A mi hijo Julio
La especie de los dragones, de cuya existencia dan fehaciente testimonio los antiguos jarrones chinos, pereció. También lo hicieron los grifos, las quimeras, las sirenas y los unicornios. Los dragones, portadores del fuego que salía de sus entrañas, servían a los hombres y encendían sus hogueras, sus antorchas y sus chimeneas. Además de arrojar chorros de fuego por las fauces y volar, eran capaces de trasladarse en el tiempo. Uno de ellos viajó una noche al porvenir y atisbó, en una calle oscura y mojada tras la lluvia, a un hombre que usaba un encendedor de gas para prender su cigarrillo. El dragón vio con tristeza la flama roja surgir con fuerza del extraño y pequeño artefacto. Bastó un solo chasquido para que el fuego resplandeciera entre las manos del fumador. Esa noche supo que en el porvenir su estirpe carecería de propósito, pues ya no serviría a los hombres. Humillados y sin destino, los dragones prefirieron entonces extinguirse en silencio y con nobleza.
Imagen de portada: Jacopo Bellini, San Jorge matando al dragón, siglo XVI.