Entrevista con Diamela Eltit

Un acto riesgoso y necesario

Trabajo / panóptico / Octubre de 2021

Sara Casanovas

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Su abuela pensaba que de tanto leer se quedaría ciega. Sin embargo, la literatura le ha permitido a la autora chilena Diamela Eltit pensar la realidad que transitan los escritores, la situación social y política de su país, el papel de la mujer en un espacio otorgado por y para lo masculino o las consecuencias devastadoras de la dictadura para la cultura chilena. Su extensa trayectoria cuenta con obras como Impuesto de la carne, Los vigilantes y Vaca sagrada, entre otras. El ojo en la mira es su último trabajo publicado y es también un recorrido por los libros que han sido parte esencial en la vida personal y profesional de la escritora. Eltit subraya la importancia de desnaturalizar el control ejercido y orquestado por las élites en un marco donde la ficción se convierte en instrumento para revisar el pasado y explorar una actualidad desafiante.
¿Cómo surge la idea de recopilar parte de esas lecturas vitales en El ojo en la mira?

En realidad, la editorial me incitó a participar porque tienen una línea dedicada a autores y lecturas, me pareció una invitación interesante y en el tiempo, con tiempo, trabajé el libro.

El ojo en la mira comienza observando a un niño que se refleja en un iPad, lo que remite al Narciso de Ovidio. El libro termina con Hemingway y el recuerdo de ese primer encuentro con la literatura. ¿Hacia dónde apuntaba en la infancia tu mirada y qué la constituyó de adulta?

Sí, efectivamente vi esa escena, una guagua de ocho meses (mi nieto Diego) mirándose en el iPad, fue una imagen intensa para mí, pensando también en el estadio del espejo trabajado por Lacan. Estos libros, más personales, son complejos en el sentido de la movilidad de la memoria y lo son más todavía las trampas de la memoria, una cierta incerteza. La primera novela que leí, alrededor de los diez años, fue clave porque a la par de la ficción narrativa, encontré a una parte de mí misma en la letra.

Dices en el libro que no tuviste dudas sobre la escritura como camino. ¿Qué situación o circunstancia provocó esa afirmación?

Toda mi vida —o prácticamente toda mi vida, desde la infancia— ha estado ligada a la literatura, a pensarla. Estudié literatura en la universidad a lo largo de nueve años. Entonces mi deseo era escribir, siempre pensé en ser escritora, desde que leí la primera novela.

Comentas: “La gran tarea no radica en qué escribir sino en cómo escribir lo mismo”. ¿Qué autores jóvenes han logrado presentar un cómo sugerente de temas que te interesan? ¿Qué temas crees que todavía tienen espacio para explorar su formato?

Con seguridad me faltan muchas lecturas de autoras y autores jóvenes, pero tengo también numerosas lecturas y existen espacios, signos, momentos, en los libros que he leído; pero si nombras a alguien, significa desnombrar a otros y eso me problematiza. Sin embargo, quiero evocar aquí a Mariana Enriquez y sus ficciones literarias ligadas al terror. Ella transita los territorios de Poe o de H. P. Lovecraft, pero su tránsito está marcado por su poética y, en ese sentido, da un giro.

Cuentas también acerca de la libertad que te ha dado desligar literatura y economía. ¿Por qué crees que sigue tan naturalizada la idea de que el/la escritor/a no puede vivir únicamente de escribir? ¿Dónde está la resistencia?

Pienso que es una injusticia laboral que la gran mayoría de las personas que escribimos literatura no vivamos de nuestro trabajo. Hay excepciones, pero desafortunadamente no alteran la regla. En parte el sistema social no termina de aceptar que escribir es un trabajo. Eso es un desastre. Pero, una vez que entendí claramente que ese oficio no iba a darme una forma de salario, me permitió una elaboración más acabada, pensé que eso me liberaba de cualquier negociación y me permitía una libertad total.

¿Podrías expandir siguiente idea: “Desde el inicio tuve la convicción de que una escritora o un escritor no se hace en un taller literario”? ¿Qué aportan los talleres literarios a los autores? ¿Qué espacios te parecen más propicios para la labor de la escritura?

Nunca he pensado en los talleres en los que he trabajado como industrias de producción de escritoras o escritores. Lo que me parece importante es el trabajo comunitario, la circulación de la palabra, las diferencias, lo suspendido. Creo que allí convergen lectura y escritura como circularidad. Pero el gran espacio donde se gesta la escritura pienso que radica en la obsesión y la capacidad de resistir.

Has manifestado especial interés en temas como el cuerpo, el efecto de la familia en el sujeto, la tecnología, la mujer en la literatura, la muerte. ¿Cuál de ellos sigue persiguiéndote? ¿Sobre qué cuestiones sientes la urgencia de escribir ahora?

Todos los temas que nombras conservan su protagonismo. Ahora intento acercarme a la relación entre relato y página, cómo ocurre y transcurre el relato entre cada página, desde una a otra.

El cuerpo como asunto en constante revisión, ¿qué textos o autores lo abordan de forma renovada?

Me parece que Clarice Lispector.

Dices que has vivido episodios machistas pero que no era tu intención cambiar las mentes, ¿cuál es tu intención cuando escribes?

Bueno, la literatura no es un campo de redención social, esos cambios los tienen que hacer las fuerzas sociales. Lo que podría hacer la literatura es incidir en su propio campo, la literatura misma, me refiero a ampliar sus fronteras. En realidad, lo que me moviliza es el libro que escribo, sus energías y desafíos.

Antonia Alarcón, _Latitud 33_, de la serie _Atlas de Memoria_, bordado sobre algodón, 2018. Cortesía de la artista © Antonia Alarcón, Latitud 33, de la serie Atlas de Memoria, bordado sobre algodón, 2018. Cortesía de la artista ©

La dictadura obligó a cambiar la forma y el contenido de las obras literarias. ¿De qué manera te afectó a ti en el uso del lenguaje? Cuando la censura dejó de ocupar un espacio marcado en lo literario, ¿sientes que hubo un quiebre de algún tipo en tu obra?

La dictadura es la suspensión e intervención de la vida pública. Y la muerte. Prisión, tortura, violación. Entonces todos los sistemas cambian y también desde luego el sistema literario. Seguramente el fin de la dictadura implicó alguna modificación, pero desde luego yo misma no lo advertí.

Si entendemos el duelo como herramienta de recuperación tras la muerte, ¿cómo ha vivido Chile el duelo colectivo tras la dictadura?

Pienso que las formas de duelo en las postdictaduras son manejadas por las élites políticas que participan en su final. Usualmente se abocan a engendrar formas de atenuación y eso genera una latencia y resentimiento. Chile está en un momento interesante, atravesado por hechos del pasado dictatorial, de las últimas décadas y de la escritura de una nueva Constitución para demarcar un futuro.

Sobre Historia de los monstruos de Ernest Martin, que aparece en el libro, ¿qué te interesa de lo monstruoso?

Me interesan los cuerpos y las construcciones sociales. En ese sentido he reflexionado mucho sobre la novela Frankenstein como modelo para pensar lo monstruoso.

Tu nombre, por ser minoritario, ha generado erratas, confusión, aunque también algo necesario para ti. Además, hay algo (no menor) de esa anécdota que explicas y es justo el rechazo a lo diferente, también presente en Patas de perro de Carlos Droguett. ¿Dónde reside la amenaza de lo minoritario en tu opinión?

Me parece que las formas de circulación de lo minoritario portan violencia especialmente simbólica. La mujer es minoritaria, la mujer escritora es minoritaria, el punto para mí, en esa circulación, es la lucidez para entender los binarismos y desde allí generar defensas discursivas y estéticas.

¿Puedes contarme más sobre la decisión y selección del título de este proyecto, El ojo en la mira?

Me resultó posible como título porque pensé el desplazamiento bélico hacia la letra como objetivo.

Durante la pandemia, ¿qué temas te han invadido con más frecuencia? ¿Qué lecturas has hecho sobre dicha problemática?

He leído lo que sale en revistas, diarios y ciertos artículos a los que he accedido. Más allá de la enfermedad misma y sus efectos, lo que realmente resulta ineludible es el discurso médico, autoritario, incesante, siempre apocalíptico. Divinizado porque se funda en su poder sobre la vida y la muerte.

En este tiempo, el poder de los Estados ha tenido un papel subrayado respecto al control de la libertad de los ciudadanos. ¿Cómo has transitado eso?

En realidad ha sido extenuante. Nosotros pasamos de un gran estallido social directamente a la enfermedad. Nos movemos en dos polos: enfermedad y política, y a eso hay que agregar la política de la enfermedad.

¿Qué crees que va a cambiar después del covid? ¿Qué permanecerá?

No lo sé, me imagino que todo cambio está relacionado con la tecnología. Y en ese sentido puede haber cambios laborales. Por ahora vemos el turismo espacial de lujo como novedad de este tiempo.

Hablas en el libro de la lectura como un “acto riesgoso y necesario”. Kafka decía que los libros que nos hacen daño son los que vale la pena leer. ¿Qué efecto produjeron en ti los libros que te han cambiado de alguna forma? ¿Qué relación estableces entre placer, dolor y literatura?

No he experimentado sensaciones de daño personal, pero sí he vislumbrado el daño o los daños elaborados de manera precisa en libros literarios; desde el amor a la guerra, desde la familia a la calle, hay textos finos e impresionantes al respecto. Por otra parte, es muy única la relación entre lectura y soledad o la lectura en soledad como compañía.

Imagen de portada: Retrato de Diamela Eltit en el tiempo del CADA y de las Acciones de Arte, 1982. Diamela Eltit Papers, Special Collections Princeton University Library, Cortesía de Princeton University Library ©