Yagé es el nombre que William S. Burroughs le dio a aquel “espíritu” de la selva del que intentó apropiarse de manera ardua y fatigosa en sus Cartas del Yagé. También los colombianos de la selva del norte lo conocen con ese nombre, pero en su campaña triunfal —que la ha llevado por todo el mundo, más allá de las fronteras colombianas— la mayoría de los consumidores llaman al espíritu de la selva por su nombre peruano: ayahuasca. La experiencia de muchos consumidores de ayahuasca es que la droga asume la forma de un personaje femenino que los guía a través de las cascadas del ego para finalmente dar con el universo. Durante este proceso, establece un diálogo con sus compañeros: unas veces áspero y vulgar, otras dulcemente amoroso. Mientras que el éxtasis y la cocaína se establecieron como las drogas preferidas en los tiempos de la Guerra Fría, el yagé personifica el espíritu de nuestra época, en la que comienzan a desdibujarse las fronteras entre el amigo y el enemigo, entre el descubrimiento y la “optimización” de uno mismo. Londres, Río, Tokio, Berlín: en todos los rincones del mundo se están creando círculos en torno a los nuevos ayahuasqueros, que conducen a sus clientes en este viaje cósmico. En agosto de 1960, Timothy Leary, que en ese entonces aún trabajaba como profesor de psicología en la Universidad de Harvard, viajó a Cuernavaca y probó, por primera vez, un hongo llamado teonanácatl.1 Más tarde hizo referencia a esa experiencia y afirmó que había “aprendido más acerca del cerebro y de sus posibilidades en las cinco horas después de tomar [estos hongos] que en 15 años de estudio de investigación psicológica”. Entre 1953 y 1973, el gobierno estadounidense autorizó fondos por cuatro millones de dólares destinados a financiar 116 estudios y 1,700 planteamientos científicos sobre los efectos del LSD. Los alucinógenos se usaban en experimentos con personas alcohólicas, pacientes que sufrían de un trastorno de personalidad obsesivo-compulsivo o depresión, niños autistas, esquizofrénicos, pacientes de cáncer y presos. Sin embargo, después de la aprobación de la Ley de Sustancias Controladas (Controlled Substances Act) en 1970 —que se tradujo en una prohibición estricta del uso de la mayoría de los psicofármacos—, todas las investigaciones que giraban en torno a estas sustancias químicas se desecharon y, de repente, los experimentos de Leary con LSD, previamente considerados como científicos, se volvieron ilegales. El antes reconocido investigador se convirtió en un gurú estrella, ícono del movimiento hippie que, gracias a los numerosos escándalos que provocó, fue amado por los medios. Cuando habla la planta, mucha gente escucha lo mismo: todos somos uno y todo es amor. Como consecuencia, la mayoría de los consumidores de la ayahuasca experimentan una sensación de agradecimiento que perdura hasta meses después del viaje. Esta percepción de armonía y conexión con el universo, que Freud denominaba el “sentimiento oceánico”, es el objetivo declarado de muchas prácticas espirituales. La muerte y la renovación de la vida son el hilo que atraviesa casi toda religión y casi todo acto de culto. La mayoría de los consumidores de la ayahuasca se encuentra con la muerte en uno de sus primeros viajes. A pesar de que esta observación podría ser sumamente perturbadora, lo que le sigue es, por lo general, la conclusión de que no fue más que el ego de uno mismo lo que en ese momento exhaló su último aliento. Lo que permanece es el alma, desvestida del uniforme de la conformidad cultural creada por el hombre. En México, las personas que se juntan en las noches de luna llena para consumir ayahuasca usualmente forman un grupo muy heterogéneo, una mezcla de personas pobres y ricas, jóvenes y ancianos, conservadores y alternativos. Durante esas noches, dichas características —las que comúnmente crean una división muy profunda dentro de la sociedad mexicana— no parecen tener importancia alguna. También están presentes niños pequeños, un hecho que automáticamente remite a aquellas imágenes que dibujaba de manera imponente Joan Didion, autora de la Generación Beat, con referencia a los jardines de niños en los que se consumía el LSD.
Hace algunos años comenzó un renacimiento de la investigación psicodélica: científicos de varias universidades en Estados Unidos, Brasil, Inglaterra y México empezaron a emplear el compuesto psilocibina —sintetizado a partir del hongo teonanácatl— para tratar los trastornos de ansiedad en pacientes de cáncer, personas que han sufrido depresión durante largo tiempo y drogadictos. Según los resultados de un grupo de investigadores de la Escuela Imperial de Londres, que realizaron estudios sobre el efecto de la psilocibina en personas con depresión crónica, la sustancia traslada a los sujetos de estudio a un estado casi infantil. El neurocientífico Robin Carhart-Harris asegura que en ese estado mental se percibe el mundo sin filtro alguno. Las diversas impresiones provocan emociones que, tan variadas como el clima en abril, hacen reír y llorar a los consumidores. En Las puertas de la percepción, publicado en 1954, Aldous Huxley concluye que la mente consciente no es una ventana hacia la realidad, sino más bien su redactor más selectivo. Según la opinión de los neurocientíficos que actualmente trabajan con psilocibina, el hecho de que los experimentos con psicofármacos de los años setenta se hayan salido de control se debió a la falta de terapeutas serios en el ámbito. No hubo nadie que controlara las fronteras entre el aquí y el allá, que guiara a las personas y les indicara el camino a través de sus alucinaciones. Hoy en día, los terapeutas psicodélicos trabajan con base en un manual desarrollado por el psicólogo Bill Richards, quien, durante los años setenta, recopiló sus experiencias adquiridas por medio de miles de sesiones psicodélicas y un sinfín de malviajes que sucedieron lo mismo en el marco de constelaciones terapéuticas que en festivales como, por ejemplo, los llamados bad trip tents de Woodstock. No obstante, es dudoso que los ayahuasqueros de la Nueva Era estén conscientes de su responsabilidad. Además, se plantea la pregunta de por qué esta planta, después de mil años de guardar silencio, de pronto se muestra tan locuaz. El “Manifiesto Ayahuasca”, que fue redactado por un autor anónimo en 2011 y que circula en las redes sociales desde entonces, declara que la planta decidió hablar a los humanos debido a que estamos a punto de destruir su espacio vital. En consecuencia, su voz se reduce a un fin en sí mismo. A pesar de todo, deberíamos tomarnos el tiempo para escucharla, pues en realidad nuestro planeta está dominado por las plantas: el 99% de la biomasa terrenal está constituido por vegetales taciturnos. Las plantas son sésiles, es decir, no son capaces de moverse, ya que usualmente se encuentran arraigadas en la tierra. Para compensar el hecho de que no pueden huir de sus enemigos, cuentan con una bioquímica mucho más compleja que la de los animales o las personas. Muchos medicamentos, desde la aspirina hasta los opiáceos, provienen de compuestos que originalmente fueron diseñados por plantas. Ellas emplean un complejo vocabulario molecular para señalar el peligro, para envenenar a sus enemigos o para defenderse. Se estima que cada planta está compuesta por aproximadamente 3,000 sustancias químicas. Son capaces de reclutar animales para que les ayuden a ejecutar sus diferentes tareas y pueden envenenarlos en cuanto sea necesario. Para lograr esto, la planta analiza los residuos de saliva que soltó el animal y determina cuáles son los aromas y sustancias amargas que debe producir en el futuro para volverse incomible o incluso mortal. Las raíces alcanzan a cambiar la dirección de su crecimiento a tiempo para evitar el contacto con obstáculos o sustancias venenosas. Además, logran detectar si las demás raíces con las que se encuentran en su camino forman o no parte de su misma clase. Si se trata de otra especie, proceden a determinar si hay suficiente espacio, agua y luz para que las dos puedan existir simultáneamente o si les conviene dirigirse hacia otro lugar. Visto desde esta perspectiva, las plantas son muy buenas diplomáticas: evitan los conflictos y siempre buscan el consenso. Parece que ha llegado el tiempo de no sólo hacer uso de su inventario de sustancias químicas para imitar su “arquitectura”, sino también de prestarle atención a su inteligencia. El desplazamiento de los humanos, que poco a poco nos está alejando de nuestro sitio en el centro del universo, tuvo su inicio con las teorías de Copérnico, cuyo sentido retoma la ayahuasca cuando dice que no somos el ombligo del mundo, sino que apenas formamos parte de éste. En el transcurso del siglo pasado se han borrado, uno tras otro, los bordes claramente definidos que antes marcaban la división entre hombres y animales. Entretanto, la ciencia les ha otorgado también a los animales el privilegio —hasta ese momento exclusivo de los humanos— de poseer las capacidades de lenguaje y razón, de construcción de herramientas, de cultura o de tener conciencia de uno mismo. Vale la pena, entonces, prestarle atención a esta representante del silencioso reino vegetal, pues tal vez sea hora de reconocer la posición de las plantas y su importancia para nuestro planeta.
Imagen de portada: Visión de ayahuasca. Libro de agradecimientos del Centro situlli, Amazonía peruana
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Psilocybe mexicana. ↩