La fusión México-Japón en cada una de las fotografías me atrajo de inmediato: Asakusa al pie del Iztaccíhuatl. Consomé y mixiotes de pez globo. Karaoke neón en medio del desierto. Cemitas envueltas por abanicos de papel. Una noche de juerga en Shinjuku de saguaros y cielo azul. Churros con azúcar en un matsuri. Cecina de Yecapixtla con bendiciones sintoístas. Había ido a recoger unas fotografías al Laboratorio Mexicano de Imágenes cuando la nostalgia de la temporada que viví en Tokio se materializó en las metáforas visuales de Taeko Nomiya: estaban montando una exposición suya llamada Las calzadas.
Me abstraje en la armoniosa contradicción dentro de cada pieza. Su estética, consonante e imperfecta, me remontaba a la cerámica japonesa; su ingenio, colorido y originalidad, a la idiosincrasia mexicana. Al terminar, encontré el nombre de la artista y un texto breve del que se me quedó la última frase: “En realidad somos nosotros, siempre lo hemos sido, lo que conecta cada ciudad, cada país. Lo que conecta el pasado y el presente”.
Taeko Nomiya es mexicana, hija de japoneses, diseñadora industrial y fotógrafa desde que era pequeña. Haber crecido siendo “la japonesa” en México y “la mexicana” en Japón la ha hecho sentir un “bicho raro”, alguien que se escapa de la “taxonomía convencional” en ambos países. El momento en que su padre le enseñó la fotografía de doble exposición fue para ella “una epifanía”. Esa segunda capa expresaba lo no dicho, un subtexto, una nueva dimensión, porque “siempre hay algo más que se puede decir de lo que tenemos enfrente”.
Desde el inicio de su carrera como artista, Taeko comenzó a superponer imágenes de México y Japón para reflejar un poco de lo que ella es —binacional— y demostrar el “permanente diálogo doble en su cabeza” al reflexionar en los dos idiomas. Sus fotografías son “postales de un mundo peculiar” donde una “realidad híbrida coexiste en un solo espacio mental”.
Maro Pebo, historiadora del arte experta en epistemología feminista y arte contemporáneo, explica que en la doble exposición de Taeko las líneas confluyen con delicadeza y elegancia. Podemos sentir el amor por ambos países de la artista, que con sus representaciones duales logra que el público experimente las complejidades de esa binacionalidad. Su obra es el híbrido de su propio ser, japonesa y mexicana, por lo que sus fotografías construyen una identidad que plasma la estética mexicana junto con una mirada íntima y poco vista de Japón. Y podría llevarnos a sitios más complejos, por ejemplo, a donde fuerzas opuestas se encuentran.
Desde el punto de vista técnico, las fotografías de Taeko revelan un metódico trabajo para lograr imágenes equilibradas y armónicas. La doble exposición es una técnica difícil de controlar y suele utilizarse para obtener “accidentes afortunados”. Si bien su obra nos recuerda la estética de la imperfección, muy presente en el arte japonés, sus resultados no son accidentales, sino cuidadosamente calculados.
Llama la atención que la artista no se haya formado dentro del mundo del arte o estudiado artes plásticas. Parecería que ser el “bicho raro” es parte inherente de su personalidad o el estado que le gusta habitar. Me pregunto si mantenerse fuera de la convención artística le dio mayor libertad de experimentar sin expectativas, de crear sin buscar complacer a nadie más que a su necesidad de expresión. Como bailar cuando no se es vista.
La desenvoltura que se percibe en la sencillez y franqueza con que plasma su identidad o su forma de pensar distingue a Taeko Nomiya. Su trayectoria ha sido tanto inusual como excepcional. En menos de cuatro años ha expuesto, individual o colectivamente, en galerías y museos de México, Japón, Colombia, República Dominicana y Estados Unidos. Ha participado en ferias de arte, en campañas de publicidad, y algunas de sus obras han sido subastadas, una de ellas en Sotheby’s.
A pesar de la notoriedad, la artista está convencida de que el mayor éxito ha sido el vínculo que su obra ha logrado con el público. “Jamás pensé que tanta gente pudiera tener una conexión personal con mis fotografías”. Si bien su proceso creativo comenzó como una búsqueda personal, su trabajo alcanza un “verdadero sentido cuando causa algo profundo en alguien más”.
Un ejemplo de esto fue lo sucedido con Edo Nakatani, chef del exitoso restaurante Fideo Gordo y nieto de Yoshigei Nakatani y Emma Ávila, los creadores de los cacahuates japoneses. Cuando asistió a la inauguración de la exposición Vida real dual, en la galería MAIA Contemporary, la obra de Taeko lo sacudió como un viento veracruzano en tiempos de huracán.
“Amecameca-Tokio” es una pieza compuesta por dos fotografías de doble exposición sobre láminas de chromaluxe dobladas en triángulos. Las imágenes se acomodan para alternarse en paneles verticales y crear un efecto lenticular dependiendo del ángulo desde donde se mire: en uno de los extremos se ve una sola imagen, pero, al avanzar, se devela la segunda.
Edo sintió que la obra lo transportaba de lo mexicano a lo japonés con dar unos pocos pasos. Era como si en cada extremo hubiera un portal trasladándolo a uno y otro lado del mundo, pero justo en medio, en el punto donde ambas culturas confluían, podía visualizar su propia dicotomía con total equilibrio y belleza.
La representación visual de ser mexicano para unos y japonés para otros lo hizo entender algo de sí mismo que no había logrado articular. El chef Nakatani estaba pasando por un periodo de inseguridad e incertidumbre, no lograba definir el menú de su nuevo restaurante, pero la resonancia de las fotografías de Taeko hicieron que las ideas encontraran su sitio. Fideo Gordo sería un tributo a su identidad, no a una de ellas en específico, sino a la fusión de las dos culturas, haciendo honor a su propia historia y a sus recuerdos.
Las conexiones que ha generado Taeko Nomiya han alcanzado círculos más allá de la comunidad nikkei. La yuxtaposición de las dos culturas propone alegorías sobre muchas otras dimensiones. Lo que es versus lo que no es, o lo que es versus lo que podría ser. En nuestra realidad (lo que somos) sus imágenes nos proyectan la disociación mental de un mundo ficticio (lo que quisiéramos ser), y al confluir como una sola no nada más se embellecen y funcionan, sino que abren la posibilidad de anhelar.
Sus fotografías, descritas como viajes oníricos, realidades simultáneas o naturalezas duales donde todo se permite, son metalurgias balanceadas que invitan a estar en dos lugares a la vez, a habitar dos cuerpos al mismo tiempo. Y nos conceden la posibilidad de fusionar dos personalidades, dos identidades, dos sexualidades en una sola.
Han pasado más de quince años desde que viví en Tokio. El manuscrito inconcluso de lo que escribí en aquella época describe a una persona que a veces no reconozco. Al releerlo, me doy cuenta de que no deja de ser un retrato simple de quien era yo en ese entonces. No me he atrevido a recrear el pasado a partir de mi presente, a escribir en doble exposición.
Si las fotografías de Taeko Nomiya son prueba de que ese otro mundo que vemos no es esquizofrenia, entonces el delirio es el lugar donde todo está permitido, donde conectamos lo que es y lo que podría ser, donde unimos realidad y ficción. Quizá es momento de expresar mi propia dualidad y escribir desde el sitio donde se permite que fuerzas opuestas, o caminos paralelos, se encuentren.
Taeko Nomiya presentará sus obras más recientes en TREMOR, la exposición temática de volcanes, junto a las de los artistas Cisco Jiménez, Sabino Guisu, Alexis Mata, Marcos Castro, Dr. Atl, David Alfaro Siqueiros, Meredith Dittmar y Ricky Lee Gordon en la galería MAIA Contemporary a partir de julio de 2023.
Imagen de portada: ©Taeko Nomiya, Churros, de la serie OM, 2020. Cortesía de la artista