Al ver el documental de Werner Herzog, Fuego interior: réquiem para Katia y Maurice Krafft, y descubrir a sus singulares protagonistas, una pareja de científicos alsacianos que viajan por el mundo para estudiar volcanes activos, me formulé la siguiente pregunta: ¿qué le está permitido contemplar a la humanidad? Además de sus previsibles aparatos de medición, Katia1 (física y geoquímica) y Maurice Krafft (geólogo) llevan a todas partes una cámara fotográfica y una cámara de cine de 16 mm. Lo que observan queda plasmado en imágenes nunca antes filmadas: vastas cortinas de lava, mares ígneos de distintos colores y gigantescos flujos piroclásticos, esto es, enormes nubes grises conformadas por gases, material volcánico, ceniza y rocas que salen de los volcanes a velocidades de entre cien y setecientos kilómetros por hora y a temperaturas de más de setecientos grados Celsius. Frente a todo esto, Katia filma a Maurice y Maurice a Katia. Los vemos cerca, demasiado cerca, de los volcanes y el magma, pero parecen estar tranquilos. Entonces ocurre una erupción apenas a unos metros: Herzog nos dice que se trata de un flujo piroclástico de 537 °C y pasa a 645 kilómetros por hora detrás de los Krafft. El 3 de junio de 1991, después de veinticinco años de estudiar juntos estos fenómenos impredecibles, mientras filmaban a las faldas del monte Unzen, en Japón, Katia y Maurice fueron devorados por el flujo piroclástico del volcán. Ella tenía 49 años, él 45.
Asombrado por la historia y las imágenes de los Krafft, Herzog compone un réquiem cinematográfico para la pareja de vulcanólogos, en el que los observamos, pero pocas veces los oímos hablar. Al inicio del documental, un plano abierto nos muestra una pared monumental de lava frente a la que Katia camina mientras percibimos de fondo el “Introito y Kyrie” de la hermosa misa de Réquiem de Gabriel Fauré. Conforme el realizador nos traslada a las distintas zonas geográficas a donde viajó la pareja en busca de volcanes activos, escuchamos el Stabat mater de Ernst Reijseger,2 la Misa en si menor de Bach, el Réquiem de Verdi, la ópera Tristán e Isolda de Wagner y las canciones Es demasiado tarde y Tú lo decidiste de Ana Gabriel. Como es usual en los filmes de Herzog, él mismo relata la historia. En cuanto al minucioso trabajo de montaje, lo hace junto con su editor Marco Capalbo. Una vez montadas las secuencias, Herzog escribe a mano lo que narrará sobre las imágenes, graba el texto con ayuda de un micrófono y prueba el resultado sobre el material. A veces corta su texto; otras veces, las imágenes.
Tras revisar treinta de las doscientas horas del material filmado por la pareja de vulcanólogos, Herzog elige las imágenes que más le gustan, así como algunas de las cuatrocientas mil fotografías tomadas por Katia. No es la primera vez que el realizador alemán muestra, tanto en ficción como en documental, personajes temerarios o protagonistas que se enfrentan a la implacable naturaleza. Tampoco es la primera vez que se interesa en los volcanes y en sus estudiosos. Pocos años antes de crear Fuego interior, dirigió Dentro del volcán (2016), un documental en el que, junto con el vulcanólogo Clive Oppenheimer, explora algunos activos en Indonesia, Etiopía, Islandia y Corea del Norte. Con esta película buscaba dar a conocer el impacto destructivo de estas formaciones geológicas y entender las prácticas espirituales indígenas relacionadas con ellas. Entonces Herzog ya sabía lo que era estar cerca de un volcán activo. Años atrás realizó La Soufrière (1977), un cortometraje en el que hizo algo parecido a lo que hacían los Krafft. En 1976 el gobierno de la isla de Guadalupe, en el Caribe, evacuó a la población, pues La Soufrière (La Azufrera) estaba a punto de hacer erupción. Los científicos, según relata el director en su documental, advirtieron que la explosión alcanzaría la fuerza de cinco o seis bombas atómicas. Los habitantes estaban conscientes del peligro; la memoria colectiva tenía presente la catástrofe de 1902 en la ciudad de Saint-Pierre, en la isla de Martinica, cuando el volcán Monte Pelée eliminó en segundos a la población que, por negligencia de las autoridades, no fue evacuada.
Herzog se enteró, leyendo el periódico, que un campesino se rehusó a abandonar la isla y, pese al riesgo, decidió visitar el lugar junto con sus camarógrafos, Edward Lachman y Jörg Schmidt-Reitwein, en busca de ese hombre. Las imágenes muestran una ciudad abandonada en donde los animales hambrientos han tomado las calles: burros, gallinas, puercos y muchos, pero muchos perros —sobre una banqueta yace uno, moribundo—. En medio del silencio, se intuye el olor a carroña. Los semáforos siguen encendidos. Debido al movimiento de la isla, huyeron hasta las serpientes y murieron ahogadas en el mar. Pero en las faldas de La Soufrière, un hombre toma una siesta y un gato lo acompaña. La cámara lo filma durmiendo, Herzog lo despierta y le pregunta por qué no abandona la isla. Mientras el gato vuelve a acomodarse, el hombre somnoliento responde: no tiene a dónde ir, no le teme a la muerte, que pase lo que tenga que pasar, él recibirá acostado su última hora. Les enseña la posición en la que espera el final. Despreocupado ante la inminente catástrofe, canta una canción. Me pregunto si alguien se preocupó por éste y otro par de hombres que el director también encontró en la isla. ¿Herzog realmente se preocupó por ellos? No es una pregunta trivial: en Ante el dolor de los demás, Susan Sontag ensaya el conflicto ético de tomar imágenes que registran el dolor que otros padecen.
El realizador alemán y sus camarógrafos continúan su camino hacia el cráter; el piso está ardiendo y el volcán emana gases tóxicos.3 Saben que se aproxima la erupción que arrasará con todo, incluyéndolos. ¿Cuándo sucederá? Quizá en horas o en minutos. Por la noche un temblor sacude estrepitosamente toda la isla y le arrebata el sueño al equipo de cineastas, que permanecieron ahí un total de diez días. Sin embargo, en contra de lo que predijeron la ciencia, los sismógrafos y todos los aparatos de medición, el volcán no estalló y la población pudo regresar. La naturaleza es tan impredecible.
Años después, durante la filmación de Dentro del volcán, Herzog se entera de la existencia del material grabado por aquella singular pareja de vulcanólogos. Viaja a Nancy, Francia, donde se encontraban los archivos antes de ser adquiridos por la productora suiza Titan Films en 2022, y fascinado por la osadía y las imágenes de los Krafft, busca financiamiento para realizar un documental. Tras dos años y medio de investigar y conseguir recursos, se estrena otro documental sobre la pareja: Volcanes: la tragedia de Katia y Maurice Krafft (Sara Dosa, 2022). Todavía en la batalla por conseguir presupuesto, Herzog (¡incluso él debe luchar para adquirir fondos!) logró que Titan Films le diera acceso al material, sin cobrarle derechos, a cambio de que la compañía formara parte de la producción —y de las regalías, de ser el caso—. Herzog aceptó el trato y así nació Fuego interior: réquiem para Katia y Maurice Krafft.
Con una cercanía audaz, la pareja grabó imágenes espectaculares de volcanes y Herzog, cineasta autodidacta como ellos, nos enseña cómo se van transformando: primero hacen videos amateurs o turísticos y luego realizan tomas cinematográficas de gran belleza y destrucción, mucho más estilizadas. El realizador afirma que Katia y Maurice pasan de investigar como científicos a mirar y registrar como artistas. Casi siempre que filman, algo sumamente peligroso ocurre a su alrededor. En una toma abierta, Maurice camina frente a un muro gigante de lava. En la siguiente toma, Katia camina muy cerca de un cráter dentro del cual fluye un mar ígneo de tonos morados, anaranjados y rojos, y estira sobre la lava un aparato para medir los gases; trozos del suelo se desprenden; la temperatura alcanza mil doscientos grados Celsius. Como espectadora, albergo un solo deseo: que no se descuaje el piso sobre el que Katia anda. Más adelante, vemos tomas nocturnas en las que todo está sumergido en la oscuridad salvo por el río naranja de magma. Luego vienen varios planos cerrados de lava, burbujas y flujos píricos. En otro lugar, la cámara está cerca de un precipicio, avanza por una larga carretera rota, con el vacío a su lado; Katia debe haber sostenido a Maurice para poder filmar esta toma o viceversa.
Con el paso del tiempo, las imágenes parecen salidas de una película de ciencia ficción o de un sueño. Kubrick y Tarkovski se habrían maravillado. Las emociones que produce esta película —y que van de la fascinación a la angustia— son extremas. ¿Por qué estos vulcanólogos no sienten miedo? ¿Por qué no usaron un lente gran angular? La cámara de cine de 16mm que utilizaron los Krafft es ligera, permite moverse rápidamente y era menos costosa. La ventaja de este tipo de cámara es la calidad estética, la versatilidad en distintas condiciones de iluminación y entornos cambiantes. La película 16mm estaba hecha de un acetato no combustible, a diferencia de la película de 35mm cuyo nitrato de celulosa era altamente inflamable. Sus rostros rojos, quemados por la cercanía del fuego y manchados de ceniza y sudor transmiten calma. Katia le toma una foto a Maurice mientras un gran flujo piroclástico se levanta detrás de él. Ambos se toman su tiempo para filmar, hasta que se les termina el material de la cámara. ¿Fue su apasionado conocimiento de los volcanes lo que encegueció toda su cautela?
Los volcanes son uno de los lugares donde se origina la vida, pero también acaban con todo lo que tocan. Las imágenes de Katia y Maurice no captan únicamente la belleza de estas formaciones abrasadoras, sino también las catástrofes que provocan. Es el caso del Nevado del Ruiz en Colombia. En 1985 el glaciar del volcán colapsó junto con la lava y se formó un lahar: una avalancha mortal de lodo, agua y lava, que arrasó con veinte mil de los veintinueve mil habitantes que vivían en el pueblo de Armero. En esa ocasión, los Krafft filmaron tanto a los sobrevivientes como a las personas y el ganado que quedaron atrapados en los lahares. Su rescate era imposible y morían lentamente.4 Si tan sólo hubieran caminado doscientos metros cuesta arriba, probablemente habrían sobrevivido. Si no se les previno fue porque las autoridades desatendieron las advertencias de los vulcanólogos. Esta experiencia marcó profundamente a los Krafft: los volvió aún más temerarios en su acercamiento a los volcanes porque querían que el mundo cobrara conciencia de ellos.
Durante la erupción del volcán Una Una en Indonesia, en 1983, el día se volvió noche. Los Krafft nos muestran cómo los pobladores se cubrieron la cabeza con bolsas de papel o de plástico, con hoyos a la altura de los ojos y la nariz para protegerse de los gases. No consigo olvidar la imagen de una madre con sus dos niñas pequeñas, las tres llevan bolsas en la cabeza y un perro pasa a su lado. Debido a que los Krafft estuvieron tan cerca de estos fenómenos, lograron visibilizar, y luego grabar, pues incluyeron aparatos de sonido, lo que ocurre hasta sus últimas consecuencias. El material que nos dejaron, junto con el guion y la narración de Herzog, y la edición de Marco Capalbo, constituyen un legado audiovisual que enriquece el conocimiento del mundo natural con imágenes únicas que aún nos deja un sinfín de interrogantes.
El cine de Herzog, permeado por una mirada filosófica, una infinita curiosidad y la conciencia de un universo despiadado, nos lleva siempre a pensar, entre otras cosas, en el sentido de la vida y de la muerte. A mí me sobrecoge la pasión de Herzog, pues en su filmografía se acerca a ciertos abismos que conllevan riesgos inconcebibles como en el documental Grizzly Man (2005) sobre un ecologista que vivió y se filmó en medio de osos grizzly y murió devorado por uno de ellos (hay ciertas semejanzas con la historia de los Krafft). O la locura que fue filmar Fitzcarraldo (1982), donde un apasionado de la ópera quiere construir un teatro en la selva amazónica peruana, para lo cual debe transportar un barco de trescientas veinte toneladas a través de una montaña, logrando una de las imágenes más icónicas e inolvidables del cine y uno de los rodajes más complicados de la historia.5 Reflexionar sobre Herzog, sus películas y protagonistas nos lleva a pensar en cuáles son los límites de la creación cinematográfica.
Imagen de portada: Fotograma de Fuego interior: réquiem para Katia y Maurice Krafft, 2022, Werner Herzog.
Catherine Joséphine Conrad. ↩
Ernst Reijseger es un chelista y compositor que trabaja con músicos sardos, turcos, senegaleses, iraníes y argentinos. Ha colaborado en otras películas con Herzog. ↩
Antes de llegar a la isla, Herzog propuso ir solo con la cámara para no arriesgar a los camarógrafos. Sin embargo, éstos decidieron acompañarlo. ↩
Recordé la historia y la fotografía publicada en National Geographic de Omayra Sánchez, una niña de doce años del pueblo de Armero. La mitad de su cuerpo quedó atrapada dentro del lahar. Murió tres días más tarde pues el equipo de rescate no llegó a tiempo para salvarla. ↩
Imperdible el making off de Fitzcarraldo, Un montón de sueños (Burden of Dreams, Les Blank, USA,1982). En este documental vemos lo que Herzog es capaz de arriesgar para hacer una película. ↩