El 15 de junio, al día siguiente de que la Cámara de Diputados —aunque en rigor debería decir Diputades— aprobara la media sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo para Todas las Personas Gestantes, estoy sentada contra la ventanilla en el tren Sarmiento, ramal oeste que va a Merlo, a varios kilómetros de la Capital Federal. Es mediodía, y el tren está casi vacío. A la altura de Ciudadela se suben tres adolescentes: no tienen más de quince años, llevan pañuelos anudados a las mochilas, pintura verde mal lavada sobre los párpados, pulseras con brillantina. Avanzan por el pasillo en busca de asiento, se miran entre ellas. La de flequillo señala mi cartera y dice en voz baja: “Ella tiene el pañuelo”, y eso las convence de sentarse cerca de mí. Desde hace meses, andar por Buenos Aires con esta marca verde te conecta, te enlaza. En el colectivo, en el subte, en los pasillos de los colegios, en los bares, dentro y fuera de los boliches, ver a alguien con el pañuelo genera alianza, diálogo implícito. Es coincidir y poder reconocerse. Es alegría. Hace por lo menos doce años que se desarrolla en Argentina la Campaña Nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, como respuesta a que la causa principal de muerte de personas gestantes son los abortos clandestinos, ya que mientras aquellas personas con capacidad económica abortan y no lo confiesan, la franja de muerte se ubica entre las personas más pobres que lo hacen en condiciones precarias. La penalización actual del aborto quita al Estado su responsabilidad de garantizar el derecho a la salud y, en consecuencia, la posibilidad de que cada cuerpo gestante decida sobre su futuro. A pesar de que el miércoles 8 de agosto, luego de 17 horas de debate —que más que debate pareció, por momentos, escenas de un sainete nacional— a las 2:43 de la madrugada del jueves 9, la Cámara de Senadores rechazó la segunda media sanción de la Ley; a pesar de esto, lo que ocurrió en la calle durante estos meses fue la irrupción de un movimiento que reclama un marco legal distinto. En las afueras del Congreso, los días de la votación, y desde muy temprano, pibas y pibes se convocaron, se reunieron. Ese miércoles hubo pintadas en las calles, lecturas y recitales, parrilladas y performance. Distintos sectores del feminismo, nucleados en esta coincidencia, dieron cuenta también —con las consignas sobre pechos y espaldas, con pechos y espaldas de verde, y coreos de tribu— de una sexualidad inclusiva, del rechazo a los binarismos. El reclamo concreto fue sobre el aborto como cuestión de salud pública, que no sea el Estado el que decida sobre nuestros cuerpos: pero hubo sectores que también plantearon un reclamo más allá, y que alcanza la definición de persona (y de persona gestante): nuestrxs cuerpxs son políticxs, el campo de batalla. Los senadores rechazaron la media sanción y, encerrados en el recinto, desconocieron lo que ocurría masivamente afuera —en este punto vale anotar que la edad promedio de las Cámaras está por encima de los 55 años—. Pero la presencia constante y festiva de les pibes en las calles indicó también otra cosa: ahora, la Historia es de ellxs,
antes de las 2:43 am,
subtes llenos de pañuelos verdes, oradores en los patios de los colegios secundarios, talleres con consignas como “varones en deconstrucción”, declaraciones en las entrevistas por la radio, la tele —les pibes decían “les diputades” y los conductores de programas se reían, las chicas se desnudaban frente al Congreso y los conductores se escandalizaban—. Durante el debate hubo un diputado que prefirió no hablar: dijo que la voz, para opinar sobre el aborto, debían tenerla las mujeres, y leyó un comunicado escrito por el colectivo de mujeres de su provincia. La noche de la vigilia del 14 de junio, mientras esto y más ocurría dentro del Congreso, la calle tuvo una calma expectante que desembocó en la explosión de alegría de las diez de la mañana, cuando se aprobó la media sanción. Pibas festejando sobre avenida Callao, mujeres llorando. El frío y la lluvia vinieron después. El 8 de agosto llovió todo el día, el viento helado apareció en la noche. Avenida de Mayo fue rehabitada: puestos, declaraciones, repartija de publicaciones, lecturas. Por Corrientes circulaban y circulaban pañuelos verdes, se colmaron esquinas y bares, en todos lados la tele para ver senadores debatir. Circulamos y circulamos durante horas. Después de la medianoche habló Pino Solanas. Refirió la complicidad de la Iglesia con la última dictadura militar argentina, y fue, creo, el único varón de los senadores que comentó una experiencia personal sobre el aborto que tuvo su novia en la juventud. Minutos después habló Cristina Kirchner. Explicó las razones por las que ahora apoyaba el proyecto de ley, y agregó que a la consigna política “nacional, popular, democrática” debe agregarse “feminista”. Sin embargo, la ley fue rechazada. Por 38 votos a 31. Entre los argumentos que apoyaron esta decisión de rechazo, hubo muchos que se acercaron a lo insólito, que fueron comentados en redes sociales una y otra vez, que lindaron con un verdadero
sainete nacional
ya que en los dos debates se llegó a decir que, en caso de aprobarse esta ley, los países vecinos vendrían a la Argentina para hacer “tour abortivos”, que habrá “un mercado negro de cerebro de fetos”, que a “las perras cuando se embarazan no las hacen abortar”, “que en los países donde hay aborto no nacen los niños”, los infaltables que confesaron no haber leído el proyecto de ley, o decir “sé que las mujeres se mueren”, “pero igual voy a votar por el no”.
La historia es nuestra
Argentina tiene ya dos leyes que son punta de lanza y anclaje para la región: la Ley de Matrimonio Igualitario (2010) y la Ley de Identidad de Género (2012). El crecimiento del movimiento feminista argentino en los últimos tres años ha sido particularmente notable, y en este punto es referencia obligada el Encuentro Nacional de Mujeres que se da desde 1986. Si por lo menos en Buenos Aires, y desde hace veinte años, todos los 8 de marzo, promotores distintos regalaban flores en las esquinas, quizá sea importante reparar en que este año se marchó al centro de la ciudad con la consigna de “Paro general de mujeres”. En 2015, la presencia en la marcha tuvo muchos significados: congregarse, reconocerse, sabernos miles. Ahora, el paro implica en específico la dimensión económica, detener la cadena de producción, dar cuenta de que las mujeres, esa población históricamente mal pagada, relegada, agredida, que realiza tareas laborales dentro y fuera de la casa, es justamente la que sostiene con su cuerpo y su trabajo los privilegios cotidianos de los varones. Y esto, en un marco donde se contabilizan cada vez más casos de violencia de género, y donde se visibiliza cada vez más la agresión sistemática y la escalada de feminicidios en América Latina. En este continente, por ejemplo, se estima que el 80% de las personas trans muere por violencia antes de los 35 años. En este sentido, durante la lucha por el aborto legal en la Argentina, varios sectores reclamaron que el aborto no implica sólo a mujeres cis: se trata de garantizar la salud de todos los cuerpos gestantes. “Hay mujeres con penes y hombres con vaginas, el binarismo atrasa”, decía la consigna de uno de los carteles en la calle, en las reuniones, y por estos días. Porque, aunque Senadores haya rechazado el proyecto de ley, los encuentros se continúan
hasta que sea ley.
Vi, en el subte, a varias personas increpar a les pibes con los pañuelos verdes, gritarles que “estaban equivocados”. Vi cómo insultaron a un grupo de chicas en Callao y Rivadavia, “asesinas”. Una madrugada apareció pintada la fachada de la Fundación Huésped con consignas celestes. Pero a pesar de las tormentas, las reuniones siguen, los pañuelos verdes están presentes. Lo que anda en la calle es una generación nueva, con una conciencia determinada, que se anima a poner en cuestión y reclama un marco legal para su presencia y proyecciones. Hay todavía muchos pañuelos verdes en la calle. Hasta que sea ley. Yo acabo de cumplir cuarenta, y pienso que el feminismo latinoamericano, con su heterogeneidad y sus ensayos (o los feminismos, en realidad), nos está dando una revolución enorme en los últimos años. Su campo de acción es inmediato, se articula desde un ya mismo, desde un ahora, está en la relación con nuestrxs compañerxs, y novixs y padres y jefes. Se trata de una forma de vida distinta (y proponer esta forma como posible para los demás) que dinamite la palabra del macho, que cuestione las prácticas sociales sustentadas en el discurso de opresión. Hacer crisis sobre este discurso y sobre esta práctica es también un modo de vivir. Nuevo. A fin de cuentas, mi abuela tenía casi treinta años cuando se instaló el voto para la mujer en Argentina. Por eso digo nuevo.
Imagen de portada: Protesta luego del rechazo del Senado argentino a la iniciativa para legalizar el aborto. NurPhoto