SURREALISMO. Viejo cubierto de estaño anterior a la invención del tenedor. André Breton y Paul Éluard
ASESINATO. Repulsivo color verde.
En las primeras líneas de la novela hay un cadáver tirado en un callejón de la ciudad de París en el año 1927, tiene catorce pequeños orificios en el cuello. La víctima no muestra una sola mancha de sangre y en su cara se dibuja una sonrisa burlona. En el bullicioso alrededor, lleno de bares, nadie vio ni oyó nada. Un joven llamado Pierre Le Noir, integrante de la Brigada Nocturna de la policía parisina, acepta la misión de resolver el caso a lo largo de un par de noches divididas en catorce capítulos. Le Noir busca testigos y encuentra a un dandi concentrado en beber café con leche y leer el periódico, y a una mujer de belleza estatuaria que tiene la capacidad de volar. Los sigue e interroga. A través de ellos comienza un trepidante viaje surrealista en busca del asesino.
CAMINANTES NOCTURNOS. Hielos derritiéndose en un vaso.
El relato está escrito en primera persona y permite que el lector se meta en la cabeza, en los sentimientos de Le Noir; siga junto a él las pistas que llegan de ultratumba, y encuentre los fragmentos de un rompecabezas. La forma que surge al armar los pedazos es la de un relámpago que rompe la piel de la oscuridad, símbolo del despertar y la trascendencia.
COLMILLOS. Algunos tienen dos, otros cuatro, pero nunca más de seis.
ESPECTRO. Cabeza rodeada de moscas.
La luz remanente del relámpago deja ver por unos instantes a un monstruo. Como escribió Salvador Dalí: es una rapidez luminosa, una instantaneidad rígida, histérica. Una bestia imbatible que no se detiene y rasga, corta, hunde sus garras en cuerpos trémulos. Acecha entre las sombras, olfatea fieramente y ataca sin conmiseración. Es metal frío con olor a sangre. Lanza oscuros hechizos. Vibra, se oye su rugido: el de un jabalí que pone los pelos de punta. Su pasado es remoto; sus afiliaciones, imperiales. Pocas criaturas logran estremecer al lector como lo hace este ser maligno, a quien a veces le gusta disfrazarse de humano y es inmune a las balas de plata.
FANTASMAS. Chispas de oscuridad.
Le Noir logra esquivar al espectro y se cruza con muertos vivientes, momias, seres que se alimentan de lágrimas y sangre. La novela nos muestra que a los fantasmas no les gusta ser sorprendidos, son pésimos conversadores, emigran, solicitan permiso para entrar en las habitaciones y no engordan. El libro los retrata escurriéndose en las esquinas. Le Noir se mezcla y enreda con Man Ray, André Breton, Tristan Tzara, Bela Lugosi, los condes de Noailles, otros seres ilustres y desopilantes como el dictador mexicano Porfirio Díaz, y un montón de chaneques que saben peinar las raíces de los árboles y tejer la luz de la luna. Cada personaje secundario brilla por unos instantes y queda prendado en el pensamiento. El detective los vigila, no los pierde de vista y los sigue en busca del autor del crimen. Se topa con presencias luminosas, evanescentes, llaves que abren puertas a nuevos pasadizos de un dédalo: las calles de París que desembocan en las orillas pestilentes del río Sena, que conducen a puentes milenarios, a departamentos sombríos en los que durante el día duermen criaturas que no se reflejan en los espejos.
GROTESCO. Muñecas rusas hundiéndose en la marisma.
Catorce colmillos nació de una pesadilla en la que Solares caminaba de noche por el barrio parisino de Le Marais; en el sueño algo lo acechaba, algo que no era ni remotamente humano. Ésta es la sensación que subyace en el texto: la de un río helado que transporta a territorios en los que la magia convive con el rigor científico de las necropsias.
HUMOR. Ojos verdes.
El humor negro es incisivo, corroe. “En la Calle del Infierno no esperan para siempre”, dice uno de los personajes. El autor ha dicho que el humor se parece mucho al amor, porque no se puede diseñar por anticipado y siempre sorprende cuando ocurre; por otra parte, no funciona como un cronómetro, no se puede calcular y es explosivo.
LE NOIR. Motor fuera de borda.
La voz de Pierre Le Noir titubea al traspasar las tinieblas; cuestiona a las criaturas con las que tropieza; tiene miedo, pero también es arrojado; busca, escarba y se introduce en las tumbas, en el hocico de una realidad alternativa, desconcertante, en la que los fantasmas son capaces de lastimar y matar. Su abuela fue una famosa médium, ella le regaló el talismán que lo protege y lleva a todas partes en el bolsillo superior del saco. Gracias a esa influencia familiar, tiene la capacidad de ver espectros e interactuar con ellos. Es joven, inexperto, quiere sobresalir en la brigada y resolver el asesinato. En su búsqueda encuentra a una mujer que literalmente lo deja encantado.
MARISKA. Oscuro faro que ilumina los límites de la noche.
Sombra esquiva, flor negra, antigua y aterciopelada. Sus colmillos “son dos relámpagos de mármol”. Hipnotiza al detective y se interesa por el cadáver que tiene catorce heridas en el cuello; conecta a Le Noir con el mundo burocrático y científico de lo sobrenatural. Es ave, lagarto, destello glacial, tiene mil rostros que utiliza para introducirse donde le place. Es musa de poetas, modelo de fotógrafos. Su historia, lo que se encuentra bajo ella, podría llenar otros libros, ser protagonista de otras noches.
NOVELA. En caso de incendio rompa el cristal.
Al avanzar en la lectura, la curiosidad nos lleva de la mano a salones suntuosos y habitaciones en penumbras que son pasillos, aduanas por las que atraviesan criaturas hechas de pesadilla pura, de noche incesante. Todos son sospechosos. Solares está convencido de que las mejores historias surgen de impulsos rabiosos, de la necesidad de relatar y criticar al mundo. Así surgió este libro, cuyo único pecado es la velocidad de los capítulos finales, que desnudan pronto un misterio que se antoja tarde más en develarse.
PUERTAS. Una pluma en la boca.
Carlos Fuentes mencionó que la novela debía plantar una semilla en el lector, para que le abriera una posibilidad inesperada, inédita, de la realidad. Catorce colmillos cumple con ello: planta semillas de curiosidad que atrapan al florecer. Los frutos son los párrafos que emergen al ritmo del viento que cruza por callejones húmedos, y permiten la aparición de susurros en la niebla, ojos filosos que atisban en las esquinas. La oscuridad se desliza, habita en las calles y cruza los puentes de una ciudad que no duerme y por la que pululan viajeros de la noche que observan el ir y venir de los humanos, envueltos en capas hechas de humo, temerosos de la luz del día; un imán para el lector que es arrastrado hasta las últimas líneas.
RAYO. Apacible risa loca.
VIAJEROS DE LA NOCHE. Hormigas blancas.
Esta novela va más allá de los géneros, atraviesa el umbral entre realismo y literatura fantástica. Borges escribió que en “esta época nuestra, tan caótica, hay algo que, humildemente, ha mantenido las virtudes clásicas: el cuento policial”. Es un reto literario que comienza con un misterio (un cadáver, John O’Riley, tirado en un callejón con catorce orificios en el cuello); debe tener un detective, un investigador preocupado en resolver los problemas y pruebas que se le presentan (Le Noir); deben existir acompañantes a su alrededor que le darán pistas a seguir (Mariska, Loretta Nero, Man Ray), y un grupo de maleantes que tratarán de impedir que se revele el secreto (Petrosian). Por último, debe culminar con la verdad oculta tras el misterio planteado en la primera página (el Muelle de la Curtiduría). Por el lado del género fantástico, Jacobo Siruela apuntó que éste “no puede quedar circunscrito al cuento de terror y sus variantes, sino que debe referirse a un fenómeno literario más amplio”. Siguiendo a Siruela, algunos de los temas que desarrolla el género y resuenan en Catorce colmillos son, entre otros: el fantasma (Horacio Wiseman); monstruos (el jabalí); casas o lugares hechizados (la tumba de Porfirio Díaz, el estudio de Man Ray, la Calle del Infierno); metamorfosis (el brumoso comisario McGrau); magia (Mariska); otras dimensiones (el encuentro en La Rotonde). Y en medio de todo esto, los surrealistas, sus vidas e ideas radicales sobre el arte y el amor. El matrimonio resultante se parece mucho a esa frase de Lautréamont que uno de los personajes cita al hablar sobre metáforas: “el encuentro fortuito sobre una tabla de disección de una máquina de coser y un paraguas”. Lo aparentemente incompatible, fantasmas y detectives, genera un libro singular que destaca por su frescura. Cumple fielmente con las tradiciones, en gran medida porque Solares es un estudioso de los géneros, de las formas que tienen los textos literarios, de la construcción de personajes y tramas; y ha mezclado estos ingredientes en un caldero al que le cabe todo y al que llamamos novela.
Imagen de portada: Ilustración de Tomm Coker, para The Black Monday Murders #7, publicado por Image en 2016. © Image Comics, Portland