crítica Futuro DIC.2020

The Discomfort of Evening, Marieke Lucas Rijneveld

Explorar una casa en ruinas

Elisa Díaz Castelo

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The Discomfort of Evening, de le joven novelista holandés Marieke Lucas Rijneveld, es quizás la novela más escatológica que he leído. En ella se habla con una franqueza impactante de los excrementos y hay una escena traumática donde el padre de la protagonista le inserta pedazos de jabón por el culo como un remedio casero para el estreñimiento. Se trata, sin duda, de una novela no apta para un público melindroso. La obsesión de Jas, la niña que protagoniza esta historia, con su mierda comienza a partir de que muere su hermano mayor en un accidente. Unos días después, ella piensa: “I could hold in my poo. I wouldn’t have to lose anything I wanted to keep from now on” (“Podría aguantar las ganas de hacer popó. No tendría que perder nada que no quiera dejar ir de ahora en adelante.”). La mierda, o su ausencia, simboliza la relación que la protagonista tiene con la pérdida, lo imposible que le resulta aceptarla y procesar el duelo por su hermano, en un desplazamiento simbólico sobre el cual Freud tendría sin duda mucho que decir. Pero esta novela, con la que su autore se convirtió en le ganadore más joven del premio International Booker, es escatológica no sólo en la acepción literal del término sino también en la cristiana. La escatología bíblica se refiere a las “últimas cosas”, no sólo en el sentido de la muerte individual sino también en el colectivo del fin de los tiempos y, en tanto, al estudio del Cielo, el Infierno y la segunda venida de Cristo. La novela de Rijneveld es escatológica en la línea de lo religioso, pues gira en torno a la muerte del primogénito, que varias veces ocupa el sitio simbólico de Jesús, y sigue la historia de una familia enloquecida hasta el aniquilamiento por la absoluta devastación de este duelo. El mundo que ellos habitan es una especie de infierno o, en los mejores momentos, un purgatorio, donde cada miembro de la familia padece de modo retorcido y doloroso una culpa que no le pertenece. Jas no sólo desarrolla una relación patológica con sus propios desechos sino que también se inserta un alfiler en el ombligo, lo deja ahí y se niega durante años a quitarse una chamarra roja, cada vez en peor estado, donde guarda souvenirs peculiares, entre los que destacan los bigotes de un conejo. Obbe, el hermano mayor, expresa su rabia ante la muerte con un sadismo ejemplar: tortura y mata animales y, hacia al final de la novela, no sólo animales. La hermana menor, el personaje más luminoso del libro, planea escapar de la casa familiar utilizando su sexualidad recién descubierta. Los padres manejan la pérdida ausentándose por completo de la vida de sus hijos, negándoles cualquier muestra de cariño y prohibiéndoles recordar a su hermano. (Esta proscripción pareciera filtrarse en el nivel discursivo de la narrativa misma pues, si bien todo gira en torno a la muerte de Matthies, no hay ni un solo flashback, ni una sola escena, a excepción de la primera, en la que éste aparezca. Casi como si la narradora todavía acatara el mandato impuesto por el padre). Por su lado, el padre se refocila en un fanatismo que escandaliza incluso a los otros miembros de su congregación y la madre deja de comer. No creo que a Rijneveld le haya pasado desapercibido lo que esta familia —enferma de forma terminal con el duelo— tiene en común con la escatología cristiana, pues ella misma creció en un medio estrictamente religioso y la novela está sembrada con citas de la Biblia, muchas veces sacadas de contexto y que dan extrañas y perturbadoras flores. Se trata de un mundo tan enloquecido, de límites tan desdibujados, que la narrativa misma se vuelve casi surreal, pasa de una situación perturbadora a la siguiente como un niño que explora una casa en ruinas con los ojos vendados. La novela parece responder a la pregunta de qué le sucede a la mente, todavía en desarrollo, de un niño cuando se enfrenta con algo tan insondable como la muerte. Se trata de una de las exploraciones más cándidas, certeras y honestas de la psique infantil que me he encontrado en los últimos años. Y aunque la narración sí gira en torno a una serie de eventos desafortunados e inquietantes, también hay un continuo contrapunto luminoso, pues le autore, que publicó esta novela a los 26 años, se detiene en lo que la percepción del niño tiene de dúctil, fresca y milagrosa, y explota la veta inagotable de pensamiento metafórico y metonímico que rige a la mente en desarrollo. La lógica poco convencional y sorprendente de los niños sale a relucir, por ejemplo, cuando Jas comenta: “Kissing is for old people, and they do it when they’ve run out of words” (“Besarse es para la gente grande, y es algo que hacen cuando se les acaban las palabras”). Además, se explora la relación que los niños tienen con el lenguaje como materia, tan cercana a la de los poetas, como en el comentario de Jas a su hermana pequeña: “Some words are too big for your little ears; they won’t fit in” (“Algunas palabras son demasiado grandes para tus pequeñas orejas; no caben dentro de ellas”). La forma en la que Jas percibe el mundo que la rodea, dictada por la semejanza en lugar de la secuencialidad del pensamiento adulto, altera y determina el entramado narrativo de este libro. Con una destreza impactante, el arco se construye no sólo en torno a eventos lineales sino a partir de una serie de metáforas extendidas que dan la pauta de los cambios de escenas. En cierto punto, por ejemplo, la narración describe cómo la madre cura y prueba los quesos que prepara: “And she’d eat a piece of cumin cheese just the way she ate the white bread during communion at church, just as thoughtfully and devoutly, slow and staring” (“Y entonces comía un pedazo de queso de comino del mismo modo en el que comía el pan blanco durante la comunión en la iglesia, con el mismo aire pensativo y devoto, lento y con la mirada perdida”). A partir de la intromisión de este símil, que compara el queso con la hostia, la escena cambia y pasa a describir la religiosidad de la familia. El recurso de la metáfora, la agilidad y agudeza de la mente infantil, y esa lógica particular y atinada de la niñez, están avasallados por el duelo, se vuelven agrios y perturbadores a partir de la muerte del hermano. Los niños de esta novela son seres sin escrúpulos que se dejan llevar por sus pasiones más oscuras. Se explora a lo largo de sus páginas una de la violencias más difíciles de entender, de juzgar, de categorizar: la crueldad inocente de la infancia. Tanto Jas como Obbe inciden en actos brutales, se lastiman entre ellos y a otros seres vivos de formas profundas que los dejarán marcados para siempre. El descubrimiento preadolescente de la sexualidad, uno de los motivos recurrentes, pasa por el sadismo y el incesto; la libido para estos niños está cargada siempre de muerte. La novela se estructura en torno al vacío semántico que supone la violencia pura, cruda, visceral, de la que somos capaces los seres humanos. Este retrato en sombras de una etapa de la vida que nuestra sociedad suele idealizar me remite a la exploración que Michael Haneke hace de la infancia en películas como El listón blanco (2009) o Benny’s Video (1992). The Discomfort of Evening también es afín a Lord of the Flies pues en ambas la ausencia (en un caso simbólica y en el otro literal) de las figuras de crianza desencadena un borramiento de límites y la creación de una cosmología alternativa, radiante y perturbadora por partes iguales. Si bien es un hallazgo la forma en la cual le autore estructura la pulsión narrativa en torno al pensamiento metafórico, la segunda parte del libro pierde algo de su ímpetu, se mueve entre escenas con menos destreza y por momentos se estanca, volviéndose episódica. Una serie de saltos entre escenas crudas en los que no hay un arco narrativo claro ni una cohesión definida vuelven pesada y densa la lectura de la última parte. Además, hay algunos motivos recurrentes a los que les falta trabajo y profundidad. Sin embargo, me quedo con la exploración no edulcorada que esta novela hace de la niñez y el duelo, con la forma tan inusual con la que integra la metáfora y con sus muchas aproximaciones, algunas de ellas bastante sórdidas, a la escatología.

Michele Hutchison (trad.), Faber and Faber, Londres, 2020.

Imagen de portada: Mary Bishop, A Girl Hemmed in by Red Zigzags, 1969. Wellcome Collection CC