Vivimos tiempos excepcionales, la pandemia del coronavirus nos llegado como un golpe de conciencia que advierte y amenaza a la vez, el reto para la humanidad consiste en reconocer de manera crítica todas aquellas acciones que nos han conducido a la situación que ahora vivimos; un confinamiento global en la era de mayor comunicación posible debido a los avances de la tecnología, es decir, una completa ironía, pues cuando más fácil nos resulta o resultaría poder entablar diálogos con personas que habitan en los confines más distantes según la geografía de cada quien, es precisamente el momento en el cual no podemos o no debemos por salud, mantener contacto físico con nuestros seres queridos, amigos, familiares, compañeros de trabajo y demás seres humanos que son parte de la cotidianeidad, estamos recluidos en el contorno de un sistema que nos apresa por su propia naturaleza. La crisis de humanidad, que afrontamos desde tiempo atrás, ahora tiene con la aparición de nuevas pandemias (recuérdese a la influenza) un gran reto en pleno siglo XXI, época que, dicho de paso, fue ideada y soñada como aquella en que la humanidad habría superado muchos de los lastres que aún continuamos sufriendo, en la literatura como en textos científicos hay testimonios de lo anterior, visiones futuristas alcanzaron a señalar el desarrollo tecnológico, pero también supusieron el malestar de nuestros pueblos por acciones equívocas o contrarias para el bienestar. Hoy vivimos como espejo algunas de esas advertencias que no escuchamos, lo sorprendente que resultan muchos de los inventos más novedosos de la ciencia y la tecnología quedan inservibles ante la mutación de un virus, mutación que además en muchos casos que registra la historia ocurre por la manipulación de seres humanos. La ponderación de lo que se ha llamado “progreso” y equiparado con bienestar fracasó innegablemente, pero hasta la fecha gobiernos y políticas capitalistas se empeñan en la terquedad buscando que la ecuación funcione. La realidad es que la humanidad se ha llevado al borde de sí misma por la depredación de la naturaleza, la desarticulación de la seguridad social (salud, trabajo, hogar) y el deseo de acumulación a que conduce la avaricia inscrita en el ADN del propio sistema. La pandemia mayor es la vorágine capitalista desde hace siglos. Revertir el daño que se ha causado al medio ambiente y a la humanidad en general no consiste únicamente en seguir al pie de la letra las indicaciones que ahora asumimos y acatamos por salud social para el combate de la pandemia del coronavirus, requerimos replantear desde la raíz la forma de relacionarnos como seres humanos con nuestro entorno natural, y no hacerlo desde la profundidad de las entrañas del propio sistema que nos rige. Dicho de otra manera, hay que desgranar cada uno de los elementos sistémicos que nos han llevado a esta situación, cuestionarlo todo para poder ir rearmando el rompecabezas social desde una estructura basada en una lógica diametralmente opuesta al capitalismo que ahora nos oprime y nos enclaustra. Estos tiempos por demás complejos, en los que se nos exilia entre las paredes desquebrajadas del propio mundo en que vivimos, deben servirnos para poner en marcha la conciencia como herramienta emancipadora, como crítica de la razón y la sinrazón que enfrentamos. La crisis humanitaria pone en peligro la existencia de nuestra especie y a las demás especies, al planeta mismo, nuestro llamado hogar, al cual nos encontramos confinados sin escapatoria. Si esto es verdad, entonces ¿por qué nos empeñamos en destruir nuestro entorno e incrementar el daño social-económico que pesa sobre millones de seres humanos? Se ha pretendido convertir la vida en una mercancía, se le fijan valores de cambio y de uso que la despojan de su esencia original, una esencia que no es cuantificable en términos mercantiles, pero que el sistema comercializa al instante en que se le condona su continuidad mediante el consumo de otras mercancías, haciendo con intención declarada una ecuación deshumanizante que amenaza la existencia misma del ser humano. Por eso una de las primeras cuestiones que resaltaron en la escena mundial al declararse la pandemia por la propagación masiva del coronavirus fue la endeble situación de la existencia de millones de seres humanos a lo largo del mundo, debida a que las condiciones económicas de empobrecimiento, explotación y marginación se incrementaron con los años. La desarticulación de derechos sociales, como la salud y el trabajo, manifiesta su repercusión agudizada con los efectos la pandemia que ahora sobrellevamos. Otro de los efectos secundarios de la pandemia del coronavirus, potencializado por los medios de comunicación y los centros del poder “hegemónico”, es la discriminación del saber y la información difundida. Se habla hasta el cansancio de la crisis que se vive en países europeos o en los Estados Unidos, nación que ya encabeza la lista de contagios en el mundo, ¿pero qué pasa en continentes como África, el resto de Asia y Oceanía? Y, en el caso de América Latina, ¿cuál es la situación que se vive en las naciones caribeñas y centroamericanas de las que no se habla? El constante silencio sobre realidades diferentes a las que marca el canon occidental denota la continua colonialidad del saber que en pleno siglo XXI se muestra como herramienta de discriminación y segregación, tal y como fuera usada originalmente durante los años del establecimiento de los dominios coloniales. En este contexto de utilización del saber, piénsese en los conocimientos diametralmente opuestos al occidentalismo como son la diversidad de saberes emanados de las culturas originarias de nuestra América, al igual que de las culturas milenarias del resto del mundo; por ejemplo, la gran riqueza cultural de los pueblos asiáticos y africanos, que podrían dar luz para enfrentar el flagelo que significa la actual pandemia que afrontamos. La marginación que provoca el eurocentrismo de otro tipo de conocimientos surgidos de formas distintas de relacionarse entre humanos y con la naturaleza podría ser el camino de luz que ahora necesitamos. No se trata aquí de desprestigiar la ciencia ni sus aportes, pero sí se trata de reconocer que el desarrollo científico desapegado de los principios humanistas ha olvidado y/o sometido las aportaciones que darían el ejercicio de escuchar con humildad la experiencia milenaria de sobrevivencia. Además, la ciencia usada como parte del “desarrollo civilizador”, también ha sido partícipe de procesos contrarios al bienestar de la humanidad. El panorama es muy complejo, el futuro de la humanidad peligra por las políticas capitalistas e imperialistas que en este contexto han quedado evidenciadas nuevamente por su inhumanidad. El reto inmediato es garantizar las vidas de todos y todas, las luchas necesarias y venideras están en el marco del respeto y aplicación de los derechos laborales, la organización es indispensable para la planeación de políticas socialistas que beneficien a la humanidad y contribuyan a erradicar la pandemia mayor que por siglos ha oprimido y explotado a lo largo de todo el orbe. Hagamos de estos tiempos de confinamiento tiempos reflexivos que nos permitan volver al sueño original de un mundo mejor. Poner fin al ya degrado sistema capitalista es y será un acto real de amor y conciencia en favor del porvenir de la humanidad.
Cristóbal León Campos es historiador por la Universidad Autónoma de Yucatán, editor de Disyuntivas. Cuaderno de Pensamiento y Cultura y autor de En voz íntima. Coordinador de la Cátedra Libre de Pensamiento Latinoamericano “Ernesto Che Guevara”. Integrante fundador de la Red Literaria del Sureste México-Nuestra América.
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Imagen de portada: Desinfección de las calles en Brasil. Fotografía de Renato Gizzi, 2020. CC