Jugaban mis padres en el jardín. Las mariposas agonizaban en las flores. Dormía la calandria en las ramas de la primavera. Las paredes de cal del verano se pueblan de recuerdos entre insectos y lagartos. Estoy desnudo en el centro de la plaza de las mujeres ancianas pidiendo la absolución. Duermo en el vello de los muslos, beso los pétalos del esfínter, peco en nombre de la plenitud, de la ebriedad marítima. Huyo de las palabras que me acechan, de las manos que escriben, de los pies en el mármol y las luces en el horizonte del mar. Reclino la cabeza en tu pecho, busco tus manos en mis pezones. Soy. Camino por las calles sin bombillas y le pido a mis pies, les suplico en el llanto que dejen de abandonarme. Soy lo que fui, lo que nunca dejaré de ser, como aquella cruz en el horizonte donde agonizaba el hijo de Dios. Hoy he visto los límites del cielo resquebrajado, roto, añicos en la luz del alba. Cielo sin ángeles. Sin amor. Sin palabras. En lo más oscuro de la soledad, una puerta, una mesa llena de evangelios. Y en el centro de las manos, sangrando, el Hacedor, el que llenó de luz, de nubes, de aguaceros y estrellas el universo. El amado y el escupido el día del calvario. Y era mi cielo en los ojos de la infancia, el de las brujas con la escoba en lo más sucio de las entrepiernas. Y también el cielo que como un pezón sacia mi boca de sueños y amapolas encendidas al terminar el día.
Imagen de portada: Phillip Guston, sin título, 1967.
A partir de este número, el Periódico de Poesía de la UNAM nos ofrece una selección de poemas vinculados con el tema del dossier. Los invitamos a leer más de esta publicación universitaria en Periódico de Poesía