Puedo imaginar al Gran Políglota viviendo una vida larguísima, durante la cual aprende una cantidad inusitada de lenguas, ni él mismo sabe cuántas, al grado de que no recuerda cuál fue la primera, cuál de todas las lenguas que habla es su lengua materna, algo que no sólo no lo perturba, sino que por el contrario lo llena de orgullo, como la prueba tangible de su poliglitismo sin límites. Cree incluso que este olvido es la causa de su desmesurada capacidad de asimilación lingüística y también, dicen algunos, de su legendaria longevidad. Nadie sabe, en efecto, cuándo ni dónde nació esa máquina de idiomas abocada a una incansable absorción de palabras de todas latitudes. Una capacidad monstruosa, pero pasiva; monstruosa porque pasiva, afirman otros. En efecto, el Gran Políglota, aprendido un idioma, no lo olvida, pero tampoco lo actualiza porque no tiene materialmente el tiempo de practicarlo, ya que siempre está ocupado en aprender un idioma nuevo. En el fondo, el Gran Políglota no habla ninguna lengua, pero aprende una nueva cada dos o tres meses. Es un archivo muerto de lenguas, una especie de diccionario viviente. Se le puede consultar como a un diccionario y toda consulta obtiene una respuesta instantánea y precisa. Traduce de cualquier idioma a cualquier otro con celeridad y exactitud, pero no habla con nadie, no conoce el arte de la conversación o lo ha olvidado, absorbido por su trabajo de inmensa fagocitosis verbal. Y ha sido tan increíblemente longevo (algunos dicen que tiene más de doscientos años, otros aventuran cifras aun superiores), que los idiomas que conoce se han extinto, al menos en la forma en que aprendió a hablarlos, y el Gran Políglota no puede hacer nada para evitarlo, siente cómo se desgajan de su ser día tras día, ya no aprende ninguno nuevo para tratar de contener esa hemorragia, pero no puede evitar que se vayan cayendo a pedazos y sabe que de este modo reconocerá al fin su idioma materno, cuando éste, que será el último en abandonarlo, se caiga una mañana de su lengua, dejándolo definitivamente mudo.
Tomado de Fabio Morábito, El idioma materno, Sexto Piso, México, 2014. Se reproduce con autorización.
Imagen de portada: Performance Molly Haslund, CIRCLES, 2013. Fotografía de Matilde Haaning