Fragmento
¿Es posible conocer el futuro? No intentar adivinarlo. ¿Es posible conocer lo que va a pasar, con certeza absoluta y detalles específicos? Alguna vez Gary me explicó que las leyes básicas de la física eran simétricas en el tiempo, que no existía una diferencia física entre el pasado y el futuro. Algunos podrían afirmarlo, pero diciendo que sólo se cumple teóricamente. Concretamente, la mayoría respondería que no, por el libre albedrío. Me gusta imaginar la objeción como una fábula de Borges: Consideren a una persona parada junto al Libro del Tiempo, la crónica de todos los eventos, pasados y por venir. Aunque el texto es un resumen de la edición completa, es enorme. Con una lupa en mano, ella pasa las delgadísimas páginas hasta encontrar la historia de su vida. Encuentra el pasaje que la describe hojeando el Libro del Tiempo, y salta a la siguiente columna, que detalla lo que hará más tarde, ese mismo día; a partir de la información que lee, apostará cien dólares al caballo Qué Diablos y multiplicará veinte veces su inversión. Había pensado hacer eso, pero como le gusta llevar la contraria, decide evitar hacer cualquier apuesta. Ahí está el problema. El Libro del Tiempo no puede estar equivocado; este escenario está basado en la premisa de que se otorga conocimiento del futuro verdadero, y no de uno posible. Si esto fuera un mito griego, las circunstancias conspirarían para obligarla a ocupar su destino a pesar de sus mejores esfuerzos, aunque las profecías en los mitos son notablemente vagas. El Libro del Tiempo es bastante específico, y no hay manera de obligarla a apostar en un caballo de carreras de la forma especificada. El resultado es contradictorio: el Libro del Tiempo debe estar en lo correcto, por definición, pero sin importar lo que el libro declare que hará, ella puede tomar otra decisión. ¿Cómo se pueden reconciliar ambos hechos? “No se puede” es la respuesta común. Un libro como el Libro del Tiempo es imposible a nivel lógico, precisamente porque su existencia resultaría en dicha contradicción. O, siendo generosos, algunos dirían que el Libro del Tiempo podría existir, siempre y cuando nadie lo pudiera leer: el volumen quedaría alojado en una colección especial, y nadie tiene privilegios para acceder a él. La existencia del libre albedrío significa que no podemos conocer el futuro. Y sabemos que el libre albedrío existe porque tenemos una experiencia directa de su ejercicio. La voluntad es una parte intrínseca de la conciencia. ¿Y si no? ¿Qué pasaría si la experiencia de conocer el futuro cambiara a la persona? ¿Qué pasaría si provocara un sentimiento de urgencia, un sentimiento de obligación para actuar de la manera que ella sabía que lo haría? Me detuve en la oficina de Gary antes de ir a casa. —Suficiente para mí. ¿Quieres comer algo? —Claro, espérame un segundo —me contestó. Apagó su computadora y recogió unos papeles. Me volteó a ver. —¿Quieres que te prepare una cena en mi casa? —¿Sabes cocinar? —le pregunto. —Sólo un platillo —contesta—, pero me sale muy bien. —De acuerdo. Cenemos. —Perfecto, sólo tenemos que comprar algunos ingredientes. —No quiero que te preocupes… —Hay un mercado camino a mi casa, tomará cinco minutos… Cada quien condujo su carro, yo lo iba siguiendo. Casi se me pierde al meterse a un estacionamiento. Era un mercado gourmet no muy grande, pero lujoso; altos jarrones de comida importada compartían los estantes de acero inoxidable con utensilios especializados. —Hay una pescadería aquí junto, podemos pasar por unas almejas —me dijo Gary, después de agarrar tomates, ajo, lingüini, y albahaca fresca. —Suena rico. Pasamos junto a los utensilios de cocina. Mi mirada se distrae en los estantes, molinos de pimienta, prensas de ajo, pinzas para ensalada, y se detiene en un platón de madera para ensaladas. Cuando cumplas tres años, jalarás una toalla de cocina con todo y ese platón de ensaladas, que caerá sobre tu cabeza. La orilla del platón te dejará una cortada en la parte superior de tu frente que requerirá una pequeña puntada. Tu padre y yo te abrazaremos, llorando y manchada de aderezo César, durante la larga espera en la sala de urgencias. Agarro el platón. Mi movimiento no parece algo que estuviera forzado a hacer. Será tan urgente como mi fallido intento de detener el platón antes de que te golpeara; un instinto que se siente bien seguir. —Necesito un platón como éste. —¿Ya viste? De algo nos sirvió que nos detuviéramos en el mercado. —Efectivamente. Nos formamos para pagar nuestras compras.
Consideren la oración: “El conejo está listo para comer”. Interpreten conejo como el objeto de comer, y la oración se convierte en un anuncio de que la comida será servida en cualquier momento. Interpreten conejo como el sujeto de comer y se convierte en una pista, que bien podría decirle una niña a su mamá para convencerla de abrir una bolsa de alimento para conejos. Dos declaraciones muy diferentes; de hecho, es muy probable que mutuamente excluyentes en la misma casa. Sin embargo, ambas interpretaciones son válidas, sólo el contexto determinará lo que significa la oración. Consideren el fenómeno de la luz que se encuentra con un volumen de agua en cierto ángulo, y que viaja a través del líquido con un ángulo diferente. Explíquenlo diciendo que la diferencia en el índice de refracción provocó que la luz cambiara de ángulo, y uno estará viendo el mundo tal y como lo hacen los humanos. Explíquenlo diciendo que la luz minimizó el tiempo necesario para llegar a su destino, y uno estará viendo el mundo como lo hacen los heptápodos. Dos interpretaciones muy diferentes.
El universo físico es un lenguaje con una gramática perfectamente ambigua. Todo evento físico es una declaración que puede formularse de dos maneras completamente distintas, una causal y otra teleológica, ambas válidas, y ninguna descalificable, sin importar la información del contexto.
Cuando los ancestros de los humanos y los heptápodos adquirieron la chispa de la conciencia por primera vez, ambos percibían el mismo mundo físico, pero formularon sus percepciones de manera diferente; las visiones del mundo resultantes fueron producto de esa divergencia. Los humanos habían desarrollado un modo secuencial de conciencia, y los heptápodos uno simultáneo. Nosotros vivíamos los eventos en un orden, y percibíamos sus relaciones como causa y efecto. Ellos vivían los eventos simultáneamente, y percibían un propósito bajo todos ellos. Un propósito que maximizaba o minimizaba.
Tengo un sueño recurrente sobre tu muerte. En el sueño, yo soy la que está escalando —yo, ¿te lo puedes imaginar?— y tú tienes tres años, y me acompañas en algún tipo de mochila que llevo en la espalda. Estamos apenas a unos metros de una saliente donde podremos descansar, pero tú ya no puedes esperar a que lleguemos. Intentas salirte de la mochila; te ordeno que te detengas, pero por supuesto me ignoras. Siento cómo tu peso se alterna de un lado a otro de la mochila al salir de ella. Después, puedo sentir tu pie izquierdo sobre mi hombro, y después el derecho. Te grito, pero no tengo ninguna mano libre para agarrarte. Puedo ver el ondulado diseño de la suela de tus tenis cuando empiezas a escalar, y también puedo ver cómo una roca cede bajo tu pisada. Tu caída te hace pasar junto a mí, y yo no puedo mover ni un músculo. Miro hacia abajo y puedo ver cómo te haces más pequeña rumbo al fondo.
Entonces, de repente, estoy en la morgue. Un ayudante levanta la sábana para descubrir tu rostro, y me doy cuenta de que tienes veinticinco años.
—¿Estás bien?
Estoy sentada en la cama; había despertado a Gray con mis movimientos.
—Estoy bien, un poco confundida. Por un momento no sabía dónde estaba.
—Nos podemos quedar en tu casa la próxima vez —me dice, medio dormido.
—No te preocupes, tu casa está bien —lo beso. Nos acurrucamos, mi espalda contra su pecho, y volvemos a dormir.
Cuando tengas tres años y estemos subiendo una empinada escalera en espiral, apretaré fuertemente tu mano. Tú zafarás la tuya.
—Lo puedo hacer sola —insistirás, y te alejarás para probarlo y recordaré el sueño.
Repetiremos esa escena mil veces durante tu niñez. Casi puedo creer que, debido a esa característica tan tuya de llevar la contra, mis intentos de protegerte crearán tu amor por la escalada; primero el gimnasio de jungla en el parque, después lo árboles que rodean nuestra colonia, las paredes en la rocósfera, y al final, paredes de roca en los parques nacionales.
Terminé el último radical en la oración, bajé el gis y me senté en mi escritorio. Me incliné hacia atrás y observé la gigantesca oración en Heptápodo B que había escrito y que ocupaba todo el pizarrón de mi oficina. Incluía varias oraciones complejas subordinadas, que había logrado integrar de una manera particularmente elegante.
Al observar una oración como ésta, podía entender por qué los heptápodos habían desarrollado un sistema de escritura semasiográfico: era ideal para una especie con un modo de conciencia simultáneo. Para ellos, el habla era un cuello de botella porque requería que una palabra fuera después de la otra secuencialmente. Con la escritura, sin embargo, cada trazo en la página era visible de manera simultánea. ¿Por qué constreñir la escritura con una camisa de fuerza glotográfica, pidiéndole que sea tan secuencial como el habla? Nunca se les hubiera ocurrido. La escritura semasiográfica naturalmente tomaba ventaja de la bidimensionalidad de la página; en vez de escribir morfemas uno tras otro, ofrecía una página completa a la vez.
Y ahora que el Heptápodo B me estaba permitiendo aprender un modo de conciencia simultáneo, entendía las razones que sostenían la gramática del Heptápodo A: lo que mi mente secuencial había percibido como una complicación innecesaria, ahora podía verlo como un intento de otorgar flexibilidad al habla secuencial. Como resultado, me era más fácil usar el Heptápodo A, aunque era un sustituto pobre del heptápodo B.
Alguien tocó la puerta. Gary asomó su cabeza.
—El coronel Weber llegará en cualquier momento.
—Correcto —hice una mueca.
Weber venía a participar en una sesión con Aletas y Frambuesa. Yo iba a ser la traductora, un trabajo que detestaba y para el cual no estaba entrenada.
Gary entró y cerró la puerta. Me jaló de la silla y me besó.
—¿Intentas ponerme de buenas antes de que llegue? —sonreí.
—No, estoy intentando ponerme de buenas yo.
—No te interesaba hablar con los heptápodos cuando entraste al proyecto ¿verdad? Todo lo que querías era meterme en tu cama.
—Mis intenciones son transparentes para ti.
—Más vale que lo creas —le dije mirándolo a los ojos.
Recuerdo que cuando cumplas un mes, me despertaré y saldré tambaleando de la cama para darte de comer a las 2:00 am. Tu habitación tendrá ese olor a bebé de crema contra las rozaduras de pañal y talco, con un ligero toque a amoniaco que sale de la cubeta de los pañales sucios en la esquina. Me recargaré en tu cuna, te cargaré con todo y tus llantos, y me sentaré en una silla mecedora para amamantarte. La palabra infante deriva de una palabra en latín que significa “el que no puede hablar”, pero tú serás perfectamente capaz de decir una cosa: “Sufro”. Y lo repetirás sin cansarte ni pensarlo dos veces. Tendré que admirar tu completa devoción a dicho enunciado; cuando lloras, te conviertes en la indignación encarnada, y utilizas toda fibra de tu cuerpo expresando esa emoción. Es curioso: cuando estés tranquila, parecerás irradiar luz, y si alguien pintara un retrato tuyo así, insistiría en que incluyeran ese halo. Pero cuando te sientas infeliz, te convertirás en un claxon, construida sólo para emitir ese ruido, y entonces tu retrato podría ser el de una alarma para incendios.
En ese momento de tu vida, no entenderás ni pasado ni futuro; hasta que te dé mi pecho, no tendrás memoria de satisfacción en el pasado, ni expectativas de alivio en el futuro. Una vez que empieces a alimentarte, todo se revertirá, y el mundo será tranquilidad. AHORA es el único momento que podrás percibir; vivirás sólo en el tiempo presente. En más de una manera, es un estado envidiable.
Los heptápodos no son libres ni están predeterminados tal como nosotros entendemos esos conceptos; ni actúan de acuerdo a su voluntad ni son autómatas impotentes. Lo que distingue la modalidad de conciencia de los heptápodos no es sólo que sus acciones coinciden con los eventos de la historia, sino que también sus motivos coinciden con el propósito de la historia. Actúan para crear el futuro, para representar la cronología.
La libertad no es una ilusión; es perfectamente real en el contexto de la conciencia secuencial. Pero en el contexto de una conciencia simultánea, la libertad no tiene sentido, pero tampoco la coerción; simplemente es un contexto diferente, ni más ni menos válido que otros. Es como esa famosa ilusión óptica, el dibujo de una joven elegante, el rostro apartado del espectador, o el de una anciana con una verruga en la nariz, la barbilla apoyada en el pecho. No hay interpretación “correcta”, ambas son perfectamente válidas. Pero no puedes ver las dos al mismo tiempo.
De la misma manera, el conocimiento del futuro es incompatible con el libre albedrío. Lo que me permite tener libertad de elección también me impide conocer el futuro. Y de la misma manera, ahora que conozco el futuro, nunca actuaría para impedirlo, y eso incluye decirle a otros lo que sé. Los que conocen el futuro no hablan de eso. Los que han leído el Libro del Tiempo nunca lo admitirán.
Prendí la videocasetera e inserté el casete de una sesión del espejo en Fort Worth. Un diplomático hablaba con los heptápodos de allá; Burghart actuaba como traductor. El negociador estaba describiendo las creencias morales de los humanos, tratando de sentar bases para explicar el concepto de altruismo. Yo sabía que los heptápodos sabían qué sucedería en la conversación, sin embargo, participaban con entusiasmo. Si le tuviera que describir esto a alguien que no supiera, fácilmente me podrían preguntar: si los heptápodos ya saben todo lo que van a decir o escuchar, ¿para qué usar un lenguaje? Es una pregunta razonable. Pero el lenguaje no sólo sirve para comunicarse; es también una forma de actuar. De acuerdo con la teoría de los actos de habla, enunciaciones como “Estás bajo arresto”, “Bautizo esta nave” o “Te lo prometo” son todas performativas; el que las enuncia sólo puede realizar el acto diciendo las palabras. Todos los asistentes en una boda pueden predecir y anticipar las palabras “Los pronuncio marido y mujer”, pero la ceremonia no es válida sino hasta que el ministro las pronuncia. En el lenguaje performativo, el decir es el hacer. Para los heptápodos, todo el lenguaje es performativo. Ellos utilizan el lenguaje para realizar, no informar. Seguro los heptápodos saben qué se dirá en cualquier conversación, pero para que ese conocimiento sea verdadero, la conversación tiene que ocurrir.
Fragmento de la nouvelle “La historia de tu vida”, en Bef y Pepe Rojo (coords.), 25 minutos en el futuro. Nueva ciencia ficción norteamericana, Pepe Rojo, Bernardo Fernández, Bef y Alberto Chimal (trads.), Almadía, Oaxaca, 2013. Reproducido con autorización.
Imagen de portada: Spiral Staircase, 2012. Fotografía de Rodrigo Soldon Souza. Creative commons BY-ND