—Usted es como alguien de nuestro propio pasado, los idealistas de antaño, los visionarios de la libertad; y, sin embargo, no lo entiendo; es como si usted tratara de contarme cosas del futuro, y sin embargo, como usted dice, usted está aquí, ¡ahora! —Keng, embajadora de Terra en Urras, a Shevek, físico de Anarres—. Los desposeídos, Ursula K. Le Guin.
I. Fugarse
Habríamos de valorar más el oficio de la fuga que ejerce la gente con espíritu, mente o cuerpo inconforme, quienes saben hacer de la evasión responsabilidad, y del escape, liberación. Tengo debilidad por las almas fugitivas que voy encontrándome a lo largo del espaciotiempo. Porque, ya sea a través de la imaginación científica o la artística, los que se fugan han tratado de rebasar los límites de nuestra biología, tan incompatibles con la desmedida ambición humana. Como buena aspirante a fugitiva, procuro encontrarme de vez en cuando con personas de las que puedo aprender a ser más hábil, más valiente. Imagino una suerte de taberna ucrónica para compartir la mesa con la excepcional (Sor) Juana Inés Ramírez, el sereno Carlos de Sigüenza y Góngora, y el ambicioso aunque indeciso Alejandro Fabián, el poblano a quien el rockstar homo universalis Athanasius Kircher dedicó su Magneticum Naturae Regnum. Casi no abro la boca: participo sólo cuando cabe quejarse de las respectivas ataduras históricas. A la cita ucrónica llega tarde (si es posible ser impuntual fuera del tiempo) el yucateco fray Manuel Antonio de Rivas. Pido una ronda de chocolate espumoso para todos cuando él empieza a hablar de los anctítonas de la Luna, ensoñación que le costó cara. Sus compañeros franciscanos, según el proceso conservado en el Archivo General de la Nación, lo acusaron ante el Tribunal del Santo Oficio porque “tenía ‘mordaz ingenio’, dividía ‘a todos con su lengua infernal’ y utilizaba expresiones tan ‘opuestas a la fe y buenas costumbres’ que obligaba con frecuencia a su interlocutor a ‘huir por el horror’”. 1 Rivas escribió “unos pasquines en lenguaje soez y en lengua maya” para denunciar la hipocresía de sus compañeros, que se “amancebaban” con las mujeres del lugar. Y, para colmo, también escribió un “almanaque” donde jugaba con ideas de la física experimental y la posibilidad de viajar al espacio para hallar otras formas de vida. Su entorno no era propicio para saciar su afán de conocimiento. Seguramente deseaba fugarse. De alguna manera, lo hizo. El almanaque juzgado por la Santa Inquisición sobrevivió. Lleva por título Sizigias y cuadraturas lunares ajustadas al meridiano de Mérida de Yucatán por un anctítona o habitador de la Luna y dirigidas al Bachiller Don Ambrosio de Echeverría, entonador que ha sido de kyries funerales en la parroquia del Jesús de dicha ciudad y al presente profesor de logarítmica en el pueblo de Mama de la península de Yucatán; para el año del Señor 1775, y es considerado el primer cuento de [proto]ciencia ficción mexicana. A través de voces extraterrestres y de Onésimo Dutalón, el francés que protagoniza el cuento, Rivas criticó la realidad de su tiempo: en la Tierra había desigualdad e injusticia, distinciones de clase y malos gobernantes. En cambio, en la Luna había armonía, belleza, y justicia. Por suerte, sus críticas pasaron inadvertidas para el radar inquisitorial por estar revestidas de “fábula”. Los fugitivos saben evadir para enfrentar: ésa es su fortaleza. La amenaza del Santo Oficio también rondó a Sor Juana. En su caso, los versos fueron el pasaporte de salida. Al leer su Sueño recuerdo sentir una mezcla de perplejidad y dicha.
El sueño todo, en fin, lo poseía; todo, en fin, el silencio lo ocupaba: aun el ladrón dormía; aun el amante no se desvelaba.
Pese a la dificultad del poema, me resultaba familiar, me recordaba a una de las lecturas que más me conmovieron cuando era adolescente, Hacedor de estrellas:
Una noche, descorazonado, subí a la colina. Los matorrales me cerraban a menudo el camino. Abajo se ordenaban las farolas de los suburbios. Las ventanas, con las cortinas bajas, eran ojos cerrados, que observaban interiormente la vida de los sueños. Más allá de la sombra del mar, latía un faro. Arriba, oscuridad […] El horror a nuestra futileza, a nuestra propia irrealidad, y no sólo al delirio del mundo, me había arrastrado a la colina.
Al protagonista del viaje se le concede atisbar al Hacedor de estrellas, le es revelada una parte del significado de la existencia que olvidará conforme regrese a su colina, a la Tierra, a su cuerpo. Pero incluso en esta desilusión hay una dignidad humana que resulta conmovedora. Esa sensación me embargó también con la lectura del Primero sueño. Comprendí la liberación del alma ambiciosa, asexuada, deseosa de conocer todo lo que ofrece el universo, sin las trabas que el entorno de Sor Juana imponía al cuerpo femenino. Y luego, la melancolía del amanecer, tener que volver a ese cuerpo, sujeto al tiempo y a la muerte, limitado para cumplir ese deseo. Como aprendí a abrir las puertas de la literatura con las llaves de la ciencia ficción, encontré, sin prejuicios, cierto parentesco con la obra de Stapledon y otros viajes por el cosmos. Sonreí al descubrir que hace Roberto Lépori colocó a Sor Juana junto a Rivas como una autora de [proto]ciencia ficción al construir un espacio utópico para la androginia que su ambición intelectual necesitaba: “Ambos componentes, utopía y androginia, son consecuentes con una perspectiva de [ciencia ficción].”2 Sor Juana no leyó a Rivas, claro, pero es probable que haya leído el Somnium de Johannes Kepler (1634). Pienso que hay un mismo anhelo que se retroalimenta y crece dentro del espacio especulativo. Y ese anhelo, que en cada una de estas almas fugitivas pareciera solitario, excepcional, creó ensoñaciones colectivas fundamentales para las revoluciones que nos han llevado a vislumbrar, por primera vez en la historia, la posibilidad de establecernos fuera de la Tierra. Como menciona Adrián Curiel, “las normas cognoscitivas predominantes en tiempo de los autores se fueron corrigiendo y eslabonando progresivamente hasta que Neil Armstrong, a bordo del Apolo 11, pudo concretar un viejo sueño de los hombres”3 (y de las mujeres, decimos Juana Inés y yo).
II. Largarse
Las fantasías tecnológicas del siglo XIX y principios del XX que prometían el fin de nuestros problemas a través del progreso pronto revelaron su ingenuidad y costo: sobrepoblación, contaminación, calentamiento global, fenómenos migratorios violentos, enajenación mediática, limpieza étnica…, males que figuraron en obras de ficción literaria o cinematográfica antes de que se hicieran realidad. Casandra, condenada a saber el futuro sin que nadie creyera en sus advertencias, es la santa patrona de la ciencia ficción. Ante el desastre, la opción más viable para el futuro de la especie humana a veces pareciera ser el éxodo hacia otros planetas, un tema que la ciencia ficción abordó primero por el simple placer de la exploración (Crónicas marcianas, el ciclo Fundación de Asimov, Star Trek), y luego por la llana necesidad de largarse, de huir. Mucho antes de que Philip K. Dick pensara en androides esclavos en Marte, librando guerras, naves incendiándose en el hombro de Orión, hubo quienes quisieron irse sólo para probar una sociedad radicalmente distinta: las mujeres (¿tendrá que ver algo la prolífica imaginación fantástica en torno a su liberación con el hecho de que son ellas los sujetos históricos que más se han transformado en los últimos siglos?). A cada ola del feminismo le corresponde una marea de ficción especulativa que pretende abrir los límites de su época: The Blazing World de Margaret Cavendish (1666),4 presenta a la emperatriz de un planeta de animales antropomorfos; Unveiling a Parallel: A Romance (Alice Ilgenfrizt Jones y Ella Merchant, 1893)5 plantea a Marte dividido en dos sociedades de sólo mujeres: Paleveria, donde todas tienen “malas mañas” masculinas, y Caskia, una utopía femenina de amor, ternura, y cuidado (Herland, de Charlotte Perkins Gilman, 1915, es similar). Dentro del boom de la ciencia ficción feminista de los años setenta, Joanna Russ escribió The Female Man (1975), donde mujeres conocen las dinámicas de género en las que otras viven al ir y venir entre mundos paralelos, temática que resuena con otra utopía feminista muy popular, Woman on the Edge of Time de Marge Piercy (1986). La más radical de estas propuestas está en la obra de Ursula K. Le Guin, en sus novelas del ciclo Hainish 6 (los estudiosos de su obra así las designan), aunque si hablamos de largarse no hay mejor ejemplo que el cuento “Los que se van de Omelas” (1973). Omelas es una sociedad utópica que posee una oscura cláusula para mantenerse: el maltrato de un niño. A todos los habitantes se les revela que su bienestar y armonía dependen de que ese niño sufra. La mayoría se siente culpable, aunque puede vivir con ello. Los que no, abandonan el paraíso para siempre. Le Guin explora la deserción del capitalismo no sólo en este cuento, también en Los desposeídos: una utopía ambigua (1974),7 en la que un grupo de habitantes del planeta Urras (de abundantes recursos y tremendas desigualdades, como la Tierra) decide exiliarse a la precaria luna Anarres, para crear una sociedad anarquista con un lenguaje propio que ha desterrado la propiedad de su vocabulario. Las cosas se usan o se comparten, no hay “mío”, ni “tuyo”. Mujeres y hombres, niños y ancianos, son iguales. No hay esclavitud, pero sí, quizás, envidia. Le Guin pinta con un realismo minucioso lo que ocurre en la cotidianidad de este lugar, logrando grandes momentos de humanidad y belleza, pero también de dolor: de ahí su ambigüedad. A partir de esta obra, las utopías cambiaron el molde y presentan muchos más matices no sólo en sus premisas científicas, sino en sus panoramas antropológicos. Actualmente, obras que exploran la terraformación como Kirinyaga de Mike Resnick (1988), The Martian (Andrew Weir, 2011) y la Trilogía marciana (Kim Stanley Robertson, 1992-1996), son ejemplos de esta mezcla de rigor en la especulación científica y un afán anticapitalista que privilegia el valor de la naturaleza y el humanismo. Conviene apuntar que está surgiendo una narrativa sintomática de la influencia que las tecnologías de la información tienen en nuestro día a día, y que contempla otra clase de éxodo como posibilidad de continuación de la vida humana: el abandono del cuerpo y la migración de la conciencia a la red u otras realidades virtuales, como plantea el cuento “Staying behind” (Ken Liu, 2011)8 y varios capítulos de la serie escrita por Charlie Brooker, Black Mirror (2011-). Ese otro mundo aún no tiene nombre.
III. Aventurarse
En el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2017 se llevó a cabo el tercer Congreso Internacional de Astronomía, dedicado esta vez a la astrobiología por el Instituto de Astronomía y Meteorología y el Centro Universitario de Ciencias Exactas e Ingenierías y la FIL Guadalajara. Gracias a Antígona Segura Peralta, investigadora titular del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM, pude estar tras bambalinas y apreciar la dedicación con que ella y Alberto Nigoche Netro coordinaban y fungían como anfitriones de invitados internacionales como Mary Voytek, directora del programa de astrobiología de la NASA, Sara Seager, científica planetaria y astrofísica del MIT, y el doctor en ciencias geológicas Jesús Martínez Frías. Escuchándolos pude comprender mejor que las posibilidades del éxodo humano hacia otros planetas (Marte incluido) son escasas. El futuro de la exploración depende de múltiples factores: muchísimo dinero, infraestructura, políticas gubernamentales favorables, buena gestión del plan de trabajo y cooperación internacional. La intervención privada (como la de Space X, la empresa del genio millonario Elon Musk) en la nueva carrera espacial es cada vez mayor debido a la especulación en torno a las ganancias comerciales derivadas de, por ejemplo, la explotación minera de níquel, cobalto y platino en asteroides. Haría falta madurar un poco más antes de marcharnos. Necesitaríamos especialistas en leyes, psicología, medicina, para construir un nuevo hogar allá arriba (“Debieron enviar a un poeta para describirlo”, dice Ellie Arroway en la versión fílmica de Contacto,9 y yo estoy de acuerdo con ella). No estaba en mi taberna ucrónica, sino cenando en Guadalajara, cuando los escuché hablar de extremófilos (organismos capaces de vivir en condiciones extremas, cuyo estudio es esencial para la búsqueda de vida en otros planetas), del papel de la geología marciana en el estudio de la vida que podría haber albergado, y del reciente hallazgo de la enana fría TRAPPIST-1, estrella orbitada por planetas que podrían ser compatibles con la vida tal y como la conocemos. Pensé en el largo camino que había recorrido la voluntad rigurosa, el afán experimental, la compleja unión de poesía y ciencia de esas almas fugitivas que convoqué a mi taberna ucrónica para llegar a un punto como éste, en el que México participa de forma activa en el camino hacia la exploración espacial, el inagotable sueño de la humanidad. Me gustaría que ellos pudieran verlo: cómo ha cambiado la física desde Newton, cómo los cometas ya no son considerados malos augurios, tal como defendiste, Sigüenza, en tu Libra; cuánto se ha sofisticado la óptica que tanto te interesaba, Fabián; cuántas sabias y doctas estudian los astros y rompen los límites para las que vendrán, Juana Inés. “Ningún acto es verdaderamente humano hasta que ocurre dentro del paisaje del pasado y del futuro. La lealtad, que consolida la continuidad del pasado y del futuro, unificando el tiempo en su totalidad, es la raíz de la fortaleza humana; no se obtiene ningún bien si se prescinde de ella”, dice Úrsula K. Le Guin a través de uno de los personajes de Los desposeídos. Antes soñábamos con llegar a la Luna, luego a Marte. Nuestros ojos, por lo menos los mecánicos, ya están ahí, y cada día registran maravillas más lejanas. Después de escuchar a Antígona y a sus colegas, empecé a soñar con Europa, el satélite de Júpiter. Europa demuestra que no tenemos por qué depender de una estrella como fuente de energía: la fuerza de las mareas de Júpiter altera la forma de sus lunas, lo que quizá provoque el resquebrajamiento de su gruesa cubierta de hielo. Todo parece indicar que así ocurre, pues su blanquecina superficie luce cuarteaduras muy similares a las de nuestro Océano Ártico: hay un alta probabilidad de que debajo exista un mar de agua líquida. Y vida. ¿Qué clase de criaturas vivirán en ese océano secreto? ¿Cómo haríamos de él un nuevo hogar, qué juguetes tecnológicos inventaríamos para sobrevivir allí, qué historias de amor y compasión y resistencia podrían surgir bajo esa gruesa capa de hielo? Me di cuenta, perpleja, de que yo era en ese momento (en el mejor de los casos) la sucedánea del buen fray Manuel Antonio de Rivas. Más me vale estar a la altura de esos sueños por los que la humanidad, en el futuro del espaciotiempo, ya debe estar trabajando sin descanso.
Imagen de portada: Fotograma de Barbarella, 1968.
-
Según lo narra Carolina Depetris en minucioso análisis: “Viaje fantástico y escolástica inquisitorial: el derrotero lunar del fraile Manuel Antonio de Rivas” en Sizigias y cuadraturas lunares, de Manuel Antonio de Rivas, UNAM, México, 2009. ↩
-
Roberto Lépori, “Sor Juana y la ciencia ficción o las consecuencias de una crítica paranoica”, Istmo. Revista Virtual de Estudios Literarios y Culturales Centroamericanos, 1 de marzo de 2012. ↩
-
Adrián Curiel Rivera, “Los viajes lunares de Cyrano de Bergerac y del padre Manuel Antonio de Rivas”, en Sizigias y cuadraturas lunares, op. cit. ↩
-
Publicado sin seudónimo en 1666, recientemente traducido al español por Siruela como El mundo resplandeciente. ↩
-
Publicado bajo el seudónimo “Two Ladies of the West”. ↩
-
A la que pertenece su novela más célebre, La mano izquierda de la oscuridad (1969), que plantea la existencia de un planeta cuyos habitantes no poseen un género definido más que para fines reproductivos. ↩
-
Un fragmento de esta obra se publicó en el número 831/832 de la Revista de la Universidad de México, diciembre de 2017/enero de 2018. Leer. [N. del E.]. ↩
-
Ken Liu, “Staying Behind”, Clarkesworld Magazine, núm. 61, 2011. ↩
-
Contact, Robert Zemekis, 1997. El guion fue coescrito con Ann Druyan, basado en la novela homónima de Carl Sagan (1985). ↩