dossier Daños Colaterales SEP.2018

Algunas reflexiones sobre el dibujo

daniela franco

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Les dessins sont aussi une sorte d’écriture. Hélène Delprat


En su libro El odio a la música, Pascal Quignard explora múltiples maneras de circunvenir la escritura, de sustituir al lenguaje: “El silencio sin duda fue el que me hizo decidirme a escribir; pude hacer el siguiente trato: estar en el lenguaje callándome”. El arte ha sido siempre, en mi caso, una forma de estar en la escritura callándome. Contar historias y construir poemas sin recurrir nunca a la página escrita. Para mí, la escritura que no escribe tenía una estructura clara que seguía las convenciones de la ficción, siempre orquestada, colectiva y de fácil confusión con la realidad. El dibujo, en contraste, ofrece un espacio asemántico, lejos del lenguaje articulado y que me permite seguir escribiendo sin escribir. Todos los actos físicos de la escritura: tomar un lápiz, sentarse en un escritorio para vaciar en una hoja lo que “no puede ser traducido en forma de lenguaje para ser retenido y nada de lo que puede ser hallado por el lenguaje para ser dicho. Lo inverbalizable”. El dibujo como el acto último de traducción. De construcción poética. De narrativa. Para el artista conceptual, el dibujo es un resquicio por el que puede rebelarse ante el proceso y la producción. En contraste con los elaborados requisitos del arte contemporáneo, el dibujo se realiza de forma casi monacal. Sin colaboración, sin tecnología, sin producción, sin soporte teórico. Una suerte de trabajo artesanal y vulnerable que da, a la vez, el falso alivio de estar en total control de la obra. El dibujo es el arte más primitivo que permite un regreso cíclico a su propio origen (no es anodino que la mayoría de los “artistas marginales” y los niños sean dibujantes). Y es en ese estado primario que el virtuosismo es irrelevante y deja lugar a la obsesión y la compulsión; a los universos personales y ficticios. De ahí que el faux o new naïve se haya abierto paso a lo largo de los últimos quince años hasta dominar el panorama del dibujo actual. El dibujo ingenuo es así paralelo a la poesía conceptual: libera al trazo de la opresión de la métrica, de la obstrucción de la maestría. Wittgenstein decía que la única forma de conocer la intención de una imagen es si el autor la escribe debajo de ella. Estas series de dibujos, a la vez intensamente personales y llenos de contraintes ocultas y sobresaturación de referencias son, como el resto de mi trabajo, formas de escritura. Deconstrucciones poéticas, traducciones asemánticas, textos con palabras que intentan ser imágenes e imágenes que les niegan cualquier intención y significado.

Daniela Franco vive y trabaja entre Querétaro y París. Su obra se sitúa entre el arte conceptual narrativo y las intersecciones entre artes visuales, música y literatura. La base formal de su práctica artística es la creación de proyectos orquestados en los que colaboran escritores y músicos; y su base conceptual es la creación de ficciones a partir de las coincidencias, la cotidianeidad y su leve alteración. Las reglas autoimpuestas al estilo del movimiento literario francés Oulipo (con el que ha colaborado en diversas ocasiones) son recurrentes en su trabajo. Franco encuentra su plataforma principal en la interdisciplina y la colaboración: el artista que es al mismo tiempo escritor, antropólogo, dibujante, editor, músico; el artista como colaborador activo y comprometido con otros artistas, otras disciplinas, el público, el discurso crítico y las instituciones culturales. Esta artista ha desarrollado en los últimos años proyectos en torno a las colecciones, los archivos, las topografías, los anecdotarios y los objetos encontrados: Plan de París, serie de topografías realizada en colaboración con escritores y poetas; Face B, archivo en línea de imágenes relacionadas con la música, y el libro de artista Sandys at Waikiki en colaboración con Enrique Vila-Matas, Fabio Morábito y Juan Villoro, entre otros.