Cantar sin música
Escribir un libro sobre la libertad parece, de entrada, ambicioso. El tema es un campo minado, demasiada tierra suelta donde la argumentación puede empolvarse o de plano explotar. Este territorio, además, no tiene límites claros, por lo que conocerlo del todo es imposible: por más que lo intentaron Platón, Rousseau, John Stuart Mill y John Rawls, siempre quedan puntos ciegos.
El problema reside, en parte, en la propia palabra libertad, cuyo significado no acaba de ser evidente ni compartido por todos. De hecho, funciona más como la palabra Dios en el sentido de que, cuando la utilizamos, nunca sabemos realmente con seguridad de qué estamos hablando,
dice Maggie Nelson en su introducción a Sobre la libertad. Cuatro cantos de restricción y cuidados.
Escribir sobre la libertad es un salto al vacío y no me sorprende en absoluto que ella se haya animado a hacerlo. Y es que Nelson no huye de los temas espinosos: ha hablado, con la misma soltura, de una tribu de gente azul atravesando el desierto, de cómo transformó a su familia el asesinato de su tía y del poder catártico de la crueldad en el arte. Para lograrlo la autora echa mano, a la manera de Susan Sontag, de la autobiografía, las memorias, la lírica y el pensamiento político en algo que ella misma ha llamado autoteoría: una mezcla de filosofía con autobiografía derivada de la escritura y el activismo feministas. Así la describe el escritor Wayne Koestenbaum, que estudió con ella en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY):
El lenguaje de la crítica le quedaba como anillo al dedo. Ya tenía la personalidad y era mucho mejor que yo, mejor que cualquier persona que yo conozca, en armar un párrafo de tal modo que fluyera siguiendo la pista de un argumento de un modo elegante. La virtud de estar encendida de preguntas.
En Los argonautas, su libro más celebrado, Nelson profundiza en su relación amorosa con el artista queer Harry Dodge, que en aquel momento pasaba por una transición de género. Era 2015 y sus brillantes reflexiones sobre identidad, sexualidad, maternidad y afectos la catapultaron como una de las intelectuales más respetadas en Estados Unidos, cuya obra contribuye a demostrar que el pensamiento crítico también puede ser un acto literario.
No es extraño entonces que el espinoso tema de la libertad se haya abierto paso entre sus intereses. En sus propias palabras:
Llevaba queriendo escribir este libro al menos desde que el tema surgió como subtexto inesperado en otro libro que escribí sobre el arte y la crueldad. Me puse a escribir sobre la crueldad solo para descubrir, ante mi sorpresa, que la libertad se colaba por las grietas de la asfixiante celda de la crueldad en forma de luz y aire.
Sin embargo, Sobre la libertad resulta por momentos aún más asfixiante. El título, para empezar, es engañoso: la palabra cantos resulta demasiado lírica para nombrar las cuatro secciones que, más que cantar, simplemente hablan. Un primer elemento que conviene tener en mente es que el libro fue escrito entre la victoria electoral de Trump y la pandemia, y parte de lo que motiva a su autora es dejar un testimonio de cómo la extrema derecha se ha apropiado del concepto de libertad. Sin nombrar directamente al expresidente republicano, Nelson deja entrever qué tan golpeada por el silencio está la población que lo llevó al poder y advierte que aquello que no está permitido mostrar o debatir se termina expresando en acciones. Quizás es esto lo que la motiva a “volver a la libertad con todas sus dificultades y su incomodidad”, si bien después el asunto se vuelve demasiado difícil, demasiado incómodo. No es que sus otros libros sean fáciles, pero aquí la incomodidad juega en su contra y su conocida estrategia de presentar un tema para luego plantear las opiniones que algunos autores tienen al respecto, sin dar sus contextos ni aportar nada extra, se siente limitada.
Por otro lado, en Sobre la libertad Nelson parece estar menos interesada en el estilo lírico y desgarrador que para muchos define su literatura. Las notas al pie contribuyen a dar la sensación de estar leyendo más bien un libro académico, en el peor sentido de la palabra: son largas, enredadas y en ellas la autora ahonda en argumentos que bien podría haber tejido en el texto principal de modo más amable, sobre todo en el díptico que forman los primeros dos capítulos, y en los que el tema de los cuidados juega un papel central. ¿Hasta dónde podemos acercarnos al arte desde ahí, qué perdemos y qué ganamos al hacerlo? De entrada, Nelson muestra su desconfianza por aquel arte que procura cuidar a su público, pero también admite que tiene sentido que en la actualidad el discurso de los cuidados se postule como contrapeso al de la libertad. Unas páginas después, “La balada del optimismo sexual” se adentra en el polémico papel del deseo para ciertos feminismos, y afirma que
hablar del sexo solo como de un foco de peligro, una necesidad que alguna gente no es capaz de controlar, una fuente de poder o un simple accesorio de la vida, nos priva de muchas cosas.
En los siguientes dos capítulos, Nelson se enfoca en mostrar cómo ciertos límites de la libertad pueden, de hecho, enriquecer su práctica. En “La evasión de las drogas”, por ejemplo, relata cómo empezó a interesarse en la relación entre la adicción y la libertad a partir de su lectura de Crack Wars: literatura, adicción, manía, de Avital Ronell. Esta sección contiene una de las partes que más me gustan del libro, en la que Nelson ahonda en su propia experiencia con el alcohol, argumentando que “las drogas nos pueden provocar una sensación de libertad casi inigualable a la vez que, con el tiempo, disminuyen el espacio de nuestra vida para ejercer la libertad”. Para ilustrarlo, nos lleva de la mano en el proceso que la condujo a la sobriedad, y empieza a dibujar una línea que sospecho más importante para ella de lo que deja ver: un compromiso con la libertad interior, concebida en términos budistas como renunciación.
En “De polizón en tren”, Nelson casi deja atrás por completo el tema de la libertad e, irónicamente liberada, su tono empieza a parecerse al de sus libros anteriores. Su hijo aparece entonces como personaje y también, en cierto modo, como concepto, pues insiste en las dificultades que tenemos para escuchar lo que las infancias y las adolescencias tienen que decir sobre la crisis climática. Algunos asuntos que se venían dibujando desde el principio, enterrados entre citas e interminables notas al pie, se muestran aquí más claramente: la relación entre cuidados y futuro, la angustia climática incapacitante, el papel de los artistas frente a la emergencia.
Nelson, además, dice que está intentando pensar en voz alta con los demás.
Se trata de un proceso continuo e incluso dialéctico, en el sentido de que implica permitir que uno mismo sea interpenetrado y transformado al tiempo que conserva la capacidad para discriminar y reivindicar. No hace falta estar de acuerdo. Exige que no nos abandonemos unos a otros.
Este proceso dialéctico de pensamiento colectivo es central en el ensayo como género literario, y es innegable que hay varios momentos en los que la autora deslumbra con su capacidad de presentar ideas sin caer en la tentación de mostrarlas como definitivas. ¿Pero quiénes son esos otros con los que la autora quiere pensar? Quizás es lo indeterminado de sus interlocutores y la distancia de ellos lo que provoca que estas páginas se sientan un poco desapegadas, un poco frías. Aunque Sobre la libertad está cargado de ideas provocadoras y lúcidas, al terminarlo perdura la sensación de haberme quedado al margen como lectora, como si mi guía me hubiese soltado la mano en medio de la tormenta, dejándome atrás.
Traducción de Damián Alou, Anagrama, Barcelona, 2022
Imagen de portada: Arthur G. Dove, Llegando a las olas, 1929