Vestida de negro, con el rostro inmutable, Bertha von Suttner sube al escenario de la sala de conciertos en Oslo. Es el 18 de abril de 1906, el mismo día del fatídico terremoto en San Francisco que dejará más de tres mil víctimas mortales. Las fuerzas letales de la naturaleza son incontrolables. En cambio, las fuerzas de la guerra siempre pueden detenerse. En todo momento existe la posibilidad de bajar las armas, soltar el fusil y entablar un diálogo que desanude el conflicto. Bertha von Suttner lo sabe, no por nada ha dedicado los últimos años de su vida a defender y promulgar la paz en el mundo. Los periódicos escriben sobre la ceremonia, sobre Bertha, la segunda mujer galardonada con el Nobel. Marie Curie, por sus investigaciones sobre la radiación, fue la primera. En 1903, cuando se le concedió el premio, aún se desconocían los efectos de sus hallazgos. Los descubrimientos de Curie cambiarán por completo la potencia de la guerra. Con la distancia de la historia es imposible no preguntarse por qué Bertha von Suttner ha sido, en comparación con Curie, condenada al olvido. Bertha lee su discurso del Nobel con una voz ronca, sin ningún gesto o ademán que altere su postura. No se exalta, no hace apelaciones. Sabe que habla con la verdad: “La felicidad sólo puede crearse y desarrollarse en un ambiente de paz”. Y aunque reconoce que aún se idolatra la organización militar y se exalta la absurda necesidad de matar, ella confía. “El futuro siempre será mejor que el pasado”, llegará el día en que la guerra sea tan sólo material de lectura. Una vez más, la implacable mujer austriaca, que se ha ganado motes como Conciliatrix o Generalissimo of the peace movement, sube a un escenario. Ahí, frente a un distinguido público masculino, sin titubear ni un solo segundo, Bertha von Suttner habla. Ella sabe que ése es su premio. ¿Qué piensa una persona cuando recibe el Nobel? ¿Estará Bertha haciendo una revisión fugaz de su vida? ¿Estará pensando en el día que decidió salir a curar a los heridos de la guerra? ¿O en el día que se puso a escribir un libro? ¿Cuándo dejó de ser Alguien y empezó a ser la segunda mujer con un Nobel?
Entre los años 1877 y 1878 Bertha y su marido, Arthur, se ofrecieron como voluntarios para cuidar a los heridos de la guerra ruso-turca. La Guerra de Oriente, como también se le conoce al conflicto, no sólo fue famosa por la repartición territorial, sino por las crueldades cometidas contra la población civil. Ese contacto directo con la guerra puede leerse en las páginas que diez años más tarde Bertha dedica a la devastación en los campos de batalla. ¿Habrá nacido ahí su vocación pacifista? Rodeada de sangre y desgracia, Bertha von Suttner viró hacia la senda más honrosa que puede elegir una persona, pero también la más difícil. ¿Cómo combatir la necesidad de venganza? ¿Cómo luchar contra los anquilosados parámetros de justicia? Las naciones dictan y reparten, mientras son sus pueblos los que sufren. Bertha hablará de esto en su novela más famosa, de la opresión de los pueblos y los mandatos absurdos. Pero antes viajará a los campos de batalla, vendará heridas, aliviará dolores y en medio de tanta muerte emprenderá el combate por la vida. Nunca volverá a ser la misma. Bertha Felicie Sophie nació el 9 de junio de 1843 en Praga, en una familia de tradición aristocrática y militar, como muchas mujeres educadas del siglo XIX. Escritora y traductora, sus biógrafos consignan que fue ella quien inspiró en Alfred Nobel —el tan afamado inventor de la dinamita (cómo obviar las ironías en esta historia)— la idea de crear el Premio Nobel de la Paz, destinado a todos aquellos que trabajan por la reducción de los ejércitos y la promoción de congresos de paz en el mundo. Aunque tal vez los biógrafos deberían contar que una vez Bertha perdió su nombre en las páginas de un libro, y por un momento se convirtió en Alguien, un anónimo que escribía por primera vez sus convicciones. En 1888, bajo el pseudónimo Alguien, Bertha publica el libro La era de las máquinas. A diferencia de muchas otras escritoras del siglo XIX, que ocultaron su voz tras un nombre masculino (pienso en Charlotte Brontë como Currel Bell, en Aurore Dupin como George Sand y en muchas otras), Alguien no les da el gusto de saber si firma un hombre o una mujer, y aunque la indeterminación la protege, a su vez incomoda. ¿Quién es Alguien? Podría ser cualquiera, cualquier persona que se oponga a la guerra. Es posible considerar La era de las máquinas el preludio de su gran obra, un preludio anónimo. Convencida de que la paz debe prevalecer, pero lejos todavía del activismo, Bertha von Suttner escribe otra novela para narrar las desgracias de la guerra. En su mano la escritura se convierte en resistencia y herramienta de lucha. Bertha primero investiga, estudia los conflictos europeos, acude a la voz de otra mujer que habla del dolor para contar su propia historia. Lee libros, diarios, documentos de la Cruz Roja en los que Florence Nightingale narra la muerte (por no decir guerra de nuevo, pero también para iluminar realidades ocultas) de Crimea. Junta toda la información posible, su relato será una ficción mezclada con historia. En 1889 se publica esa novela, obra cumbre de Bertha von Suttner, titulada ¡Abajo las armas! El libro rápidamente consigue una popularidad insospechada, es traducido a varios idiomas y vende miles de copias. Un éxito rotundo. Si la literatura cambiara el curso de la historia, definitivamente ya no habría guerras. Las detalladas descripciones del campo de batalla que Bertha pone en voz de Martha Althus —personaje central de la trama—, deberían ser suficientes para despertar la conciencia de la gente, pero no lo son. Ninguna descripción del dolor y el sufrimiento provocados por cada una de las guerras que aparecen en la novela —1859, 1864, 1866 y 1870-1871— es suficiente para que incluso los personajes dentro de la ficción cambien su opinión sobre los conflictos armados. Ni siquiera el padre de Martha, en su lecho de muerte, termina su frase de arrepentimiento. No le alcanzó el aliento para condenar la guerra. ¿Nos alcanzará a nosotros? Hace mucho la escritura dejó de ser la vía principal para comunicar el horror. Pocos años después de la muerte de Bertha von Suttner, la experiencia intransmisible de la guerra abandonó las palabras. Primero las imágenes fotográficas y después el video superaron en precisión cualquier descripción detallada de los hechos. No hay nada más gráfico que la transmisión en vivo de un bombardeo, de una masacre. Pero ni siquiera el testimonio contundente de la imagen alcanza para instaurar la paz en el mundo. ¿Cómo podría entonces lograrlo la escritura? Tal vez por eso, Bertha von Suttner no se conformó con el éxito de ¡Abajo las armas!, y siguió su camino hasta llegar a ser la primera mujer galardonada con el Nobel de la Paz en 1905, aunque la ceremonia tuvo lugar hasta el año siguiente. Imagino que Bertha termina su discurso de recibimiento y el público le aplaude, pero ella no sonríe, no se turba. ¿Acaso dudó que ese día llegaría? Tal vez piensa en su novela. En lo equivocados que están quienes afirman que su participación activa en la lucha por la paz la llevó a escribir un libro exitoso. Fue el libro el que la empujó al activismo. La literatura no cambia el mundo, pero cambia a la gente. La escritura no detiene las guerras, pero despierta conciencias, radicaliza, transforma. Después de ¡Abajo las armas!, Bertha von Suttner no será más una escritora, a partir de entonces se dedicará a defender una única causa. En 1891, funda la Sociedad Austriaca de los Amigos de la Paz y ese mismo año hace su primera aparición pública en el III Congreso Mundial por la Paz en Roma. Es la primera vez que una mujer habla en el Capitolio —no siempre le toca el segundo lugar en la historia—. Pero a Bertha von Suttner el reconocimiento más importante, el financiamiento que tanto le solicitó a su gran amigo Alfred Nobel, le llegó tarde. El primer Nobel de la Paz se entregó en 1901 a Frédéric Passy y a Jean Henri Dunant, y los siguientes años, tres hombres y un instituto fueron galardonados. Aunque el testamento de Nobel la describe a ella a la perfección, Bertha tuvo que esperar cinco años para recibirlo. Tal vez por eso no se conmueve. O tal vez los periódicos mienten y el 18 de abril de 1906, la mujer de negro perdió la frialdad y gritó frente al auditorio: “¡Abajo las armas!”. Y, quizá, nueve años después del premio, el 21 de junio de 1914, ésas fueron también sus últimas palabras, porque a Bertha von Suttner no le faltó el aliento para pronunciar una vez más su consigna-título. Si las palabras no alcanzan para detener la guerra, por lo menos no desisten. Tras el grito ahogado ante el horror, surgen como estandarte de lucha, como afirmación de la vida. Mientras existan, parece afirmar Bertha von Suttner —eterna promotora del diálogo—, la paz es posible.
Imagen de portada: Imagen de portada de ¡Abajo las armas! de Bertha von Suttner, Cátedra, 2014 (Detalle).