Pequeñas labores es un libro organizado en fragmentos, listas, anotaciones, comentarios, observaciones, ensayos breves y lecturas que Rivka Galchen lleva a cabo en relación con y en paralelo a la crianza de su pequeña hija, apodada la Puma, y en la última página del libro reapodada la Pollita…, pues ésta habría comenzado a desplazarse. Los apodos que cada madre o padre suelen poner surgen de las características que en cada niño o niña se asoman según sea la etapa que esté viviendo, en relación con cómo se muestra y se mueve su cuerpo; la etapa aquí aludida es sobre todo el nacimiento del cuerpo y sus necesidades. De ahí que la crianza en los tiempos preverbales se asemeje tanto a la de los animales, y que casi siempre los apodos tengan ese fondo, por su sonido, por su sentido y por sus desplazamientos. Así las guaguas y los niños o niñas pueden ser chinitas, pollitos, gatitas, perritos, o pumas, como en el caso de la hija de Rivka. A lo largo de este breve libro la autora observa y toma nota del universo de la crianza —faceta inicial principalmente— y de todo lo que ese universo supone en escenas familiares, muchas veces descritas de manera cómica: rituales absurdos de su guagua, guaguas de otras personas, guaguas en el arte, en la literatura, en el cine, madres en la literatura, madres escritoras, maternidades que van alumbrando quizá su propia maternidad, o desalumbrándola según sea el caso, cosas ridículas aunque comprensibles que hacen las madres, todo tipo de subjetividades, trastornos del embarazo, paranoias, hormonas, como las que zapatean en la autora ante los comentarios de esa imbatible vecina, en el texto llamado “Dinastía”, cito: “Había gastado más espacio mental del que me parecía posible respondiéndole a una dinastía imaginaria”. Rivka deja rastro por medio de un diario de vida en el que confiesa que puede estar horas pensando en estas cosas y concluye: “Otro problema con ser madre de una guagua es la soledad”. La maternidad es una suma de pequeñas labores en muchos casos invisibles de tan repetidas, pequeñas labores de día, pequeñas labores de noche. Rivka narra con gracia esos periplos absurdos que a veces una madre enfrenta con resignada desesperación y hasta con un mordaz sentido del humor. La maternidad enseña la paciencia, a punta de respirar, de contar y de cantar es que se aprende, y este libro, escrito sin más ínfulas que las de dejar registradas algunas experiencias o ideas que suponen la llegada de una guagua a la vida de una madre, también habla de eso. De una madre, porque aquí son ella y su hija, y el resto del mundo. La presencia del padre es más bien invisible, salvo por la aparición en la fotocopia del pasaporte o en una acotación al paso. Quizás esto tiene que ver con que en la mayoría de los textos está el registro de ese primer tiempo de la maternidad, donde la relación que tenemos con la guagua es muy privada, umbilical, una especie de extensión del embarazo, de esa comunicación y traducción secreta en la que todavía nadie más logra entrar. La madre es quien llega a saber primero lo que le pasa: si hambre, si sueño, si caca, si muda. Si pensamos en el reino animal viene a la mente la madre ahí sola con los cachorros recién llegados al mundo. En el registro de sus pequeñas labores la mayoría de las veces, por no decir todas, están Rivka y la Puma, cito:
Apareció como un animal, un mono del viejo mundo recién descubierto, pero uno con el que podía comunicarme profundamente: era un sentimiento inquietante, tóxico, contra natura. Un sentimiento como de magia negra. Casi nunca nos separábamos.
Éste es un libro escrito en sintonía con los tiempos maternales y con el tren de pensamientos que supone toda maternidad, tren que poco a poco se abre a la ejecución de esas otras pequeñas labores, las que representan un aire en la maquinaria maternal, las que corren en paralelo a los quehaceres domésticos, como la escritura y la lectura en el caso de Rivka. El sentido de la frase “pequeñas labores” puede así tomar dos vertientes de las que se nutre: Pequeñas labores maternales y Pequeñas labores individuales. Acciones que se reúnen en el mismo cauce, pero que no son lo mismo. Textos que conviven en el mismo libro. Rivka habla del trabajo doméstico, de cuánto pesa, pero lo hace sin padecimiento, y a propósito de esto la autora recuerda un texto que leyó en la universidad que: “proponía abolir el trabajo doméstico, porque no producía nada; se hacía y luego se empezaba de nuevo”. Aunque una pensaría que el trabajo doméstico podría muchas veces propiciar las condiciones para un trabajo no doméstico… Lo que predomina aquí me trajo a la memoria la imagen de Sísifo llevando la roca una y otra vez a la cumbre de esa casera montaña maternal, como un acto irrepetible, aunque sin el peso de una condena. Su propia experiencia, la de Rivka en relación con la idea de la rutina, logra condensarla en una imagen hermosa y similar a la del mito: “a veces me encontraba a mí misma imaginando a una mujer que una y otra vez llenaba de agua una jarra rota”. Rivka trae a colación otra historia, la de la madre de unas gemelas que se había sorprendido a sí misma pensando comprensivamente en una mujer que ahogó a sus cinco hijos, y ella después de eso: “Llamó a su madre. Su madre le dijo: ‘La guagua humana es inútil, la guagua humana es como ningún otro animal, los animales al menos pueden caminar, mientras que la guagua humana es una nada’”. Esa condición de la guagua humana aquí descrita en voz de la madre de la amiga es una que toda madre asume hasta que el crecimiento crea autonomía. La maternidad forja el temple, para bien o para mal. Esto me llevó a preguntarme —muchos de los textos del libro gatillan otras reflexiones— si acaso todas las mujeres están preparadas para la maternidad. Ser madres es algo complejo precisamente porque nadie nos enseña, y lo más difícil es que sólo podemos saberlo teniendo la experiencia, por eso es que hay maternidades que se van al carajo, como la de esa madre que ahogó a sus cinco hijos, y de paso se ahogó ella también. Lo haya hecho o no, después de eso no tendría sentido seguir. Las guaguas se sienten contenidas en el universo de la repetición, los cambios no son bienvenidos en la pequeña humanidad, y la labor de una madre pareciera tener que ver en parte con esto, con propiciar ese loop de las mismas actividades, de los mismos horarios, que son en definitiva el hábitat dentro del cual las cosas se desarrollan de manera constante. “Ilusión del tiempo detenido”, dice Rivka, como cuando se quedan viendo un mismo video o escuchando una misma canción por horas, que se hacen eternas. La repetición como contención, como refugio, como seguridad para el niño o la niña que ha llegado al mundo. Por eso es que ante cualquier intento de la madre por hacer algo diferente, lo que llamaría pequeñas labores individuales, siempre pareciera salir el tiro por la culata. Trabajar en otra cosa que no tenga que ver con la guagua es algo completamente incomprensible para la guagua, porque ellas, por muy guaguas, tienen antenas e inmediatamente hacen aparecer un gruñido o un llantito de manifiesta incomodidad. Entonces la madre vuelve a lo mamífero y asume eso como parte de las primeras renuncias que están en la base de toda maternidad. Y Rivka es consciente cómicamente de ello. Intenta distraerse y vuelve a lo mismo, aunque finalmente en el empeño sí logre hacer algo, y prueba de ello es este libro en el que conviven labores maternales con labores individuales. Estar al servicio de otro es un ejercicio que sólo es posible asumir desde el amor y la humildad. Y Rivka escribe, como quien deja rastro o constancia del trajín cotidiano que todo esto supone. Lo que se amarra finalmente a una reflexión: cada maternidad es particular, no hay formas de maternidad, sólo hay madres. Madres que están aprendiendo, como ella, que lo harán siguiendo un instinto que se despierta y se ajusta con el tiempo, y que se encargarán de lo que esté dentro de sus posibilidades. Sin emitir juicios morales, ni sermonear, ni dar consejos, pues en Pequeñas labores no hay escuela, sino las derivas de una madre y sus quehaceres plasmados en cada una de las entradas de este libro. Mientras está pensando en la comida puede pensar en una novela, en ropa de colores, en una escritora, en la vecina, en los pañales, y en la muerte, ah, ese pensamiento mayor que acecha a toda madre y a todo padre y que Rivka titula “Un nuevo tipo de depresión”: “Es verdad eso que dicen, que un hijo te da una razón para vivir. Pero también un hijo es una razón por la que no tienes permitido morirte. Hay días en que esto no se siente bien”.
Antílope, Ciudad de México, 2018
Imagen de portada: Carlota Bonnecaze, At Home, Dancing, 1896. Fuente: Louisiana Research Collection