A pesar de que los detectives se encuentran por miles en la literatura y la cinematografía, su oficio en la vida real es un enigma para la mayoría de nosotros. Cuando escuchamos algo sobre los investigadores privados solemos imaginarnos a personajes más o menos taimados, elusivos, rudos y antisociales que se dedican a documentar infidelidades y rastrear a fugitivos domésticos. Para contrarrestar estos prejuicios equivocados, nos reunimos con la detective X —cuya identidad no podemos revelar por razones evidentes— para conocer un caso real del mundo de los fisgones profesionales.
¿Cómo empezaste a dedicarte a la investigación privada?
Estudié historia del arte en la universidad, y como me gradué un semestre antes, decidí irme a Seattle sin planes. Buscando trabajo, vi un anuncio en el periódico para hacer una pasantía en una organización de derecho público; apliqué y la obtuve. Tenía que hacer entrevistas a testigos, policías y presuntas víctimas en un caso de litigio contra el Estado. Cuando regresé a Nueva York seis meses después, busqué trabajo en el mundo del litigio público pero no encontré nada. Así llegué a una de las compañías de investigación más grandes del mundo. Empecé a trabajar el 27 de septiembre del 2001, dos semanas después del ataque terrorista, un momento extremadamente interesante, en el que se hicieron muchas investigaciones, sobre todo en el mundo bancario. Por ejemplo: Bin Laden tenía 22 hermanos y varios de ellos son multimillonarios que invierten en diversas compañías; había que averiguar de dónde venía su dinero y a dónde iba a parar. La compañía a la que entré tenía una división dedicada a la seguridad que creció exponencialmente en los tres meses siguientes al ataque, en particular debido a envíos de ántrax. Lo interesante del trabajo en investigación es que te permite medir la temperatura del mundo; cuando hay una crisis económica existen muchas demandas y juicios; cuando todo va bien y la economía es sólida sube la demanda de investigaciones enfocadas a la posible fusión entre empresas.
¿Qué tipo de trabajos tiene un detective privado en tu área?
El mundo de la investigación es bastante reciente. Comenzó en los años setenta para hacer básicamente revisión de antecedentes, que son los casos más comunes. De todo tipo. Si una compañía contrata a un nuevo presidente, sólo me cercioro de que no haya problemas, que no tenga delitos en su historial, etcétera. También hacemos investigaciones de fraude, de lavado de dinero, incluso sobre competitividad de empresas, para que éstas puedan saber dónde ubicarse en el mercado. A veces investigamos crímenes, o nos toca hacer investigaciones sobre el patrimonio de personas que van a ser demandadas. En mi ambiente casi no trabajamos con casos personales, los que tienen que ver con la vida privada, a menos que se trate de una persona cercana o un cliente de confianza. Una vez, un cliente muy rico nos contrató porque su hijo estaba teniendo una relación sentimental con una actriz porno. El hijo estaba feliz, pero el papá no tanto. Estos casos son los que menos me interesan. Tampoco buscamos información para dañar la reputación de otras personas. En otra ocasión una celebridad nos contrató porque quería hacer campaña para llegar a senador, pero tenía un pasado… digamos que muy ameno. Quería que hiciéramos la investigación de su propia vida, para ver qué encontrábamos; en particular le interesaba saber si existían copias de un video sexual bastante comprometedor cuyo original había sido destruido. Al final, no se presentó a la candidatura.
¿Alguna vez has corrido peligro debido a una de tus pesquisas?
Para un caso tuve que infiltrarme en un grupo. Había otro investigador al que yo no conocía. Nuestra primera reunión fue como una escena de un film noir. Como teníamos que encontrarnos en una ciudad grande, recibí instrucciones muy puntuales por celular: “Llámame a las doce en punto, dirígete a tal esquina, camina tres cuadras, ahí vas a ver una parada de autobús, a la derecha de un camión estacionado verás a un hombre. Ése soy yo”. Él portaba un arma por si surgían problemas. Tuvimos que tomar muchas precauciones para no arriesgarnos de más, y afortunadamente todo salió bien. Pero eso es en Estados Unidos; hay muchos casos que yo no aceptaría aquí en México por cuestiones de seguridad personal. Me toca colaborar con mucha gente que ha trabajado en la CIA, en el FBI y en otras agencias internacionales. Las fiestas navideñas en aquella compañía son de lo más divertidas. Hay nerds como yo, abogados, exagentes secretos… Una vez que el alcohol surte efecto empiezan a salir las mejores anécdotas del mundo.
¿Cuál ha sido el caso que más te ha impactado?
No puedo dar muchos detalles, pero fue la historia de unos gemelos idénticos y la posibilidad de que uno de ellos hubiera robado la identidad del otro cuando éste murió. Fue un caso fascinante. Lo que más me gusta de mi trabajo es que tengo que trabajar con especialistas en ramas muy singulares. He colaborado con expertos en aviones, en grafología, en cintas de audio… En el caso de los gemelos trabajé con un experto en el reconocimiento de rostros, y aprendí que las minúsculas diferencias entre los gemelos idénticos se pueden detectar sobre todo en las orejas, porque la forma depende de la posición que tenía el feto en el vientre de la madre. Hay casos que no son tan interesantes, pero que constituyen un reto. Trabajamos con muchas limitaciones; la información inmobiliaria es pública pero la bancaria es privada, por ejemplo. Lo que más me gusta es no saber cómo voy a llegar al fondo del asunto que estoy investigando.
¿Qué cualidades crees que deba tener un investigador privado?
Alguien me dijo una vez que tienes que ser un retentivo-anal-extrovertido. Por un lado, hablas mucho con las personas, pero también tienes que escribir reportes todo el tiempo. Una vez trabajé con un investigador incapaz de hacer reportes, su gran talento era otro: él era capaz de crear y asumir la identidad de diversos tipos de personajes, con voces diferentes, con personalidades muy distintas, y era un especialista en ganarse la confianza de la gente y en sustraerle información. Cada quien tiene su especialidad, su don en la industria. Si hay algo que yo no sé hacer, sí sé a quien contactar. Tengo amigos en el campo de la investigación por todo el mundo; al final todos nos conocemos. Formamos pequeños escuadrones con misiones específicas. Hace tiempo una compañía descubrió que dos empleados que trabajaban en una de sus oficinas en el extranjero se habían robado varios millones de dólares, y nos contrataron para investigar ese fraude. Toda esta información se encontraba probablemente en su computadora. Nosotros no podíamos meternos a sus computadoras personales, pero la información que se encuentra en una computadora de la compañía es propiedad de ésta. Entonces simulamos una reunión. Los transportaron en avión a la oficina matriz, trajeron sus computadoras, hablaron de números y al mediodía se los llevaron a comer a un restaurante súper elegante. Después regresaron a la sala de conferencias y terminaron su presentación. Durante el almuerzo nosotros desarmamos sus computadoras, copiamos el disco duro, volvimos a armar las máquinas y listo. Los siguientes seis meses estuvimos averiguando a dónde habían transferido el dinero, con quién trabajaban, y cómo lo habían hecho. Me gusta mucho la gente que trabaja en esta industria. El perfil clásico en Estados Unidos es el de personas liberales que han trabajado en causas sociales o sindicatos, por ejemplo, periodistas o abogados que quieren una vida un poco más creativa.
¿Y qué es lo que más disfrutas de tu trabajo?
Ahora estoy trabajando en varios casos de demandas grupales en contra de empresas, de parte de accionistas que las acusan de haberles ocultado información. Son dos investigaciones: una sobre el fraude mismo y otra para averiguar qué tanto sabían las compañías. Tengo que hacer muchas entrevistas, hablar con la gente, saber de sus vidas. De todos los mundos se aprende algo. He tenido casos en los que tuve que entrevistar a expertos en carbón, a oftalmólogos, a conductores de camiones de transporte. Aprendí que muchos choferes compran su propio camión cuando se jubilan. Entonces sus esposas, a las que nada más vieron unas cuantas semanas al año durante la mayor parte de su vida, se van con ellos. Los camiones pueden ser un negocio muy rentable a condición de estar siempre en movimiento, casi 24 horas al día. Una mujer me contó que una vez pasaron con el camión por donde vivía su familia y se quedaron de visita una noche. Se acostó en el cuarto donde había dormido de niña, pero se sentía tan inquieta que en la madrugada se levantó y se fue a dormir en el camión.
¿Por último, alguna vez has pensado en usar tus experiencias para escribir?
Tengo tanto material humano, muchísimas historias que contar, sólo que no sé escribir guiones de cine.
Imagen de portada: Roger Ballen, Dresie and Casie, 1993.