En el año 2005 Isidro Baldenegro recibió el prestigioso Premio Goldman que distingue la labor de quienes luchan por la naturaleza y el medio ambiente. Se trata del premio internacional más importante en su tipo, también conocido como el Nobel del ambientalismo. A Isidro, un defensor rarámuri de Chihuahua, se lo otorgaron por defender los bosques de la Sierra Madre Oriental, amenazados por una tala devastadora. Años antes, en 1986, su padre, Julio Baldenegro, fue asesinado después de denunciar la tala que ponía en peligro el territorio que históricamente habitan los pueblos rarámuris. Después de esa trágica muerte, Isidro continuó con la lucha y fundó una organización para defender los bosques, pero en 2003 fue encarcelado por cargos de los que más de un año después fue absuelto. El 15 de enero de 2017, y aunque había tomado ciertas medidas de protección por las múltiples amenazas de muerte, Isidro Baldenegro fue asesinado por seis impactos de arma de fuego. La visibilidad que había adquirido después de recibir el Premio Goldman no fue suficiente para protegerlo. El 7 de marzo de 2022 su hermano, José Trinidad Baldenegro, quien junto a su familia continuaba ayudando a su comunidad en resistencia a la tala, también fue asesinado por un grupo armado que llegó hasta su domicilio. Su casa fue incendiada y su familia desplazada.
El caso de la familia Baldenegro es, lamentablemente, la muestra de lo que sucede con los defensores de la naturaleza y de los bienes naturales. Los niveles de impunidad, según diferentes organismos que monitorean este tipo de violencia, son muy altos. Cerca del 90 por ciento de los casos continúan sin justicia. En 2019 México alcanzó el récord de ambientalistas asesinados en tan solo un año y en 2020 se ubicó como el segundo país con el mayor número de defensores ambientales asesinados en el mundo, según datos de la organización Global Witness, especialista en el tema. De acuerdo con un reporte de la periodista Laura Castellanos basado en las investigaciones de Lucía Velázquez Hernández y de distintas organizaciones ambientalistas, dos de cada tres casos de asesinato o desaparición de defensores de la tierra pertenecen a pueblos indígenas. Si consideramos que los pueblos indígenas constituyen aproximadamente el 6 por ciento de la población mundial, pero que en sus territorios se encuentra cerca del 70 por ciento de las reservas naturales del planeta, el hecho de que los defensores indígenas sean asesinados revela una lógica que subyace a esa violencia sistemática. ¿Qué es lo que pone en riesgo la defensa del territorio que desata tal nivel de agresiones?
Al enfrentarse a los intereses del crimen organizado que expolia los bosques, a megaproyectos gubernamentales que ponen en riesgo los ríos, a empresas que devastan la tierra para comerciar con sus minerales o a todos estos actores a la vez, los defensores ambientalistas ponen en jaque a un sistema extractivista que ha situado a la humanidad ante una de las peores crisis de su historia. Aunque sus acciones de defensa se ubican localmente y pueden leerse como puntuales, quienes defienden la naturaleza se enfrentan a un sistema económico global. La emergencia climática es el resultado de un proceso que tiene en su base ideas que han justificado históricamente la explotación capitalista que convierte la naturaleza en mercancía al servicio de un crecimiento económico siempre ascendente. Además de luchar por un río concreto, por el agua o por un bosque específico, quienes defienden el medio ambiente contradicen los presupuestos básicos que subyacen a las ideas de civilización, desarrollo y progreso occidental, de ahí la violencia exacerbada con la que se les ataca.
En muchas de las tradiciones de pensamiento de los pueblos indígenas la humanidad es un elemento más de la naturaleza. La fundamental división entre naturaleza y cultura (es decir, entre naturaleza y humanidad) de la tradición occidental no encuentra correspondencia en muchas de las tradiciones de pensamiento de los pueblos originarios. Por mencionar un ejemplo, durante la ejecución de los rituales mixes que generalmente se realizan en la montaña, en las cuevas y en otros puntos específicos del territorio, es posible escuchar piezas orales que reflejan el modo en que lo humano se coloca como parte de un todo complejo y continuo que constituye la tierra. Los rituales, que a menudo son calificados como pensamiento mágico desde Occidente, son más bien la evidencia de que, para la cultura mixe, la humanidad no ha sido mutilada del todo de lo que llamamos naturaleza. En un ensayo sobre la noción de territorio, Norma Palma Aguirre, del pueblo rarámuri, lo plantea claramente:
Para los rarámuri, el territorio no es un espacio aparte, no podemos decir “nosotros y el territorio”, ni podemos decir “nuestro territorio”, no sentimos nuestro el espacio en el que vivimos, no lo poseemos, […] no podemos decir “de aquí hasta allá es mío”, “este bosque es mío” o “esta agua es mía”; mucho menos se puede cambiar o vender. […] Se nos ha enseñado que somos parte de este territorio, somos una unidad.
Si para los pueblos indígenas las personas somos una unidad con el territorio, la violencia que sufre la tierra entonces la sufren las sociedades que en ella habitan también. La violencia ejercida contra los defensores del territorio es una extensión de la agresión ejercida contra la naturaleza.
Por otro lado, el corte que sí se establece en Occidente entraña una violencia fulminante y primigenia: implica separar, cercenar, desgarrar un continuo y crear el mundo de lo humano como una entidad separada de la naturaleza. Una vez que lo humano ha sido extirpado de lo natural, todo aquello que no es cultura o que no es civilización se erige como un gran otro que puede sojuzgarse, controlarse o dominarse. Bajo esta lógica, los bienes naturales comunes se han convertido en recursos naturales privados, la naturaleza se ha vuelto mercancía. Todo lo que en esta tradición de pensamiento se coloca más próximo al mundo natural se leerá como salvaje, primitivo e incivilizado. En gran medida, la esclavitud de la población africana secuestrada para explotar los territorios americanos se justificó situando a estas personas del lado de la naturaleza. Al ser leídas como primitivas, la opresión se pretendía perfectamente explicable. La discusión sobre si la población nativa de este continente tenía alma o no, fue, en el fondo, una discusión sobre si colocarla o no del lado de la naturaleza (de los animales), o de lo humano (la civilización).
Los pueblos del mundo que no han hecho esta separación inicial entre naturaleza y humanidad reflejan en la práctica de su relación con los ecosistemas estrategias que tienen como resultado que la mayor parte de las reservas naturales existentes estén ubicadas dentro de sus territorios. No resulta extraño entonces que los bienes naturales de los pueblos indígenas sean un espacio en el que la maquinaria que convierte la naturaleza en mercancía aún no haya penetrado totalmente, pero tampoco es extraño que las empresas, los Estados o el crimen organizado codicien precisamente esos territorios y los recursos que puedan obtener de ellos. Una vez devastado el resto del planeta ahora van por lo que los pueblos han cuidado desde hace siglos.
El atentado contra los territorios de los pueblos indígenas que ahora se nombran “reservas naturales” comenzó de manera intensiva con la colonización europea, tan fundamental para el surgimiento del capitalismo. Una vez sojuzgadas y aprovechadas las tierras en Europa, la máquina que convierte la naturaleza en mercancía ha alcanzado al resto del mundo. La principal amenaza que los pueblos indígenas enfrentan es esta máquina extractivista que va cegando también la vida de quienes tratan de impedir su paso, la vida de los defensores del territorio. Y no solo ellos, la humanidad enfrenta una emergencia climática que promete muerte y amenaza la vida misma.
Ante la crisis climática, existen respuestas variadas. Hay posturas que niegan el fenómeno para no poner en riesgo el funcionamiento de la maquinaria extractivista al servicio del crecimiento económico capitalista. Las propuestas de qué hacer entre quienes sí reconocen el problema son diversas. Hay posturas ecofascistas que han propuesto incluso eliminar poblaciones con alta tasa de natalidad. Hay posturas que sostienen que el propio sistema capitalista dará la solución tecnológica al problema y también quienes piensan que el desarrollo de la energía nuclear es la respuesta. Todo menos ir en contra del crecimiento económico. Por otra parte, hay ambientalismos de tradición europea que cuestionan radicalmente el funcionamiento de la maquinaria extractiva misma, sin embargo, estos ecologismos siguen poniendo en el centro una naturaleza concebida como distinta de lo humano. Acorde a su manera de ser y estar en el mundo, la naturaleza sigue siendo un otro, solo que ahora un otro que hay que cuidar.
En sintonía también con sus propias tradiciones de pensamiento, desde los pueblos indígenas el ambientalismo se pronuncia como “defensa del territorio”, un territorio que contiene a la humanidad como un elemento más. Tal vez por esta razón, en conversaciones con mujeres zapotecas defensoras del territorio del agua o de los bosques, pocas veces se narran a ellas mismas como ambientalistas o ecologistas. En muchos casos su lucha se narra en lenguas que no hacen esas distinciones y en la explicación que dan sobre su labor citan frecuentemente las otras fuerzas no humanas que cuidan también los bienes naturales. Hablan de rayos enojados cuando se atenta contra los bosques o de las serpientes guardianas de los manantiales, de las entidades no humanas que posibilitan que los pulmones del planeta estén ahora en los territorios de la gente que ha sido calificada como silvestre, salvaje o primitiva.
La labor de los defensores del territorio y la naturaleza se inscribe también dentro de una lógica de trabajo colectivo: la labor de las mujeres, las familias, las personas de la tercera edad, las niñas y los niños sostienen la lucha. Cuando un defensor o una defensora es asesinada, esta violencia impacta en todo el colectivo. Aun cuando en la lista de las personas asesinadas por defender la tierra figuran individuos concretos, detrás de cada nombre y apellido hay familias y comunidades desplazadas, laceradas por la contundencia de los asesinatos. Sin embargo, la lógica colectiva detrás de la defensa del territorio también explica por qué la lucha continúa.
Estas visiones encontradas entre tradiciones de pensamiento que conciben la relación entre humanidad y naturaleza de manera tan contrastante generan espacios en los que es necesario hacer una traducción. Cuando se articula la defensa legal, las concepciones de lo que significa un río amenazado para una cultura deben traducirse al lenguaje jurídico, a la lengua que habla el derecho positivo. Por ejemplo, el significado complejo del agua para una cultura se traduce, se reduce y se resume en la frase “derecho humano al agua”. En muchas ocasiones, utilizar los instrumentos legales de la tradición occidental puede ser una opción más de defensa que, sin embargo, no garantiza siempre la vida de los defensores.
El Río Verde es uno de los más importantes del estado de Oaxaca y ha estado amenazado por un gran proyecto de la Comisión Estatal de Electricidad, la construcción del proyecto hidroeléctrico “Presa Paso de la Reina” en la costa oaxaqueña. El Río Verde es sagrado para muchas de las comunidades que atraviesa y cuyos modos de vida están ligados al río; la construcción de la presa afectaría a las comunidades pero también a reservas naturales en la zona. Desde el año 2007, ante esta amenaza, las comunidades, pueblos ejidos y organizaciones preocupadas por el proyecto crearon el Consejo de Pueblos Unidos por la Defensa del Río Verde (COPUDEVER). Las personas involucradas en la defensa del Río Verde no han escapado, lamentablemente, a los efectos de la violencia. Durante el proceso de lucha han sido asesinados Hugo Gómez Cruz, Fidel Heras Cruz, Noé Robles Cruz, Raymundo Robles Riaño, Gerardo Mendoza Reyes y Jaime Jiménez Ruiz. La traducción de lo que significa el Río Verde para las comunidades al lenguaje del derecho positivo ha dado victorias importantes por medio de amparos. También el 3 de mayo de este año, después de mucho tiempo de lucha, se publicó un decreto que deja sin efectos el instrumento legal con el cual el expresidente Enrique Peña Nieto había retirado la protección a ríos y cuencas para explotarlos sin consultar a los pueblos que habitan esos territorios. Sin embargo, la maquinaria extractivista y los megaproyectos estatales no descansan y el peligro nunca está totalmente conjurado; la violencia sigue siendo la respuesta sistemática a quienes privilegian las lógicas de la vida ante la emergencia climática.
Los pueblos y las personas defensoras de los territorios han hecho un esfuerzo por traducir a términos del derecho positivo y de las lógicas occidentales la importancia de su lucha. Parar la violencia hacia la tierra y hacia sus defensores implica necesariamente hacer un viaje de regreso, curar ese desgarramiento primero que justifica mercantilizar los bienes naturales, subsanar la violencia inicial de haber separado la tierra de nosotros. La emergencia climática está reclamando con fuerza, es un recordatorio de lo que el capitalismo nos ha tratado de ocultar: que somos y hemos sido naturaleza siempre. Escuchemos en medio de esta violencia ensordecedora, tal vez así podamos honrar la vida de quienes ya antes han escuchado.
Imagen de portada: ©Tania Ximena, Mi mente y la montaña están en constante estado de erosión, 2021. Cortesía de la artista