Yo, Pájaro

Especial: Diario de la pandemia / dossier / Junio de 2020

Nell Leyshon

Traducción de: Elisa Díaz Castelo

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Es el mes de mayo y es temprano por la mañana. Me despierto y abro los ojos y miro el mundo —el cielo hacia el este está más claro que el cielo hacia el oeste y el sol nuevo se levanta con lentitud sobre el final de la tierra. Amanece. Ha comenzado el canto. Todos lo están haciendo, sobre los tejados, sobre los cables de teléfono, ahí arriba en el cielo. Todos hablan a gritos del sol naciente. Ahora es mi turno así que me encaramo sobre mis dos patas y me paro en la orilla de mi nido. Miro a mi alrededor y abro mi pico y fluye y fluye. El canto de los pájaros. Es ruidoso, llena el cielo. Yo, Pájaro, también estoy cantando. Y una vez que haya cantado el nuevo día hasta hacerlo existir, extiendo mis alas, las sacudo nada más porque sí. Y después coloco mi peso adelante, siento cómo mis dos patas se levantan del nido, me siento caer en el aire. Ah, aquí estoy. Muevo mis alas hacia un lado y hacia el otro. Arriba y abajo. Me inclino a la izquierda, a la derecha. Mientras vuelo mis pequeños ojos lo abarcan todo. Miran todo. Vuelo de vuelta, miro el edificio donde está mi nido, el tejado plano con las unidades de aire acondicionado, silenciosas ahora que las oficinas están vacías. Miro el edificio de junto, la calle debajo, los coches vacíos y a las personas. El sol de la mañana destella en las ventanas de vidrio. Me alejo volando de los edificios altos, le doy vuelta al domo de la catedral y luego veo el río sinuoso, una serpiente de plata que descansa. Vuelo junto a ella, sobre cada uno de los puentes, sobre el parque y los árboles con sus primeros retoños de primavera y sus primeras flores. Luego junto a la casa amplia con muchas ventanas donde vive la Reina. Las calles están vacías, son largas líneas grises. Gusanos. El cielo es todo mío. El aire está limpio y no lo atraviesan líneas blancas, no llegan aviones a aterrizar de mañana, todos están estacionados en el aeropuerto, en línea, sus motores en silencio. Doy vuelta y vuelo sobre el río, más allá de la catedral y del más alto edificio de vidrio, luego doy vuelta alrededor de la galería de arte, miro la cuadra de edificios altos, sus departamentos caros. Me duelen las alas. Me acerco, aterrizo en un balcón y me percho; mis dos garras de afianzan con nitidez sobre la baranda. Inclino la cabeza a un lado y miro a través del vidrio. Esto es lo que yo, Pájaro, observo: Hay una cama grande y dos personas sentadas en ella con las cabezas recargadas sobre unas almohadas. Miran a través de las vastas ventanas de vidrio hacia la ciudad. La mujer sostiene en su mano una taza. El hombre, una máquina de teléfono celular en la suya. Ellos hablan y puedo escuchar lo que dicen pues yo, Pájaro, sé todo. La mujer me mira y dice: —Ay, mira, un pájaro. El hombre no dice nada. La mujer baja su taza y suspira. —Cantan tan fuerte los pájaros en la cuarentena. El hombre asiente sin decir nada. —Es como si todo el asunto con el virus fuera un experimento de retorno a la vida silvestre —dice ella—. Debe haber más pájaros este año. Nunca cantan tan fuerte. —Nunca. —Y huele el aire —dice ella, inhalando—. Nunca había olido así. Sin contaminación. Está tan limpio. —Lo está —dice el hombre. (Todavía mira su máquina de teléfono celular y no levanta la vista para mirar el aire transparente y azul ni al hermoso pájaro -yo- en su balcón.) —¿Sabes qué? —dice ella—. Yo creo que el mundo va a cambiar. Cuando termine la crisis yo creo que vamos a abordar el tema del cambio climático y a cuestionar el énfasis en hacer dinero sobre la salud y el bienestar de las personas. Creo que vamos a ver que el capitalismo extremo ha sido un error y nos volveremos personas más amables. —Ah, sí —dice el hombre. (No está escuchando en realidad, está revisando la bolsa de valores en su máquina de teléfono celular y preocupándose sobre el valor de una de las últimas acciones que compró en una compañía minera que se está desplomando como las piedras que quitaron de la tierra para encontrar los metales preciosos que forman parte de cada máquina de teléfono celular.) —¿Me escuchas? —pregunta la mujer. —Siempre escucho —dice el hombre. —Es sólo que tengo tanta esperanza en el futuro —ella dice. —Sip. El hombre deja su máquina de telefonía celular sobre las cobijas y toma su taza de café. La sostiene en ambas manos, mira hacia afuera, ve el hermoso pájaro (a mí) en su balcón. —Esos pinches pájaros se cagan en todos lados —dice. Ella ni siquiera lo escucha, sueña con el futuro de la raza humana: cómo se van a apoyar los unos a los otros y los países van a ser gobernados por líderes benevolentes y las personas van a transportarse a pie y en bici y seguirán sonriendo cuando pasen al lado de los otros en la calle. El hombre toma su café y hace un cálculo mental. Si se deshace de la mitad de sus trabajadores, puede mantener su margen de ganancia. Mira al cielo detrás de mí. ¿Qué es lo que dicen?, se pregunta. Ah, eso es. Nunca hay que desperdiciar una buena crisis. Siempre se puede hacer dinero en la crisis. He visto suficiente, escuchado suficiente. Me doy media vuelta, mi culo hacia ellos. Levanto las alas de mi cola, me relajo y dejo que salga cada pizca de mierda que tengo en mi cuerpo. Aterriza húmeda y pegajosa en su balcón. El hombre lo mira. Salta de su cama y derrama su café sobre sus sábanas blancas y caras. Me río. Excelente. Inclino mi peso y me dejo ir de la baranda. Levanto mis alas y me voy y estoy arriba, arriba. Muevo mis alas hacia un lado y hacia el otro. Arriba y abajo. Me inclino a la izquierda, a la derecha. Mientras vuelo mis pequeños ojos lo abarcan todo. Miran todo. Yo, Pájaro, todo lo observo. Yo, Pájaro, todo lo sé. Sé que la razón por la cual nuestro canto es tan fuerte es porque no hay competencia: no hay aviones, no hay autos. Siempre cantamos así de fuerte pero los humanos no podían escucharnos por el sonido que hacían sus propias máquinas. Vuelo de vuelta sobre el río, paso el parlamento donde los sistemas informáticos ronronean, haciendo planes para el gran regreso a la normalidad. Vuelo sobre la ciudad silenciosa y luego vuelvo a mi edificio, a mi nido de varas rotas y musgo. Necesito aprovechar esto, la paz, los cielos azules, el silencio de las unidades de aire acondicionado, pues no durará. Yo, Pájaro, todo lo sé. Yo, Pájaro, he hablado.

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Imagen de portada: Un pájaro cantando en el balcón. Fotografía de Mad Ball, 2012. CC