Hace ya varios años que los lectores se interesan mucho por un tipo de literatura que podríamos llamar de lo inquietante, lo oscuro, lo tenebroso, incluso lo macabro. Entre quienes practican este género —mezcla de terror, distopía, literatura fantástica y policial— hay muchas mujeres y algunas están teniendo una repercusión internacional inédita en comparación con otros momentos de la literatura hispanoamericana. Agustina Bazterrica (Buenos Aires, 1974) es una de ellas. Escribe desde muy joven, pero se hizo notar cuando su novela Cadáver exquisito ganó el Premio Clarín de Novela en 2017. En ella describe un mundo en el que, por una extraña enfermedad que sufren los animales, su carne ya no es comestible. Para no volverse locos, los seres humanos legalizan el canibalismo. Se trata de un libro muy impactante en lo moral, que llena al lector de preguntas sobre el mundo en el que vivimos pero, en especial, acerca del futuro. La publicación fue un éxito de ventas: se tradujo a más de veinticinco lenguas y vendió más de medio millón de ejemplares. Luego Bazterrica reeditó su libro de cuentos Diecinueve garras y un pájaro oscuro y finalmente, en 2023, publicó su más reciente novela, Las indignas, sobre otro mundo catastrófico, uno donde el cambio climático lo ha arrasado todo y en el que un grupo de mujeres, confinadas en un convento para sobrevivir, crean una sociedad autosustentable.
De las etapas de trabajo de un libro (investigación, escritura, corrección, promoción), ¿cuáles disfrutas y cuáles padeces?
Disfruto todas porque tengo, por ahora, el privilegio de vivir de mis libros, con lo cual puedo dedicarme a investigar durante el día. Antes trabajaba en otras cosas y no lo podía hacer. En la actualidad estoy conectada todo el tiempo con la literatura. Estoy en estado de literatura, inclusive cuando lavo los platos o camino. Todo me enriquece. Lo que me pasa con la investigación es que hay que aprender a identificar dónde detenerse, porque los temas son infinitos. Ahora estoy releyendo, para una novela nueva, La divina comedia, y luego voy a investigar sobre brujas: son temas potencialmente infinitos. Respecto al proceso de escritura, lo disfruto un montón. Suelo hacerlo por la noche, pero siempre hay un momento de angustia cuando una no sabe muy bien cómo seguir o qué palabras usar. También disfruto la promoción. En la Feria del Libro de Guadalajara estuve dos horas y media firmando ejemplares. Experimento un agradecimiento muy grande cuando algo así sucede. Desde luego, las giras de promoción también cansan.
Si estás escribiendo una novela, ¿podés irte de viaje un mes e interrumpir el proceso de escritura?
Sí. Porque, aunque en ese mes no esté escribiendo, sigo reflexionando sobre el libro. Anoto ideas, pienso en los personajes, leo cosas que me puedan servir. Así mantengo vivo el libro. De hecho, Las indignas se me ocurrió en un viaje a una Feria del Libro en Perú.
¿Cómo fue?
Una amiga y yo fuimos a visitar el monasterio de Santa Catalina. Todo era supersiniestro y éramos las únicas turistas. Los cuartos estaban ambientados como si las monjas vivieran ahí. Entrabas a otra habitación y parecía que había una de ellas rezando, pero era un muñeco. Fue aterrador. Salí de ahí diciendo: tengo que escribir algo sobre monjas. Además, estudié en un colegio de religiosas alemanas. Pero lo que importa siempre es el cómo; sobre monjas ya se escribió muchísimo, así que la cuestión era cómo hacer algo nuevo. Dejé macerar la idea durante un par de años, tiempo en el cual volví a leer el Quijote. Cuando llegué al pasaje de la Santa Hermandad se produjo en mí otro clic. Todo terminó de cobrar sentido cuando encontré la voz de la narradora; que siempre es lo que más importa, lo que guía el relato.
¿Encontraste rápidamente la voz del narrador en Cadáver exquisito?
Sí, el libro arrancó cuando entendí que debía ser un narrador en tercera persona que siguiera de cerca a Marcos, el protagonista.
Cuando escribías las partes más truculentas o explícitas de Cadáver exquisito (el matadero, los frigoríficos, los criaderos de humanos para el consumo de su carne), ¿también vos te estremecías?
No, para nada, pero la pasé mal durante los meses previos, con las lecturas relacionadas. Vi miles de videos en los que torturan y faenan animales. Nunca fui a un frigorífico, pero algunos lectores que trabajan en esos lugares me dijeron que las descripciones eran precisas. Obviamente no hay ningún frigorífico donde faenen humanos. Lo terrorífico es pensar que todo está dispuesto para que pudiera ser así. A la hora de escribir me vuelvo muy fría con el material y, al mismo tiempo, me dejo llevar. Hay autores que programan todo antes de escribir. Yo no.
¿En qué medida sabes cómo será un libro antes de empezar a escribir?
Muy poco. De ese libro sabía que legitimaría el canibalismo y que al personaje principal le regalarían una hembra. Eso era todo. Ni siquiera pensaba que tendría un hijo muerto. Todos los otros personajes aparecieron en la escritura.
¿Te interesaba intervenir en el debate sobre el veganismo y el vegetarianismo? Fueron temas muy discutidos cuando se publicó el libro.
Sí. La idea surgió porque dejé de comer carne y el libro expresa todas las reflexiones que esa decisión suscitó en mí. Cómo animalizamos a ciertos humanos, cómo humanizamos a ciertos animales. Pero intenté no escribir un libro panfletario. No me interesa colonizar la mente de nadie y me parece violento querer imponer mis ideas a los lectores. De modo que la cuestión aparece, pero traté de no bajar línea. Converso con estudiantes de muchas escuelas del continente que han leído el libro y los debates entre ellos van más allá de la cuestión del veganismo. Hablan de temas como el capitalismo, la trata de personas, la violencia cotidiana.
El libro se vendió muchísimo y en muchos países. ¿Cómo sobrellevas ese éxito de ventas? ¿Cómo se maneja el ego cuando a un libro le va muy bien?
Yo medito desde hace varios años, y tengo claro que el ego lo tenés que trabajar hasta el día en que te mueras. Si te ganás un premio o vendés mucho y eso te lleva a creer que sos el Gran Escritor, puedes dejar de escribir. Por otro lado, cada libro es una búsqueda, y siempre existe el riesgo de fallar. Mi primera novela es una búsqueda fallida, por eso no la reedité. Doy lo mejor en cada libro —media hora pensando una palabra, corrijo de manera obsesiva— pero sé que puedo equivocarme. Cada libro es un borrador. Publicás el mejor borrador posible, pero siempre lo podrías mejorar. De modo que trato de vivir todo esto con un enorme agradecimiento pero con la conciencia de que puede ser transitorio.
Luego de un suceso como Cadáver exquisito, ¿sientes inhibición a la hora de escribir el libro siguiente, sabiendo que va a tener muchos lectores y que quizás esperen algo específico de tu literatura?
Lo que también aprendí es que no podés satisfacer a todos los lectores. No hay manera. Querer que tu libro sea bien recibido universalmente es una utopía. ¡Hay gente a la que le disgusta Mrs. Dalloway, de Virginia Woolf, o Crimen y castigo! Imaginate entonces lo que puede pasar con mis libros. Tengo muy claro eso. Con Las indignas llevé la escritura a un registro más poético, con repeticiones, palabras tachadas y juegos por el estilo. Yo sabía que había lectores de Cadáver exquisito a quienes no les iba a gustar ese tipo de propuesta estética, pero era lo que quería hacer en el momento. No voy a escribir Cadáver exquisito 2, porque me estaría faltando el respeto a mí misma; me estaría traicionando. Hubo gente que leyó Las indignas y me dijo que era el mejor libro que habían leído en sus vidas (les agradecí, pero les pedí que leyeran La guerra y la paz) y otras que dijeron —e hicieron todo lo que estaba a su alcance para que me enterara— que era el peor libro publicado desde el nacimiento de la imprenta. No hay que engancharse ni con unos ni con otros.
¿Y cómo sos como lectora?
Creo que soy exigente. Leo de todo: poesía, ensayo, narrativa. Leo lo que cae en mis manos; tengo el problema de que soy voraz y creo que cualquier cosa me puede enriquecer. También doy talleres de lectura y ahí aprendí un montón, a mirar mucho más allá de lo argumentativo para desentrañar los recursos que usa el autor o la autora; observo las repeticiones de ciertas palabras, los registros tonales. Por eso me interesa mucho más leer libros que trabajen con la textura idiomática, que libros que únicamente se concentran en la trama. Por eso me cuesta mucho leer best sellers, tienen que ser muy buenos para que los termine. Por otro lado, hay autores que siempre estudio.
¿Como cuáles?
Juan José Saer, Borges, Cortázar, Virginia Woolf, Flannery O’Connor, Lorrie Moore, Toni Morrison, Clarice Lispector. Vuelvo y vuelvo a ellos.
¿Y te interesa seguir las novedades editoriales?
Depende. Sigo a algunos autores contemporáneos, como Gabriela Cabezón Cámara, Fernanda Melchor, Mónica Ojeda. Pero hay autores contemporáneos de los que leí un libro y no me interesó seguirles la pista.
Si empezás a leer un libro, ¿tenés que terminarlo?
Antes me pasaba eso, pero ahora creo que tengo menos tolerancia. De modo que si no me interesa, es raro que le dé muchas oportunidades. Obviamente vivo, como todos nosotros, con la esperanza de que voy a leer todo antes de morir. Y, por supuesto, no va a suceder. El otro día en un club de lectura hablábamos de la película Ghostbusters, de la primera escena. Van a buscar al primer fantasma en una biblioteca pública inmensa y hay una señora fantasma leyendo. Yo quiero ser esa señora fantasma. Cuando me muera quiero volver para seguir leyendo.
Imagen de portada: Fotografía de Denise Giovaneli