dossier Corea JUL.2022

Amor en la gran ciudad

Fragmento

Sang Young Park

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Subí al tercer piso del hotel en el elevador y entré al Salón Esmeralda. ¿Acaso había dicho que la lista de invitados era de cuatrocientas personas? Parecían muchas más. Me senté en mi asiento asignado y examiné la mesa: mi cohorte de la licenciatura en Francés, todos envejeciendo a distintas velocidades. ¿Cuántos de ellos estaban ahí? Supongo que esta era la recompensa para Jaehee por haber dicho que sí a todos los brindis de graduación y a todos los eventos de fin de cursos. Momentos como este hacían que la vida social de Jaehee pareciera estar al borde de lo grotesco. Me vi forzado a saludar a conocidos con los que no había hablado en cinco o hasta diez años. “¡Felicidades! Escuché que ahora eres escritor.” “Deberías ponerte en contacto más seguido.” “Oye, había un rumor de que te habías muerto, ¡pero aquí estás!” “¿Dónde puedo leer tus cuentos? Intenté buscarlos en internet.” “Wow, escribir debe ser pesado para ti. Mira esos kilos de más que traes encima.” “¿Todavía bebes tanto como antes?”

Seúl, 2018. Fotografía de Stéphan Valentin. *Unsplash* Seúl, 2018. Fotografía de Stéphan Valentin. Unsplash

​ Mi libro está por salir, no bebo tanto como solía, ustedes están tan viejos y gordos como yo, y sus preguntas están a punto de regresarme a mis viejos hábitos dipsómanos —estas respuestas estaban en la punta de mi lengua, pero me las tragué, con la dignidad de un educado treintañero contribuyente a la sociedad y riéndome de sus socarronerías—. Me había preparado para jurarle a quien leyera mis historias que todo era inventado —qué tonto de mi parte haber preparado la respuesta para una pregunta que nunca me harían—. Un exceso de autoconciencia ya era de por sí una enfermedad.

​ —Por favor tomen asiento, la ceremonia está por comenzar.

​ El presentador era un amigo cercano del futuro esposo de Jaehee. Este amigo tenía la barbilla afilada y la piel grasosa, no era mi tipo para nada, y además de su marcado acento de la provincia de Gyeongsang, era evidente que este chico de campo no era muy bueno para hacer que las cosas avanzaran. ¿Y supuestamente era reportero de televisión? Yo hubiera sido una opción mucho mejor. ¿A quién le siguen importando estas estúpidas tradiciones sobre qué hace el mejor amigo de alguien? El monstruo verde de la envidia estaba levantando su cabeza.

​ Cerca del estrado había una pantalla grande que proyectaba fotos de Jaehee y su novio. Bebí otro trago de vino tinto mientras las fotos con resolución de cámara de celular iban pasando. Cheolgu —que se sentó junto a mí y al parecer acababa de conseguir trabajo en el Banco Industrial— me picó las costillas.

​ —A ver, sé honesto. Tú y Jaehee. ¿Eran ciertos los rumores?

Los rumores eran ciertos, pero, querido Cheolgu, lo que estás insinuando parece un poco fuera de lugar viniendo del tipo que le pidió a Jaehee que salieran, solo para ser brutalmente desairado.

Seúl, 2019. Fotografía de Silas Köhler. *Unsplash*Seúl, 2019. Fotografía de Silas Köhler. Unsplash

​​

***

El verano en que cumplimos veinte, Jaehee y yo nos hicimos mejores amigos.

​ En ese entonces, tenía una curiosa regla para beber —hacía cualquier cosa que me ordenara quien me comprara un trago— y así, el fatídico día, ahí estaba yo otra vez besuqueándome con un hombre de edad incierta en el estacionamiento del hotel Hamilton. Él me había comprado como seis shots de tequila en algún bar subterráneo. La luna y las luces de la calle y los letreros de neón de todo el mundo parecían resplandecer solo para mí, y todavía podía escuchar los acordes de un remix de Kylie Minogue en mis oídos. No importaba quién era el tipo. La única cosa que importaba es que yo existía con alguien, ahí en esas calles oscuras de la ciudad, y esa era la razón por la cual mi lengua estaba en un forcejeo con la de un extraño. Justo cuando creí que el mundo entero se inundaría de calor, solo para mí, sentí una fuerte palmada en la espalda. En medio de mi completa borrachera pensé: “¡Un crimen de odio!” Y en modo drama-queen total, separé mis labios de los suyos y me di la vuelta, listo para irme a los puños —pero ahí estaba Jaehee—. Como siempre, sostenía un Marlboro rojo manchado de labial en una mano, y nada más verla me puso sobrio al instante. Jaehee apenas podía recuperar el aliento mientras se carcajeaba de mi sorpresa al verla. Entonces dijo, con su típica voz rasposa:

​ —¿Por qué no te lo comes y ya?

​ Antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando, estallé en risas por su broma, y en algún punto descubrí que el hombre al que estaba besando había desaparecido. Ni siquiera puedo recordar su cara ahora, pero recuerdo más o menos lo que Jaehee y yo hablamos en el estacionamiento.

​ —¿Lo mantendrás en secreto en el campus, verdad?

​ —Por supuesto. Seré una perra ruin, pero soy leal.

​ —¿No te sorprendió? Yo con un hombre.

​ —Para nada.

​ —¿Desde cuándo lo sabías?

​ —Desde que te vi por primera vez.

​ El típico lugar común.

Hasta ese momento yo no conocía muy bien a Jaehee; se trataba solo de una chica que usaba mini shorts y siempre era la primera en salirse de la clase, desesperada por un cigarro. De hecho, estaba muy cerca de tener la peor reputación de la facultad.

​ Aun cuando terminé como un paria entre los que cursaban la licenciatura en Francés en nuestro colegio, no fue así desde el inicio, cuando los sunbaes veteranos todavía me invitaban a las fiestas solo porque yo era más alto que el promedio de hombres. Estas reuniones siempre tomaban el mismo curso, todos los chicos iban a la sala de billar o a las salas de cómputo primero, luego a un restaurante especializado en comida MSG para hacer que el soju fluyera, después elegían uno de los cuartos menos desordenados de algún sunbae para beber más y hablar sobre chicas hasta que nos caíamos roncando de sueño. Era el tema de conversación estándar entre los hombres de diecinueve y veintitantos: hablar de qué tan increíbles eran y qué tan genial era el sexo que tenían, qué tan bien satisfacían a sus mujeres, qué chicas del departamento de Francés eran las fáciles. Y Jaehee era alguien a quien regresaban a menudo. Habiendo escuchado sus historias, que obviamente eran al menos mitad ficción, y cansado de preguntarme por qué tenía que lidiar con esta mierda incluso en el colegio, llegué a un punto en el que les balbuceé a gritos: “Carajo, dejen de joder, todos ustedes traen cara de que la tienen chiquita”, y aventé la mesa. Después de esto nunca fui invitado a convivir de nuevo.

©Jody Mussoff, *Girl with Wine Glass*, 1985. Smithsonian American Art Museum©Jody Mussoff, Girl with Wine Glass, 1985. Smithsonian American Art Museum

​ Como sucede naturalmente en cualquier grupo, un miembro que había huido del redil estaba inevitablemente destinado a permanecer como comidilla a partir de entonces. Cansados de sus exhaustivas críticas a las estudiantes de primer año, me tiraron a mí en la picadora de carne, diciendo que parecía gay y que pasaba tiempo en Itaewon haciendo Dios sabe qué, difundiendo el tipo de rumores que solo podría importarle a un grupo de inocentes jóvenes de diecinueve años, de los cuales la mitad eran ciertos. (La verdad siempre supera a la ficción.) Al cabo de apenas un semestre, casi todo el departamento sabía quién era yo, y yo mismo había escuchado los rumores, haciéndome blanco de las bromas de todos. Supongo que nunca haré amigos en este depar**tamento, ni que pudieran beber como para salvar sus vidas, y son aburridos hasta la muerte. Mientras me consolaba auto-justificándome, Jaehee entró a mi vida.

​ Después de que mi defensa de Jahee me sacó del clóset de alguna manera, los dos desarrollamos una relación que consistía, en primer lugar, en hablar pestes de los chicos, ya que ninguno de los dos había tenido antes con quién compartir tales pensamientos. Los dos estábamos desesperados por una caja de resonancia.

​ Jaehee y yo teníamos muy poco sentido de la castidad, o ninguno, para ser honesto, y aparentemente éramos conocidos por ello en nuestras respectivas esferas. Jaehee medía 1.70 metros y pesaba 50.8 kilos, mientras que yo medía 1.77 y pesaba 78 kilos. Ambos éramos un poco más altos que el promedio, pero no particularmente atractivos ni una causa completamente perdida: lo suficiente para no avergonzar a ninguna pareja. (Nótese que cuando gané un Premio a los Nuevos Escritores de ficción, los jueces coincidieron en elogiar mi “objetividad en la auto evaluación”.) El mundo simplemente no estaba preparado para la energía ilimitada de los veinteañeros pobres y promiscuos. Conocíamos a los hombres que queríamos sin esforzarnos demasiado, tomábamos hasta entumecernos, y por la mañana nos reuníamos en su habitación o la mía para aplicarnos una mascarilla en las caras hinchadas e intercambiar detalles sobre los hombres con los que habíamos estado la noche anterior.

​ —Trabaja en una empresa que vende equipo de senderismo. Pene diminuto, pero buen calentamiento previo. ¿Creo que vale cincuenta puntos?

​ —Dice que fue a la Universidad de Yonsei a estudiar estadística, pero creo que es mentira. Su cara era un espacio en blanco, y yo me quería reír cada vez que decía algo porque era obvio que su cerebro estaba igual de vacío.

​ —Trató de grabar un video cuando estábamos en la cama, así que arrojé su teléfono al otro lado de la habitación. Dijo que no iba a compartirlo con nadie, como si yo fuera a creerle esa mierda.

​ Y después de burlarnos de los hombres de la noche anterior, nuestros ojos comenzaban a cerrarse y nos quedábamos dormidos uno al lado del otro, con la mascarilla seca en la cara. Como soy madrugador, me levantaba primero y dejaba que Jaehee descansara más tiempo, tapada hasta la cabeza con el edredón, mientras yo hervía estofado instantáneo o ramen. Cuando estaba listo, Jaehee finalmente se despertaba con el olor, y desayunaba con guarniciones de kimchi ácido y arroz frío. En algún punto, la habitación de Jaehee tuvo un juego extra de mi cera para peinar y de mi hoja de afeitar Gillette, mientras que mi habitación tenía un repuesto de su lápiz de cejas y de su polvo compacto MAC. Jaehee no sabía esto, pero cuando estaba solo usaba su delineador para rellenar los espacios en mis cejas y su polvo compacto para aplicar apenas uno o dos golpecitos de corrector en mis mejillas y frente. Eso me hizo preguntarme si Jaehee a veces usaba mi Gillette para el vello de sus piernas y axilas sin decirme.

​ Jaehee dejó de hablar con su mamá y su papá la primavera en que cumplió veinte años. Ninguno de nosotros había estado en buenos términos con nuestros progenitores, pero eso no significaba que fueran especialmente malvados o nada más allá de los típicos conservadores de clase media. Como la mayoría de los padres, constantemente aleccionaban a sus hijos sobre el decoro y cómo debería uno comportarse, pero en sus vidas privadas disfrutaban de amoríos, exceso de religiosidad, la bolsa de valores o las estafas piramidales. Yo tuve una verdadera racha parasitaria en tanto que, por mucho que odiara a mis padres, me sentía con todo el derecho a recibir cada moneda que me daban (¿Es por eso que mi conducta se fue tornando en la de un pícaro?) cuando recibía cientos de miles de wones como pensión mensual. Jaehee, sin embargo, cortó el contacto con sus padres después de una pelea y rechazó cualquier forma de apoyo financiero a partir de entonces. Realmente tenía el corazón de una leona.

Seúl, 2018. Fotografía de Ciaran O’Brien. *Unsplash*Seúl, 2018. Fotografía de Ciaran O’Brien. Unsplash

​ Consiguió su primer trabajo en un café llamado Destiné. Lo eligió no porque tuviera un gran cartel con un nombre en francés, sino porque era uno de los pocos lugares de su vecindario donde se permitía fumar. Verla fumando mientras manejaba las máquinas de espresso era una visión de la más distraída ternura adolescente. Cada vez que tenía un hombre en mi vida, lo traía al Destiné para que Jaehee le diera el visto bueno, y, en cada ocasión, me decía que los hombres que me gustaban siempre eran cachondos con personalidad de clásico patán. Pensándolo bien, tenía toda la razón.

Selección de Sang Young Park, Love in the Big City, Grove Press, Nueva York, 2021.

Imagen de portada: Seúl, 2019. Fotografía de Silas Köhler. Unsplash