Notas desde el interior de la ballena, de Ave Barrera
Lo roto no es el afecto, es el lenguaje
Leer pdfEn El corazón del daño, María Negroni escribe: “Mi madre: la ocupación más ferviente y más dañina de mi vida. Nunca amaré a nadie como a ella. Nunca sabré por qué mi vida no es mi vida sino un contrapunto de la suya”. Estas líneas podrían pertenecer a Notas desde el interior de la ballena, el libro más reciente de Ave Barrera (Guadalajara, 1980) publicado por Lumen. Más que una historia sobre la tensa relación entre madre e hija, éste es un intento de la narradora de comprender a su madre, aunque sea in absentia, con sus errores y aciertos, y a la vez de comprenderse a sí misma, como mujer pero también como individuo que se aparta del entorno familiar para erigir su propia identidad.
En los últimos años, la literatura latinoamericana ha experimentado una tendencia creciente a explorar la naturaleza de los vínculos paternofiliales: la representación del padre o de la madre, las implicaciones de la maternidad, las nuevas paternidades. Prueba de ello son, por ejemplo, Dios fulmine a la que escriba sobre mí, de Aura García-Junco, en el que la narradora trata de desentrañar la esquiva figura de su padre; Casas vacías, de Brenda Navarro, que analiza desde un doble ángulo la construcción social y psicológica de la maternidad; Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, de Mónica Ojeda, que relata el viaje que hace la protagonista para encontrar a su padre, quien la abandonó años atrás; o el ya mencionado El corazón del daño, de María Negroni, libro autobiográfico y honesto sobre la ajada relación entre la narradora y su madre. Por otro lado, resulta por demás curioso que, mientras hijos e hijas someten a escrutinio a las figuras paternas y maternas, autores como Andrés Neuman (Umbilical), Alejandro Zambra (Literatura infantil) o Eduardo Halfon (Un hijo cualquiera) hayan escrito, en esta coyuntura, libros sobre lo que significa ser un padre feminista, deconstruido y sensible en estos tiempos posmodernos.
Pero, aunque guarda ciertas afinidades con los libros señalados, la genealogía de Notas desde el interior de la ballena es otra. La autora lo deja en claro desde el inicio: Ave Barrera bebe de Una mujer, de Annie Ernaux; de The Heroine’s Journey, de Maureen Murdock; de When Women Were Birds, de Terry Tempest Williams; y de Una madre es un piano triste, de María Malusardi, entre muchas otras. Mezcla de novela, ensayo y memoria, el libro recupera algunas de las mayores virtudes del oficio narrativo de Ave, como el dominio de la técnica y la precisión en el uso del lenguaje, pero flaquea al momento de delinear personajes que dejen su estampa en el lector. Me explico: un personaje puede estar bien perfilado, bien caracterizado, e incluso poseer señas de identidad que lo distingan de los otros, y aun así carecer de una sólida definición en sus siluetas, en sus contornos, en la imagen que nos legan. Es el caso de la madre, que se va desdibujando a medida que avanzamos en la lectura, mientras el personaje de la narradora va adquiriendo fuerza conforme se aproxima a su destino. Es también el caso del padre, de cuyo mundo recibimos sólo un pequeño atisbo; no lo reclamo: no es ésta su historia, a pesar de jugar un papel en ella. Se trata, pues, de un juego de apariciones y desapariciones, de personajes que se evaporan, se extravían, reaparecen, vuelven a perderse.
Ernst Saemisch, Mujer portuguesa, 1951.
No es la primera vez que Ave Barrera escribe una historia de fantasmas. Ya en su novela anterior, la ambiciosa Restauración (publicada por Paraíso Perdido en 2019 y por Editorial Contraseña en 2021), nos presentaba a Min, una restauradora a la que su novio, Zuri, le encomienda restaurar la casona neocolonial de su tío abuelo Eligio. Ganadora del Premio Lipp en 2018, la novela es una muestra de la pericia de Ave en la construcción de estructuras narrativas. En Restauración nos encontramos con distintos niveles de lectura: en el presente, la disfuncional relación entre Zuri y Min, con los desplantes y abusos del primero y la dependencia y sumisión de la segunda; en el pasado, el infeliz matrimonio entre Eligio y Gertrudis, con el personaje de Chava (guiño a Salvador Elizondo, aunque Farabeuf sirve como palimpsesto de la novela entera) como elemento disruptivo y, a la vez, propiciatorio; nos encontramos con el yin y el yang, el sueño y la vigilia, lo masculino y lo femenino, la fotografía y la percepción de la realidad. Más compleja en su construcción que Puertas demasiado pequeñas (2016), primera novela de la autora que se centra en la capacidad del arte para poseernos y llevarnos al límite de nosotros mismos, Restauración recupera de ésta la atención al detalle, el gusto por los engranajes narrativos, la habilidad para construir escenarios oníricos. Si en Puertas demasiado pequeñas nos dejábamos arrastrar por la agilidad en el desarrollo de la trama y por el carisma de los personajes, en Restauración las descripciones, logradas pero fatigosas, terminan por ahogar el corazón emocional del libro, es decir, la historia de las dos parejas que se funden y se diluyen en un espacio y un tiempo indeterminados.
Ya en su segunda novela, la narradora afirmaba: “Restaurar es fabricar un bello fantasma”. Podríamos decir, entonces, que Notas desde el interior de la ballena también busca reconstruir a un fantasma, uno más cercano a la autora y, por lo tanto, más doloroso: “Al escribir estas notas siento como si abriera la reja de algo que estuvo contenido durante todo este tiempo, removiéndose en la oscuridad”, apunta. Por lo mismo, no estoy segura de que el ritmo interno del libro esté del todo conseguido: el lector podría pasar de la rabia a la ternura, de la indiferencia a la comprensión, de la pena al sosiego y de éste a la entereza y la aceptación. Pero no: el tono suele ser, las más de las veces, uniforme. En la búsqueda de la perfección formal, en la que Ave Barrera se empeña con cada libro, se pierde algo de la empatía, de la capacidad para sentir compasión (en el sentido de “padecer con”, de acompañar al otro en su dolor) por la narradora o por el personaje de la madre, Marielena. Celebro la palabra calculada, la firme voluntad de escribir sin aspavientos sobre un tema que podría haber derivado en la sensiblería o el desahogo: “vine aquí para escribir sobre esto, sobre el duelo, pero también sobre la vida, sobre la fractura, sobre mi madre y sobre nuestras mutuas ausencias”; celebro también las imágenes que Ave traza con delicadeza y amor por el lenguaje: “mi madre es un río, se aleja y no vuelve. Yo voy navegando a la deriva”; celebro la memoria y su diálogo con el presente: “no pertenezco tampoco a la ciudad donde ahora vivo, no del todo, no pertenezco a ninguna parte, el espacio que consideraba mío ahora solo habita en el recuerdo”; y celebro, finalmente, la escritura como ancla y representación del mundo: “lo que escribo, lo que pienso mientras escribo y lo que la escritura me hace sentir, conforman una masa oscura, llena de prolongaciones que enraízan en el tejido de la memoria”.
Ernst Saemisch, Miedo, 1948.
Al bosquejar el retrato de una ausencia, la memoria tiende a evocar los grandes acontecimientos —las discusiones, los quiebres, los instantes de regocijo, los momentos decisivos—. Ave, en cambio, posa la mirada sobre lo minúsculo: “tenía fe en el progreso por medio del esfuerzo, su oración era el pan, la carne y la manteca”; “compraba tres tacos dorados rellenos de nada y los hacía rendir con varias rondas de lechuga, salsa y queso”; “sus manos huelen a jabón Maja, y su nuca a colonia de bebé Mennen”; sin dejar de lado los eventos capitales de su vida, como haber sido educada por los testigos de Jehová. En ese desplazamiento hacia el pasado, está la búsqueda de una figura que la elude, la de su madre antes de ella: “su vida de antes es un espejismo que necesito para sostener el presente”. Pero, paradójicamente, al final del túnel no está —o no únicamente— su propia madre, sino una médica, una esposa, un cuerpo inmóvil sobre la cama, víctima fatal de cáncer en el cerebro. Y, sobre todo, una mujer. El reproche tácito de Marielena, que la narradora asume como cierto —haber renunciado a su carrera por amor—, desemboca en la necesidad de la hija por convertirse en alguien para ser vista por la mujer sacrificada: “Mi madre está cerca, pero no está conmigo, no soy su compañera, soy muy poca persona para eso”.
En el fondo, lo roto no es el afecto, es el lenguaje: “Ahora puedo reconocer su amor en cada una de las prendas que elaboró para mí, pero crecí pensando que ella no lo sentía porque nunca le puso palabras”. Y lo roto es también el silencio, su incapacidad para abrazarlo y habitarlo: “Mi madre jamás me dijo: te amo”. No obstante, como en la historia de Jonás y la ballena, la narradora obedece, se desdice, se reafirma, elige su propio rumbo, se equivoca, es perdonada, regresa al camino, pero con una mirada diferente.
Hacia el final del libro, la narradora viaja a Guerrero Negro, en Baja California Sur, para avistar ballenas. Al tocarlas, descubre que: “En otro plano de la realidad ocurre el contacto con ese mundo abismal en que encuentro la nota grave y prolongada que proviene del fondo de la grieta, un lenguaje que está mucho más allá de las palabras, y su calma y su consuelo se encuentran más allá de la razón”. Es justo ese lenguaje, inaudito y próximo, cotidiano y al mismo tiempo inalcanzable, el que Ave Barrera persigue en estas páginas sobre su madre.
Ave Barrera, Notas desde el interior de la ballena, Lumen, Ciudad de México, 2024.
Imágenes de la exposición La naturaleza íntima de la vida. Ernst Saemisch 1902-1984, en el Colegio de San Ildefonso. Cortesía del museo y Ernst Saemisch A.C.
Imagen de portada: Ernst Saemisch, Miedo, 1948.