El Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) se ha caracterizado por una amplia oferta educativa, sus estudios sobre políticas públicas y el sentido crítico de su comunidad académica. Esto ha hecho que, con el paso del tiempo, dicho centro de investigación pública sea uno de los más importantes de México. No obstante, a partir del nombramiento de su nuevo director, se ha desatado una ola de destituciones opacas (remociones en cargos administrativos y despidos de investigadores) y de decisiones arbitrarias. Ante esto, la comunidad estudiantil y docente del centro ha respondido con una serie de protestas, como la toma de las instalaciones, algunas marchas y cierres de avenidas.
La doctora Lorena Ruano, profesora investigadora de la División de Estudios Internacionales, ha sido una de las principales abanderadas de estas manifestaciones. Su larga y reconocida trayectoria intelectual coincide ahora con la defensa de su lugar de trabajo.
¿Cómo era el contexto político cuando te decidiste a desarrollar tu vida académica en el CIDE?
Cuando llegué al CIDE en el 2002, después de mi posdoctorado en Italia, México atravesaba por un momento muy particular en el que se buscaba revertir la fuga de cerebros por medio de diferentes programas e incentivos gubernamentales. La visión de esta institución brindaba una muy buena oportunidad porque ofrecía muchísimo espacio para crear. En un plano personal, también me parecía que en México podía aportar más que en el extranjero, ya que hay muchos investigadores europeos que estudian su misma región pero aquí no había nadie, de tal forma que iba a llenar un hueco que hacía falta y, además, tendría la posibilidad de ser alguien en mi campo que le pudiera servir al país. Otra cuestión bastante sugerente era que había posibilidades de hacer proyectos con financiamiento externo, que es lo que yo he hecho desde hace años, traer fondos internacionales para poder investigar.
Tristemente, ese panorama se ha ido deteriorando, tanto en el país en general como en el CIDE en particular. Lo cierto es que hemos perdido demasiados profesores, quizá desde el primer gran recorte en 2015, pero a partir de 2018 la fuga de cerebros ha sido constante. Yo siempre he dicho, porque soy muy crítica, que escogí la academia para poder decir libremente lo que me da la gana. Por eso nunca busqué algún puesto diplomático o en alguna organización internacional. A mí me gusta decir lo que opino, yo siempre sentí esa libertad en el CIDE. Y ahora no, esa sensación se ha acabado.
¿Sería mejor buscar más autonomía en los centros de investigación para que puedan permanecer ajenos a las coyunturas políticas?
Mi reflexión es que lo que se había venido construyendo en los últimos cuarenta años se destruyó muy rápido en los meses recientes. Una de las herramientas que blindaba el presupuesto de ciencia y tecnología de cualquier vaivén político en México eran los fideicomisos, y todos los que tenía el CONACYT desaparecieron en aras de un discurso simplista sobre la corrupción y la austeridad. Queda claro que para este gobierno el control presupuestal es una de las herramientas de dominio político más eficaces. A lo largo de los veinte años que llevo en el CIDE nos dedicamos a construir una reglamentación interna que le diera cierta autonomía al centro. Cuando yo llegué no había estatuto de personal académico, lo tuvimos que redactar. ¿Y en qué consistió? En establecer las evaluaciones del personal, los términos del ingreso, promoción y permanencia, en que estos estuvieran basados en criterios académicos, reduciendo la subjetividad y la verticalidad lo más posible. Promovimos que las decisiones se tomaran por cuerpos colegiados, que hubiera una comisión dictaminadora para evaluar el trabajo de los profesores y que no fuera el director general quien lo determinara. Durante todo ese tiempo, construimos un andamiaje interno para blindar las decisiones del CIDE de esa posible interferencia. Lo que está pasando ahora es el debilitamiento de una autonomía basada en los reglamentos y los cuerpos colegiados. Siempre ha habido cierta interferencia del poder, pero no tan cruda y no al extremo de saltarse los procedimientos. Además, yo diría que sí hay una visión muy particular de lo que es la ciencia para esta administración, una visión sesgada que pasa desde prohibir áreas enteras de investigación (como la biología genómica), hasta el intento de mandar a la cárcel a 31 científicos en agosto del 2020. Dichas acciones terminan sembrando miedo entre la comunidad, y ese miedo no solo está presente en el CIDE.
En ese sentido, cuando parecería que se agotan los mecanismos de diálogo y las vías institucionales, ¿se podría afirmar que “el profe marchando también está enseñando”? ¿Por qué dar un paso al frente y tomar el liderazgo político?
Porque estamos viendo amenazado nuestro trabajo, su esencia, que es la libertad de expresión, la libre cátedra e investigación. Sin eso no podemos trabajar. Así de simple. Y también porque varios de nosotros llevamos muchos años construyendo este sistema para mejorar la calidad del trabajo que se hacía en el CIDE. Hoy vemos que esa calidad y ese prestigio también están siendo afectados. Además de estos principios abstractos, hemos visto destituciones de colegas que actuaban de buena fe y conforme a la ley, que fueron echados para censurarlos. Eso genera alarma en cualquier comunidad académica. No estamos imaginando cosas, el director actual del CIDE dijo que suspendió las comisiones dictaminadoras para correr a algunos “casos delicados”. No fue una decisión basada en que estas personas no cumplieran con los requisitos de producción y docencia, es una purga por razones políticas. Y a los estudiantes —quienes realmente fueron la vanguardia de la movilización y armaron la primera marcha— nosotros decidimos apoyarlos, no habíamos pensado en protestar de esa manera. ¿Para qué salimos a las calles?, para apoyar a nuestros alumnos porque tienen toda la razón. Ellos vieron en peligro sus propios programas de estudios, a los profesores con los que querían tomar clases y sus enormes esfuerzos para entrar y permanecer en el CIDE. Siempre les estamos diciendo que si no cumplen con el reglamento se tendrán que ir y, de repente, llega alguien que ignora el reglamento y a ellos eso obviamente los alerta. Sí se percibió como una amenaza muy clara y contundente que esta persona llegara con instrucciones de destruir lo que encontramos como lo más valioso del CIDE, que es su calidad académica.
¿Por qué es tan simbólico que se hayan metido con el CIDE?
Se meten con nosotros por varias cuestiones, una de ellas es que el CIDE era crítico en temas que le importan al gobierno por su naturaleza política. Esto en un instituto que estudia ciencias duras quizá no resultaría tan evidente, pero nosotros, como hacemos ciencia política y evaluación de políticas públicas, queda muy claro que tenemos “otros datos”. Además, es cierto que hay una parte de la administración científica que ve al CIDE como lo que ellos llaman “neoliberal” porque, después de la crisis de los ochenta, durante los noventa, se reconstruyó con una visión distinta… Yo no la llamaría “neoliberal”, sino más bien “modernizadora”, en el sentido de hacer una institución que cumpliera con estándares internacionales de desarrollo científico. La idea era crear un centro que pudiera estar entre los mejores del mundo. Por último, el CIDE había sido muy exitoso en conseguir proyectos con financiamiento externo, y esto también molestaba, porque les daba bastante independencia a los investigadores. A pesar de trabajar en un centro público de investigación, lográbamos saltar un poco la restricción presupuestal y tener contratos. Eso les molestaba mucho.
¿Por qué hoy en día se necesita más investigación científica de calidad en el país?
Porque nuestro trabajo es producir conocimiento, le guste o no al gobierno. Nuestro trabajo es educar, no adoctrinar. El CIDE, a través de sus investigaciones científicas, tiene un prestigio enorme y eso molesta al poder: que tengamos otros datos, que seamos críticos, que no seamos un centro invisible. Pero habría que enmarcar la situación dentro de una política mucho más amplia, una política destructiva contra la ciencia que no ha construido nada nuevo y que, por el contrario, lo que busca es centralizar las decisiones y dotar de mayor margen de discrecionalidad a las autoridades.
Que a su vez, se puede ver reflejada en otras instituciones de educación superior…
Por supuesto, el CIDE no es la primera institución a la que le pasa esto. Les ha ocurrido a otros centros públicos; entonces, lo que es nuevo es que la comunidad entera opuso resistencia. Desde un punto de vista comparativo, me parece que lo que sucede es un síntoma de un patrón de corte autoritario bastante claro.
Imagen de portada: Manifestación de la comunidad del CIDE, 2021. Fotografía de ©Ricardo Eloy. Cortesía del artista