Primero es el silencio, dúctil, sensible en su sentido vegetal para sedar la turba del afuera: el mundo de las cosas.
Fronda sutil,
dócil tardanza este abismarse
sin designio,
dejar el lastre y su evidente gravedad
en el olvido,
del todo abandonarse.
El tiento se promulga,
todo es piel,
la piel del cielo
congregado en una cuenca
para el naufragio
lento,
nupcial,
de este navío de la carne.
El agua nos absuelve de las formas,
nos va desanudando por el tacto,
nos difunde;
su rostro sin semblante
es siempre un rostro nuevo:
ése es su rostro.
Aliarse con el agua es olvidar,
como el demente,
la cifra que reduce y redondea
incluso lo más verde,
lo más azul de un árbol
y sus plumas.
Uno se viste de agua y se confunde,
se rinde ante la holgura,
es la amplitud,
la consonancia,
es irse abriendo y prodigarse,
darse.
Tomado de Una sangre, Trilce Ediciones, Ciudad de México, 1998.
Imagen de portdada: Konen Uehara, de la serie Hatō zu, 1900-1920