Durante milenios, los seres humanos hemos modificado los paisajes naturales para nuestro beneficio, causando así que el planeta pierda su biodiversidad. Ahora, sin embargo, la alteración y el deterioro suceden a un ritmo alarmante. Justo por eso Paul Crutzen llamó en 2000 a la era actual Antropoceno, y gracias al trabajo de Gerardo Ceballos y sus colaboradores, hay otros que reconocen nuestro tiempo como el de la sexta extinción masiva. Ambas posturas se relacionan con los grandes trastornos que hemos causado en los ecosistemas y con el desplazamiento de animales y plantas. Solo unas pocas especies han logrado adaptarse a nuevas formas de vivir y en particular es sorprendente verlas en zonas densamente pobladas por seres humanos.
Hoy, más de la mitad de la población humana vive en ciudades y, de acuerdo con el Reporte Mundial de las Ciudades, en 2030 la cifra aumentará a poco más del sesenta por ciento. Las zonas urbanas son inhóspitas para la vida silvestre. Por ejemplo, si fuésemos ardillas o ratones, tendríamos que atravesar, con el riesgo de ser atropellados, calles o avenidas para ir de un parque a otro a buscar alimento o refugio. Si fuéramos abejas o colibríes, nos resultaría muy difícil encontrar néctar en medio de grandes manchones de vegetación que no producen una sola flor que polinizar; y si fuésemos aves sería complicado escuchar el canto de una posible pareja debido al ruido constante de los autos y de las máquinas en funcionamiento.1 Aun con este panorama desolador, en la fauna silvestre existen casos sorprendentes de especies que no solo han logrado sobrevivir a estos cambios tan abruptos en sus hogares y hoy ya están completamente urbanizadas, sino que, además, han logrado expandir su área de distribución y aumentado su población. Este es el caso de los coyotes (Canis latrans).
Los coyotes, del náhuatl coyotl, son nativos de Norteamérica. En su monografía de 1977, Marc Bekoff explica que la distribución original de estos animales era Neártica, es decir, se ubicaban en la porción templada al norte de América: desde Alaska hasta las montañas de México. Sin embargo, pronostica que la especie se extenderá por el resto del continente.2 James W. Hody y Roland Kays confirmaron esa expansión: para 2018 la distribución geográfica de los coyotes alcanzó Panamá, ampliando la distribución hacia el este y sur de América del Norte y Central. Anteriormente, lo único que les impedía llegar a Colombia era la selva impenetrable de la región del Darién. Sin embargo, en 2010 por primera vez en esa zona se registraron ejemplares mediante fototrampeo (cámaras accionadas por el movimiento de los animales). Al norte del continente también son novedad los reportes de coyotes en ecosistemas insulares de Estados Unidos, como Fishers Island y Long Island de Nueva York, y las islas de Sanibel y Captiva en Florida.
En movimiento
En 2018 Hody y Kays analizaron el proceso de expansión de esta especie utilizando sistemas de información geográfica, fósiles, ejemplares de museos, informes y registros de agencias de manejo de vida silvestre de repositorios en línea.3 Obtuvieron dos mapas: uno con la distribución de los coyotes en el Holoceno, la era geológica que inició hace alrededor de once mil setecientos años, y otro con su área de distribución en intervalos de diez años desde 1900 hasta 2016. Con la información reunida concluyeron que el área de distribución histórica de los coyotes en América del Norte era más grande de lo que generalmente se había sugerido en la comunidad científica. En particular, el mapa de intervalos de diez años muestra cómo y cuándo los coyotes extendieron su área de distribución hacia hábitats boscosos.
Por investigaciones y reportes de parques nacionales y fundaciones dedicadas a la conservación de la naturaleza se ha pensado que los coyotes llegaron nadando a las islas gracias a las mareas bajas de algunas temporadas. Aunque es posible que la fragmentación de bosques, la eliminación de carnívoros más grandes que ellos, la creación de caminos y depósitos de basura urbanos, así como su gran facilidad de adaptarse a casi cualquier lugar y de reproducirse con gran rapidez hayan impulsado la expansión de la especie por toda Norteamérica, es difícil comprobarlo.
El periodista Paul Rowley reporta que en las islas de Vashon y Maury, en Washington, ha aumentado el número de coyotes, lo cual se sabe porque la gente comenta en las redes sociales haberlos visto nadar. Para entender la dinámica, personal del Carnivore Spotter en colaboración con investigadores del Woodland Park Zoo y de la Universidad de Seattle, han catalogado los avistamientos de los residentes y han recolectado muestras de excrementos para aislar el ADN de los animales que ya habitan la isla. El objetivo es saber la identidad de los ejemplares y saber más del crecimiento de su población. Esta metodología también les ayuda a tener herramientas para inferir de qué área provienen los coyotes y cuál es su relación familiar con sus congéneres de la región, incluyendo la parte continental.
Habitantes de las ciudades
En ciudades de Estados Unidos y Canadá es común encontrarse con coyotes merodeando en callejones o en la basura. De hecho, algunas estadísticas indican que no es un solo individuo el que se ve de vez en cuando, sino que pueden ser más. Por ejemplo, en The Bridge se dice que, según reportes en la ciudad de Toronto, el número de avistamientos aumentó de 798 en 2017 a mil 257 en 2019. En una publicación de enero de 2020 la periodista Lauren O’Neil explicó que el personal de servicios de animales de la ciudad de Toronto también ha detectado este aumento.4 Los coyotes se acercan a las casas porque la gente deja comida a su alcance o incluso se la ofrece. Su presencia dentro de las ciudades implica conflictos potenciales, por eso en algunas áreas verdes incluso hay letreros que recomiendan no alimentarlos ni acercarse a ellos.
En realidad, los ataques de coyotes a humanos son poco comunes, aunque llegan a suceder. Según científicos del proyecto Cook County Coyote, la actividad de estos animales es mayor durante la noche, cuando hay menos personas alrededor; así evaden espacial y temporalmente a los humanos, algo que tienen en común con muchas otras especies que coexisten con nosotros.
Un grupo de investigadores de la Universidad de Ohio confirmó esta idea cuando observó que los coyotes han disminuido su actividad durante el día en las áreas urbanas en donde hay más gente.5 Por otra parte, parecen preferir zonas de las ciudades con vegetación boscosa y arbustiva, donde puedan encontrar refugio lejos de las personas. La evidencia muestra que estos animales realmente no buscan conflicto con nosotros, simplemente tratan de adaptarse al nuevo hábitat que hemos modificado.6
El Dr. Ryan Orgera, director ejecutivo de Sanibel-Captiva Conservation Foundation, sugiere que la manera de reducir el riesgo de situaciones de conflicto entre coyotes y humanos es utilizando correas para pasear a nuestras mascotas, especialmente si es de noche. Además, recomienda que, si el simple hecho de ver a un animal de estos incomoda, es fácil espantarlo gritando y agitando los brazos para que huya. Pero sobre todo, señala, nunca se debe alimentar a un coyote. Stewart Breck y colaboradores apuntan que los coyotes urbanos son más audaces y exploradores que los rurales. Posiblemente esto se deba a la forma en que las personas los tratan; es decir, la gente los persigue en zonas rurales y en las áreas urbanas rara vez los ahuyentan y, además, les ofrecen comida, lo que representa una recompensa positiva que los acerca a lugares más poblados.
En el portal Naturalista de CONABIO hay muchos reportes de coyotes en carreteras de México e incluso en áreas urbanas como Zapopan, Jalisco, y seguramente no pasará mucho tiempo antes de que la gente empiece a ver más coyotes en otras ciudades. Es por ello que estamos a tiempo de pensar en nuestra responsabilidad y reflexionar sobre nuestra relación como especie con la vida silvestre en entornos urbanos. Una respuesta útil sería contar con políticas públicas que fomenten la convivencia respetuosa. La estrategia no es eliminar a los animales, sino ser conscientes de que las poblaciones humanas se expanden invadiendo los entornos naturales y que las especies más adaptables aprovecharán la comida y los desechos que dejamos a nuestro alrededor.
En el mundo ya hay ciudades que están cambiando de perspectiva y han logrado colocar a la naturaleza en el centro de su diseño, creando espacios donde la flora, la fauna y los humanos coexisten pacíficamente. En Singapur, por ejemplo, se ha buscado preservar la biodiversidad remanente dentro del paisaje urbanizado por medio de la restauración de hábitats y corredores con vegetación específica para facilitar el movimiento de los animales; además, se asegura el saneamiento de vías fluviales. Gran parte de la vida silvestre que vive en Singapur está en los bosques urbanos y parece ser que las especies que se han adaptado a esos espacios no tienen problema en compartirlos con los humanos. En México animales como los osos y los cacomixtles también merodean por las ciudades. Ante un escenario mundial de destrucción de la naturaleza, pensamos que las urbes del futuro, ahora reconocidos hábitats de ratas, gatos y perros, pueden albergar una mayor diversidad biológica. Quizá los coyotes sean nuestros próximos vecinos.
Imagen de portada: Franz Marc, Los lobos (Guerra de los Balcanes), 1913.
-
Constantino Macías y Clementina Equihua, “Las aves urbanas en la ruidosa primavera”, Oikos=, septiembre de 2018, núm. 21, pp. 24-27. ↩
-
Marc Bekoff, “Canis latrans”, Mammalian Species, junio de 1977, núm. 79, pp. 1-9. ↩
-
James W. Hody y Roland Kays, “Mapping the Expansion of Coyotes (Canis latrans) across North and Central America”, Zookeys, núm. 759, pp. 81-97. ↩
-
Lauren O’Neil, “Here’s Why Coyote Sightings Have Spiked in Toronto Recently”, BlogTO, 8 de enero de 2020. ↩
-
Stanley D. Gehrt y Max McGraw Wildlife Foundation, “Ecology of Coyotes in Urban Landscapes”, Wildlife Damage Management Conferences. Proceedings. 63, 2007. ↩
-
Stewart W. Breck, Sharon A. Poessel et al., “The Intrepid Urban Coyote: A Comparison of Bold and Exploratory Behavior in Coyotes from Urban and Rural Environments”, Scientific Reports, 2019, vol. 9, núm. 1, pp. 1-11 ↩