Estuve despierto desde temprano, pero por un largo rato me quedé en la cama hablando por teléfono. El último llamado antes de levantarme fue a mi madre. Varias veces me pregunta lo mismo, pero no soy capaz de responder distinto. También yo dije lo mismo. Ese ridículo apego a la verdad; que en realidad no es apego a la verdad sino a la costumbre, la costumbre de contestar con la verdad. Debería decir la costumbre de contestar con lo cierto, porque la verdad es siempre excesiva, por lo menos mi madre ya no la espera, y si la escucha se le olvida. Tres veces me preguntó por la pandemia. Es una palabra que no le resulta fácil, balbucea un poco antes de pronunciarla, o efectúa un rodeo, dice por ejemplo “lo que está pasando” o algo por el estilo. Es curioso, nunca mi madre ha sido especialmente discreta; pero en apariencia hay que andar con cuidado cuando se habla de la pandemia. En este caso es tan poco indiscreta, que asimilo sus preguntas a una curiosidad general, casi mundana, como cuando pregunta por el tiempo. Primero le contesté que por mí no debe preocuparse porque estoy entre los afortunados que pueden encerrarse en su casa. Después hablé de tendencias en la ciudad, números y padecimientos. Luego hablé de las colas frente a los hospitales y la excavación de fosas. Le dije que las colas de los hospitales son menos espaciadas que las de los supermercados; que a lo mejor ello se debe a que en los hospitales uno se siente más cerca de la enfermedad y puede relajar los cuidados, porque de todos modos ya ha llegado hasta ahí. Estuvo de acuerdo. Mi madre tiene menos de 90 años. Con el paso del tiempo su mundo diario se achicó hasta ser, ahora, únicamente la familia inmediata. En 2019 me regaló su carnet del sindicato de costureras, oficio en el que comenzó en 1944, cuando tenía 12 años. Es el único documento no familiar, aparte de su cédula, que conozco de ella. Según la planilla de aportes, pagó una última cuota sindical en marzo de 1949. Hace 71 años. En un momento de la conversación, mientras le contaba, de nuevo, que en mi edificio desde hace semanas han dejado de compartir el ascensor, y que eso me ha representado una pérdida, porque hay vecinos con los que me gustaba viajar, en algunos casos por motivos comprensibles y en otros por secretos motivos; en ese momento traté de pensar qué puede representar la pandemia para mi madre, que en general ve el exterior como un epifenómeno del pasado. Debería habérselo preguntado, a lo mejor lo haga en la próxima llamada. Pero imagino que su respuesta será literal. Me dirá: “una catástrofe, tanto sufrimiento”. En realidad quiero que me conteste distinto, acaso para encontrarle una vuelta a la conversación; por ejemplo “es la extinción, el mundo no sigue”. En ese caso podría regañarla por pesimista, y sugerirle ver la pandemia como una fuerte aceleración de desenlaces o destinos individuales. Ello no garantizaría, claro, que no vuelva a preguntarme.
Hoy me levanté muy pronto de la cama porque decidí dejar los llamados para la noche. No sé por qué comienzo el recuento de cada día con el momento en que dejo la cama. Refleja una visión demasiado literal, pero también es verdad que representa el ineludible comienzo, como eso de levantarse con el pie izquierdo o el derecho. Por ejemplo, para Lorenzo García Vega el comienzo del día se producía al abrir los ojos. Según su teoría, uno debe mantenerlos cerrados, aun estando despierto, porque de otro modo queda para siempre ignorado el sueño de la noche previa. A cada momento recibo sueños. Les doy ese nombre, en realidad son videos muy cortos, memes, fotos trucadas, etcétera. El cotillón humorístico de la pandemia. Según creo, son sueños por dos motivos. En primer lugar porque casi todos se olvidan muy rápido, son de por sí efímeros; y en segundo lugar (esto podría ser más discutible) porque aluden a fantasmas o problemas que no pueden emerger así nomás a la superficie de la vigilia. Al comienzo, el tema excluyente de los videítos era la pandemia, sobre todo la cuarentena y los efectos físicos o psicológicos del aislamiento. Después se pasó a hablar de la pandemia de un modo oblicuo, ya no fue material del chiste, sino que la pieza como un todo, cualquiera fuera su tema, obedecía a la gramática de la pandemia. Por ejemplo, uno de los chistes que más celebré y que todavía me hace reír cuando lo recuerdo, es un Tik Tok que pone la voz de Alfio Basile en la imagen de Michel Foucault dialogando con Noam Chomsky. El tema, naturalmente, es un complot de la FIFA contra la Argentina en pleno campeonato mundial. Esos chistes elusivos, que no refieren a la pandemia, en realidad no existirían sin ella; lo cual los hace más interesantes, porque representan un desvío, algo que no pertenece al consenso discursivo. O si existieran, tendrían otra recepción y distinto significado. Por ejemplo, un párrafo de Samuel Pepys. En la entrada del 31 de octubre de 1665, anota el total de víctimas de la semana. Se congratula de que fueran poco más de mil, cuando se esperaban cuatrocientos más. Un día después escribe: “Estuve un buen rato en la cama hablando con el señor Hill de muchas cosas acerca de la vida de un hombre, sobre lo poco que el mérito prevalece en el mundo, sino más bien el favor: que en mi caso fue la casualidad sin méritos lo que me puso aquí, y que ha sido sólo la diligencia lo que me mantiene y seguirá haciéndolo, pues viviendo como vivo entre perezosos, el hombre diligente se hace necesario. Hablé sobre cómo me he preocupado de mantenerme en contacto con personas de distintas facciones de la Corte, teniendo que llevarme bien con todos. Fue muy agradable para mí el contarlo, y creo que, para él, escucharlo”. Es difícil no pensar que donde Pepys escribe mérito o casualidad, en realidad refiere a chances determinadas por la epidemia. Asigna su rápido ascenso social a una serie de coincidencias, a su diligencia para moverse y para tejer vínculos con personas de distinta procedencia. Supongo que el desquiciado avance o retroceso de la epidemia llevaba a suponer que sólo la casualidad podía salvarlo a uno de la enfermedad. Los caprichos de la pandemia hacían que toda trayectoria pudiera ser vista como accidental. Por eso pienso que la escena de Pepys refiere una forma de modelar la omnipresencia de la Gran Plaga, equivalente al modelo tortuoso de convivencia que los chistes y videos proponen del actual aislamiento.
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Imagen de portada: Despertando. Fotografía de Celine Nadeau, 2011. CC