Ubicado en el extremo sur de México, el estado de Chiapas debería formar parte —junto con Guatemala, El Salvador y Honduras— del “cuadrángulo norte” de Centroamérica. Me parece natural que estas entidades conformen una cartografía geopolítica cuadrangular, en consonancia con la noción de los cuatro rumbos cardinales concebida por los antiguos mesoamericanos, en vez de estar limitadas por el trillado “triángulo norte” de Centroamérica (Guatemala, El Salvador y Honduras) que excluye, de hecho, a las demás entidades centroamericanas (Belice, Nicaragua, Costa Rica y Panamá).
El mapa cuadrangular incluiría también a la península de Yucatán, a Tabasco, así como a partes de Oaxaca y Guerrero, principalmente de la región del Pacífico. Con esta suerte de contranarrativa podría discutirse la idea de una sola identidad mexicana emanada desde el centro, occidente y norte de México. Agresivas políticas nacionalistas —desde la conformación histórica de nuestro país como Estado-nación— han procurado excluir, discriminar, invisibilizar y erradicar la identidad centroamericana, así como la de los pueblos originarios binacionales fronterizos del sur del país (compartidos con Belice y Guatemala), e incluso la caribeña. Desde una lectura geoliteraria, considero que Chiapas y parte de México son étnica, cultural, lingüística e históricamente centroamericanas.
Chiapas no participó de la llamada “Independencia de México” que tuvo lugar en septiembre de 1810 porque en esa fecha la provincia aún estaba sujeta políticamente a la Capitanía General de Guatemala. Una década más tarde, el 28 de agosto de 1821, la ciudad de Comitán fue la primera entidad de toda Centroamérica en proclamar su independencia de la Corona española y de Guatemala (dato marginado de los libros de Historia tanto de Centroamérica como de México). Tres años después de la proclama independentista comiteca, el 14 de septiembre de 1824, Chiapas federalizó parcialmente su territorio a México, ya que el Partido de Soconusco (en ese entonces una entidad centroamericana independiente de Chiapas) decidió anexarse a las Provincias Unidas de Centroamérica como parte del Estado de Los Altos, y su federación a México debió esperar hasta el 14 de septiembre de 1842. La firma del Tratado Herrera-Mariscal sobre los límites territoriales entre México y Guatemala tuvo lugar en 1882, aunque la medición y delimitación culminaron en 1902 —pocos años antes del inicio de la Revolución mexicana—, de manera que Chiapas se incorporó compleja y tardíamente al proyecto de Estado-nación mexicano.
El anterior corolario histórico sirve para recordar que las profundas relaciones e identidades culturales, étnicas, lingüísticas e históricas que Chiapas ha compartido con Centroamérica durante casi cuatro siglos de estrecha cercanía no pueden borrarse con poco más de un siglo de mexicanidad:
En la realidad, la sociedad chiapaneca permanece desde 1824 en buena parte desligada del resto del país. Ciertamente, los gobiernos locales mantienen contacto con el gobierno nacional. Pero fuera de tal relación, los acontecimientos exteriores no repercuten dentro de la provincia. La sociedad se mantiene inalterada y el contacto con Centroamérica no experimenta variación.1
Escrita en 1991 por el investigador Sergio Gutiérrez, la anterior aseveración brinda luces sobre lo que sucedía en Chiapas en vísperas del levantamiento indígena armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994, al que considero la última guerrilla centroamericana del siglo XX. Pero ni el neozapatismo, ni la firma del TLCAN, ni el neoliberalismo transnacional del siglo XXI, ni la paulatina militarización y paramilitarización del territorio chiapaneco han anulado su filiación centroamericana. De acuerdo con la académica costarricense Anabelle Contreras:
Tanto geográfica como culturalmente, Chiapas está muy cerca de Centroamérica y muy lejos de ese México lindo y querido que flota en el imaginario internacional y que hace a miles de turistas por año peregrinar hacia sus ruinas […]. Chiapas es culturalmente centroamericano antes que mexicano, aunque en Centroamérica no se vea así y México insista en que aquello es México y punto.2
El español que se habla en Chiapas pertenece al dialecto del español que incluye voseo y se emplea en toda Centroamérica desde la época colonial.3 Los mexicanos que no conocen Chiapas ni sus distintas regiones y sociedades, las más de las veces critican y rechazan el voseo y dicen que ningún mexicano habla así. No obstante, más del 90 por ciento de la población de Chiapas utiliza el dialecto centroamericano del español para comunicarse, ya que el voseo forma parte de su lengua materna y es empleado para la comunicación cotidiana, familiar, verbal, popular y literaria.4
A nivel mundial, somos más los chiapanecos voseantes (5 millones) que los uruguayos que vosean (3.5 millones), lo cual significa que en México hay más personas voseantes que en Uruguay, donde esta variante tiene considerable prestigio identitario. Lamentablemente, es mucho más fácil encontrar a un mexicano no chiapaneco que utilice e incorpore anglicismos, pochismos, chicanismos e incluso spanglish en su vocabulario, a uno que acepte el natural voseo centroamericano de Chiapas. Cuando un chiapaneco dice: “ideay vos”, “mirálo”, “andá con Dios”, “sos chucho”, etcétera, en el centro, occidente y norte del país identifican esa forma de hablar como típicamente centroamericana o sudamericana. Muchos ponen en duda su origen, sin saber que el voseo y el español de Chiapas —y el de casi toda Centroamérica— es el más antiguo de la América continental y, por ende, anterior (por medio siglo) al voseo empleado en Sudamérica.5 Y si los mexicanos que rechazan o discriminan el voseo de Chiapas son capaces de identificar y vincular el sociolecto chiapaneco con el centroamericano, ¿no es una manera —anómala y discriminatoria— de reconocer que los chiapanecos somos, también, centroamericanos?
Además de formar parte del habla común, la cultura popular y la literatura, el voseo de Chiapas puede hallarse hasta en el cine nacional: Al son de la marimba (1941), La choca (1974) o Balún Canán (1977).6 Entre los escritores chiapanecos más destacados que han incluido el voseo en sus libros se encuentran Rosario Castellanos, Eraclio Zepeda, Alfonso Díaz Bullard, Roberto López Moreno e incluso el mismo Subcomandante Marcos —Elías Contreras, el detective zapatista de su novela Muertos incómodos: (falta lo que falta) (2004), escrita a cuatro manos con Paco Ignacio Taibo II, es tan de Chiapas que vosea con naturalidad en distintos diálogos—. Ni qué decir de la literatura chiapaneca contemporánea: a la fecha he registrado más de doscientas obras de aproximadamente cien autoras y autores que incluyen voseo verbal y pronominal en sus libros, sobre todo de poesía.7
Tan mal visto fue el voseo empleado en el español de Chiapas que se prohibió su uso poco después de la Revolución mexicana, ya que se consideraba (y se sigue considerando por los puristas —mexicanos y chiapanecos— de la lengua) un rasgo centroamericano atávico, arquetípico y arcaico de las clases bajas y populares, una forma de hablar (y escribir) el idioma español que atenta contra la norma lingüística oficial implantada y aceptada, la “mexicana”.8 Sin embargo, quienes más sufrieron los embates del evangelio nacionalista cuando se implantó por vía de la fuerza una identidad mexicana homogeneizante y excluyente para erradicar “de raíz” la identidad centroamericana fueron los pueblos originarios fronterizos compartidos con Guatemala (binacionales) que hablan akateko, chuj, jakalteko (o popti’), kaqchikel, k’iche’ (quiché), mam (tsibon mam) y q’anjob’al. También fueron perseguidos, discriminados y reprimidos los pueblos originarios mochós que hablaban (y hablan) la lengua qato’ok en sus variantes tuzanteco y motozintleco. He aquí el testimonio del erudito lingüista Otto Schumann:
Fue en Tuzantán donde comencé a tocar el tema de la desaparición de la lengua. Los adultos recordaban la época de Victórico Grajales, gobernador de Chiapas a finales de los años veinte y principios de los años treinta, como el principio del fin de sus tradiciones, pues fue durante su gobierno cuando les prohibieron el uso de la ropa regional y del idioma.9
Entre las ideas nacionalistas para implementar la “verdadera mexicanidad” en los indígenas de la frontera sur subyace el interminable afán por nahuatlizar o aztequizar su mundo a partir de la positivista y equivocada idea de que el “imperio azteca” y su lengua franca, el náhuatl, se hablaron en toda Mesoamérica desde la época prehispánica y durante el periodo colonial. Sin embargo, es necesario aclarar que los pueblos nahuas migraron tempranamente desde México (de la “Gran Tula”) hacia la región del Golfo de México (Veracruz y Tabasco) poco después del 500 d. C., y hacia Centroamérica (Soconusco, Chiapas, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica) entre el 800 y el 900 d. C. Estos pueblos hablaban distintas lenguas nahuas —no el náhuatl del altiplano mexicano—, entre otras, el pipil, que se habló en el Soconusco hasta 1967 y aún se habla en la actualidad, de forma relictual, en El Salvador:
Todos los dialectos del sur del Golfo de México se encuentran más ligados con las variantes de esta lengua [nahua] que se empleaban en El Salvador, Guatemala y Nicaragua, que con las variantes del nahua central, del cual estaban muy alejados.10
Esto significa que tanto en el sur de México como en el istmo centroamericano ya se hablaban lenguas nahuas al menos 500 años antes del surgimiento del “imperio azteca”. Por otra parte, la fundación de México-Tenochtitlán ocurrió en 1325, así que la posterior nahuatlización o aztequización de los pueblos y lenguas nahuas de Centroamérica (como los pipiles o nicaraos) tuvo lugar varios siglos después. Podemos verlo de la siguiente manera: en la época prehispánica se habló primero náhuatl-pipil en el Soconusco, en Cotzumalguapa (Guatemala) y en Cuzcatlán (El Salvador) antes de que se hablara náhuatl-clásico en el valle de Texcoco y en México-Tenochtitlán:
[…] por razones de nacionalismo [mexicano] se ha querido ver todo lo nahua como mexica, cuando estos fueron los últimos [nahuas] en llegar al altiplano.11
De esta manera, las lenguas y la cultura nahuas han sido siempre tanto centroamericanas como mexicanas.
Para hablar de la centroamericanidad de México, de su afinidad cultural con Centroamérica, es necesario introducir en la ecuación identitaria las lenguas de los pueblos originarios de la familia lingüística maya que se hablan actualmente en toda el área maya y compararlos con aquellas lenguas de los pueblos de la familia lingüística uto-azteca: existen aproximadamente veinte lenguas uto-aztecas habladas en México, Guatemala, Honduras y Nicaragua (además de Estados Unidos) con poco más de 2 millones de hablantes. En la actualidad se hablan 31 lenguas mayas con más de 6.5 millones de hablantes: nueve de esas lenguas son binacionales, compartidas entre México, Belice y Guatemala, aunque también se habla una lengua maya en Honduras.
México es un país con una considerable vitalidad lingüística, cultural, étnica y literaria maya (se escribe y se hace literatura en al menos trece lenguas mayas en México), lo que significa que tenemos una clara identidad centroamericana relativa a la cultura mayense, pues la mayor diversidad de lenguas de esta familia lingüística se ubican en Centroamérica, específicamente en Guatemala y Chiapas (sin olvidar las de Belice y Honduras). Las y los escritores contemporáneos en lenguas mayas de México, Guatemala y Belice comparten más elementos lingüísticos, culturales, étnicos y míticos entre sí, que con aquellos que escriben en otras lenguas originarias del centro, occidente y norte de México. La cultura y las lenguas mayenses son, en esencia, centroamericanas, y esta consideración puede ser extendida a las literaturas y las artes mayenses contemporáneas.
Las relaciones étnicas, lingüísticas, culturales e históricas establecidas entre diversas regiones de México y Centroamérica son sumamente estrechas y comparten el mismo espacio geoidentitario, lo cual significa que la filiación centroamericana se circunscribe también a ciertos rasgos compartidos entre los escritores y las sociedades de toda Centroamérica, entendida y extendida desde el sur de Guerrero hasta el norte de Panamá.
En un texto publicado por la revista Otros Diálogos de El Colegio de México,12 planteo ciertos temas centrales, elementos simbólicos y rasgos identitarios que configuran geoliterariamente la Centroamérica mexicana, la cual he llamado “Centroaméxico”: una larga tradición literaria de carácter testimonial; el inframundo-Xibalbá; la ceiba (y otros árboles colosales) como axis mundi; la omnipresente marimba y su folclor; el maíz y los mitos de origen meso-centroamericanos; la poética del machete (herramienta ancestral y elemento simbólico constante de gran relevancia en la literatura de Centroamérica, la cual he denominado con un constructo creado ex profeso para intentar definirla: “machética”); las lenguas originarias binacionales compartidas entre Guatemala y Chiapas (akateko, chuj, jakalteko/popti’, kaqchikel, k’iche’, mam, q’anjob’al) y entre Campeche y Quintana Roo con Belice (ixil, q’eqchi); y la presencia del voseo dialectal centroamericano.
A los anteriores rasgos y confluencias identitarias comunes al sur de México y Centroamérica debo sumar los propuestos por Otto Schumann: los mitos y la religión de los pueblos originarios del Pacífico de Guerrero hasta Guatemala (culto a la gran serpiente; mujeres nahuales asociadas a ceibas y amates; la relación de origen asociada a los árboles); las semejanzas de los textiles entre mayas tsotsiles, q’eqchi’s, k’iche’s y los mixtecos y totonacos; el consumo de la bebida conocida como pozol (masa de maíz blanco cocido sin cal, a la que se pueden agregar pasta de cacao, chile, azúcar, especias e incluso dejarse fermentar) en un área que va de Veracruz, Oaxaca (tejate), Guerrero (chilate), Chiapas, Tabasco, Quintana Roo, Yucatán y Campeche, hasta Belice y Guatemala (pozol o chilate); la similar preparación y consumo de yuca y camote entre pueblos mayas y mixtecos.13
En cuanto al registro de otras migraciones prehispánicas de norte (México) a sur (Centroamérica), debemos incluir el mítico viaje que realizaron los antiguos mè’phàà desde Guerrero hasta la costa del Pacífico en Nicaragua, el cual, según sus mitos, dio origen al pueblo sutiaba o sindio.14 Ambas lenguas, mè’phàà y sutiaba, pertenecen a la familia lingüística otomangueana, presente en el sur de México desde hace 4 mil años y alguna vez también en Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica, aunque en estos países se extinguió entre los siglos XVII y XX. Si bien no he podido abundar aquí en cuanto a la identidad caribeña mexicana-centroamericana o, mejor dicho, a las diversas identidades geoliterarias caribeñas no insulares, es pertinente reconocer la histórica y existente impronta identitaria beliceño-caribeña en la literatura y en la sociedad de Quintana Roo y, a su vez, la influencia quintanarroense en Belice.
Identitaria y culturalmente, los mexicanos que nacimos en Chiapas y en otros estados de la frontera sur del país somos tan centroamericanos como los otros centroamericanos que habitan desde Guatemala hasta Panamá (o viceversa). Espero que mi propuesta de incluir al menos a Chiapas como parte inamovible del cuadrángulo norte de Centroamérica pueda hallar eco. Finalmente, hago propia la declaración de principios e intenciones centroamericanistas del escritor qato’k Wilber Sánchez Ortiz, originario de Tuzantán, Soconusco, Centroamérica:
Nos querían bien mexicanos y nos condenaron a evadir nuestra más férrea centroamericanidad. Se nos despojó de la lengua, del vestido, del voseo, y fue hecho a fuerza de burlas, golpes, multas […]. Por ello, en Tuzantán decir “vos” como sinónimo de “tú” es homenajear a quienes se revelaron y no desistieron de su lengua. Así, el [chiapaneco] que nos habla de vos nos invita a un acto de rebeldía.15
Jovel, Altos de Chiapas, Provincia de Centroamérica
Imagen de portada: ©Lorena Ancona, Máscara de serpiente, 2018. Cortesía de la artista
Sergio Nicolás Gutiérrez Cruz, “La identidad chiapaneca. Algunas apreciaciones”, Anuario Instituto Chiapaneco de Cultura. Departamento de Patrimonio Cultural e Investigación, Gobierno del Estado de Chiapas / Instituto Chiapaneco de Cultura, Tuxtla Gutiérrez, 1991. Disponible aquí. ↩
Anabelle Contreras, “Chiapas, tan cerca y tan lejos de Centroamérica: escenarios, conflictos sociales y una dramaturgia posible en femenino”, ÍSTMICA. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras, 2010, núm. 13, pp. 29-40. Disponible aquí. ↩
El uso del voseo centroamericano no es común en algunas regiones de Panamá como la Ciudad de Panamá y Chiriquí. Ver Miguel Ángel Quesada Pacheco, “El voseo panameño: situación actual y actitudes ante su uso”, Revista de Filología y Lingüística, 2019, vol. 1, núm. 45, pp.227-245 [N. de los E.]. ↩
Nicole Goestenkors, “Desarrollo y uso del voseo en Centroamérica”, Research Papers, 2012, núm. 213. Disponible aquí. ↩
Eva Bravo-García, “El español de América en la historia y en su contexto actual”, Carmen Ferrero y Nilsa Lasso (eds.), Variedades lingüísticas y lenguas en contacto en el mundo de habla hispana, AuthorHouse, Bloomington, Indiana, 2005, pp. 7-24. ↩
Las dos últimas películas están basadas en novelas homónimas. ↩
Ver Balam Rodrigo, “Centroaméxico: centroamexicanidad = mexicanidad + centroamericanidad”, Otros Diálogos, 2022, núm. 18. Disponible aquí y Manuel de J. Jiménez, “El derecho a la palabra en El libro centroamericano de los muertos y Cartas a la primavera. Escuchar el voseo del sur”, Interpretatio: Revista de hermenéutica, septiembre 2021-febrero 2022, vol. 2, núm. 6, pp. 105-115. Disponible aquí. ↩
Eraclio Zepeda, La lengua del conquistador. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, 23 de agosto de 2012, UNAM / Academia Mexicana de la Lengua, CDMX, 2020. ↩
Otto Schumann, “Situación lingüística en la frontera sur (1992)”, Rubén Borden y Fernando Guerrero Martínez (comps.), Caminos culturales mesoamericanos. Obras completas de Otto Schumann Gálvez. Volumen I, Artículos y ensayos, CIMSUR / UNAM, San Cristóbal de las Casas, 2016, p. 220. ↩
Otto Schumann, “Consideraciones históricas acerca de las lenguas indígenas de Tabasco”, op. cit., p. 165. ↩
Ibid., p. 169. ↩
Balam Rodrigo, art. cit. ↩
Otto Schumann, “Caminos culturales mesoamericanos”, op. cit., pp. 227-230. ↩
Hubert Matiúwàa, Xó nùnè jùmà xàbò mè’phàà / El cómo del filosofar de la gente piel, Gusanos de la Memoria Ediciones, Acatepec, Guerrero, 2022. ↩
Wilber Sánchez Ortiz, Los tuzantecos, CONECULTA, Universidad Autónoma de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 2022, pp. 14-16. ↩