fuerzas motoras de la poética amadoriana. Como último apunte, me gustaría destacar uno de los giros más interesantes y quizás más polémicos de los textos que componen Habitar y gobernar, cuando la posibilidad de reinvención que atraviesa el libro se traslada del territorio político al personal, es decir, cuando las posiciones ideológicas encarnan en identidades que conspiran contra toda etiqueta, especialmente aquellas manufacturadas por el progresismo actual. Rescato un párrafo del Facebook de Amador Fernández-Savater:
Las luchas por el reconocimiento [identitario] y la integración no ponen un límite, se dan al interior del sistema. Hay que pasar de la minoría identitaria al devenir-minoritario: “incluso los negros, dicen los Black Panthers, tienen que devenir negros”. La revolución llega cuando los sujetos mayoritarios (hombres blancos, etc.) son arrastrados por los devenires minoritarios: devenir-mujer, devenir-inmigrante, etc. De ahí la catástrofe de pensar en términos de identidades y no de procesos o devenires: las identidades están siempre en lucha entre sí, son incapaces de generalización.
En un último giro, reimaginar el cambio social nos obliga a reimaginar la identidad individual. Para Amador, socavar las raíces del sistema implica, en primer lugar, deshacer las divisiones y desigualdades sociales, de género, las racializaciones que éste crea, en unas prácticas cotidianas integradoras. Devengamos revolucionarios. No es necesario inmolarse, juramentarse, realizar pactos de sangre, ser leales a principios inalterables, sino mirar la realidad con otros ojos, quitarse las etiquetas, dejarse afectar por los demás. Ahí es nada.
Imagen de portada: Manifestación en Madrid para celebrar el quinto aniversario del nacimiento del 15M, 2016. Fotografía de Adolfo Luján