La vida entre política, literatura, academia, cine
Así suele ser la vida. Micro Homenajes de José Woldenberg continúa el ejercicio que vio la luz en el volumen Nobleza obliga. Semblanzas, recuerdos, lecturas, publicado hace siete años. El libro se divide en cuatro grandes apartados que son en buena medida los puntos cardinales de la actividad vital, intelectual y creativa del autor: la política, la literatura, la academia y el cine. En estas páginas escuchamos el eco de la voz de aquel joven sindicalista universitario, del constructor de la unificación partidista de la izquierda mexicana, del consejero electoral más emblemático y más conocedor del tránsito democrático del país, del maestro e investigador universitario, del analista político semanal y del polemista elegante que ha sido José Woldenberg a lo largo de cuatro décadas. En este nuevo paseo, uno se instala también en la conversación de un lector prolífico, memorioso y agradecido con los autores que lo conmueven o lo provocan. Como toda persona inquisitiva, Woldenberg es alguien que se interesa en múltiples temas. El apartado de política abre con dos textos dedicados a Arnoldo Martínez Verdugo, secretario general del Partido Comunista Mexicano (del PC, como bastaba llamarlo antes para que todo mundo supiera de qué se hablaba), candidato presidencial en 1982 y diputado federal. Woldenberg subraya y sintetiza la contribución de Martínez Verdugo a edificar una izquierda: a) independiente de las posturas y acciones de la Unión Soviética, sobre todo tras la invasión de Checoslovaquia en 1968; b) institucional, por apostar por la ruta pacífica y electoral para incidir en las transformaciones del país; c) unificada, pues fue artífice de la convergencia de las izquierdas en un solo partido, lo que tenía el costo de la disolución del PC y, d) democrática, tal como lo demostró y desplegó en su campaña presidencial de 1982. Los textos de este apartado también incluyen a Adolfo (Fito) Sánchez Rebolledo, Rolando Cordera, Carlos Pereyra, Arnaldo Córdova, Raúl Álvarez Garín, Hugo Gutiérrez Vega, Jorge Carpizo, Alonso Lujambio, Porfirio Muñoz Ledo, Jesús Reyes Heroles padre, Teodoro Petkoff, Winston Churchill y Nelson Mandela. Al leer estos micro homenajes de personajes políticos emblemáticos para el autor, tuve la convicción de estar leyendo atributos que reconoce en viejos camaradas, en compañeros de causa o de trabajo, en figuras emblemáticas de la izquierda, y que son los que yo suelo ver en el propio Woldenberg político. Cito para explicarme: al hablar de Fito Sánchez Rebolledo, Woldenberg rememora: “aprendí que una política sin diagnóstico y sin horizonte es simple pragmatismo, pero también que la política solamente puede entregar sus frutos con el trabajo diario, con la militancia, con la organización”. De Rolando Cordera, Woldenberg destaca: “Rolando asumió que la democracia era un medio de transformación, una fórmula para organizar, dispersar y equilibrar el poder político, pero sobre todo un fin en sí mismo. Y por ello la izquierda estaba obligada a establecer un compromiso profundo para el hoy y el mañana en esa materia”. Sobre Arnaldo Córdova, Woldenberg dice que sus tres libros clásicos (La ideología de la Revolución Mexicana, La formación del poder político en México y La política de masas del cardenismo) son “fruto tanto de una vocación académica como política. La primera se cumplía con rigor, investigación, reconstrucción de los acontecimientos, seriedad, solidez. Y la segunda, partía de la idea de que sólo conociendo lo que existía y su historia, eventualmente se lograría su transformación”. De Arnaldo señala que se trata de “uno de esos casos, raros entre nosotros, en los que la formación académica y la pasión política se alimentan para bien”. Woldenberg se detiene en la figura de Jorge Carpizo como rector, que enfrentó un movimiento estudiantil que defendía privilegios en lo que nuestro autor considera “uno de los momentos más tristes de la izquierda universitaria” y rescata su temple como árbitro electoral; dice: “Uno de sus encargos fundamentales fue el de tratar de llevar a buen puerto aquellos comicios [1994] y siempre supo que la única forma era a través de un diálogo permanente y serio con los representantes de los diversos partidos” y que “en el balance general hay que subrayar su capacidad para construir confianza con los instrumentos que le son propios a la política: el diálogo y la negociación”. El apartado de literatura comienza con una nota sobre Camus y El primer hombre, el cual “no es un texto político, pero en él se encuentran las claves para comprender la visión trágica que Camus asumió durante la guerra de liberación de Argelia”, de donde nuestro autor extrae tres lecciones. “Primera lección: No todo se vale. Hay acciones que degradan de manera irreversible. […] Segunda lección: Las espirales de violencia construyen campos enemigos donde se estrecha el espacio para los individuos inocentes. Es una desgracia. […] Tercera lección: Hay verdades que no encuentran condiciones para ser escuchadas”. De José Emilio Pacheco, destaca: “sus textos irradian nostalgia profunda. Pero no por un paraíso perdido —hay suficiente evidencia en sus cuentos, novelas y poemas de los pavores que la niñez porta— sino por una promesa incumplida. La ilusión de que el futuro sería superior, más luminoso, más promisorio. Quizá fue el espejismo del progreso o las simples ganas de que las cosas fueran mejores. Pero lo cierto es que ‘tendrían que decirme si de verdad todo este horror de ahora era el mañana’”. De la literatura de José Joaquín Blanco, Woldenberg señala: “Busca y encuentra los latidos de la ciudad, sus espacios de convivencia y conflicto, sus modas y rutinas. No hay mayor espectáculo —parece decir— que vernos a nosotros mismos: un zoológico humano, un imán para el cronista”. En los escritos de Vicente Leñero encuentra “pequeñas filigranas: intensas y suaves al mismo tiempo. La maledicencia, la revancha, están presentes pero dosificadas, aplicadas con gotero, para el deleite del lector voyeur”. En el apartado de academia, rescata de Robert Dahl: “luego de la experiencia acumulada: si se quiere edificar una democracia son imprescindibles ‘partidos rivales’ y ‘elecciones sin coacción’”. En el texto “Hitchens y su pleito con Dios”, Woldenberg concluye que el autor negaba la posibilidad de superar las religiones organizadas. “‘Por esa razón no la prohibiría, ni siquiera en caso de que pudiera hacerlo’. Pero como solía hacer, terminaba con un duro vuelco de tuerca: ‘Pero, ¿serán los creyentes igual de indulgentes conmigo?’”. Al escribir sobre el libro Un año en la vida de José Revueltas, Woldenberg afirma que Roberto Escudero, su autor, quiso mostrar “su convicción de que lo que Revueltas había sufrido y vivido arrojaban luz sobre un resorte mal aceitado; el de la intolerancia que se dispara por la rigidez ideológica y la presunta superioridad moral, convirtiendo a los disidentes o los críticos en traidores”. En el apartado de cine, Woldenberg dice de su maestro Alfredo Joskowicz: “un hombre que creía en la docencia, es decir, en la posibilidad de transmitir conocimiento a través del estudio, el trabajo, la disciplina”. Refiere la importancia del guion como el pilar de una película, análogo a los cimientos de una casa y la partitura de una obra musical; atribuye una de las posibles debilidades del cine mexicano a este ámbito y por ello reivindica las cualidades de Felipe Cazals como, citando a Leñero, un autor total. En el apartado de cine hay también un homenaje a Pedro Armendáriz, el actor y el amigo; un contraste entre el papel de Gerard Depardieu en Novecento y el Depardieu real que huye de la Francia donde se pagan impuestos, y un puñado de reseñas de películas que han cautivado al Woldenberg espectador. Si bien el libro está dividido en cuatro apartados, a lo largo de su lectura la política, la literatura, la academia y el cine se superponen con frecuencia. Que, así como hay noroeste, norte que es oeste, en el libro encontramos homenajes y semblanzas del escritor que hace política, del cineasta docente, del académico con causas políticas, de la película que ofrece reconstrucciones políticas memorables. Y creo que por ello es natural, que nuestro autor sea uno solo con distintas fuentes que, surgidas de diferentes campos de la actividad humana, nutren sus valoraciones éticas, sus definiciones estéticas, sus causas y convicciones, y que esa capacidad de no escindir, intencionadamente, política y cultura, es lo que hace de Woldenberg uno de los intelectuales, en toda la extensión del término, más singulares del presente mexicano. Las páginas de este libro convencen de que, si bien no necesariamente así suele ser la vida, sí es válido aspirar a que así fuera.
Imagen de portada: Rufino Tamayo, Ritmo obrero, 1935.