En Argentina más de 250 mujeres mueren cada año víctimas de feminicidio. Cuando la justicia no solo no resuelve los casos, sino que pone trabas en la resolución, son los familiares quienes tienen que buscar a los seres queridos que faltan. La escritora, feminista y docente argentina Dolores Reyes narra en Cometierra desde el lugar de esas personas violentadas. Su protagonista es una joven del conurbano bonaerense que se come la tierra vinculada a esos feminicidios no resueltos. La tierra funciona como alimento para visualizar qué pasó. Con una voz única, la autora ilumina la realidad diaria que sufren las mujeres dentro y fuera de la Argentina.
¿Cómo surge la idea del personaje de Cometierra?
El tema de los feminicidios acá es absolutamente cotidiano y esta cotidianidad hace que, a veces, se produzca un desgaste inevitable. Uno incluso se acostumbra a ello para sobrevivir. Los medios y el periodismo tienden a esa normalización, pero yo sentía que la literatura podía hacer otra cosa. Venía trabajando cuentos y surgió con naturalidad la posibilidad de unir el tema de los feminicidios y las mujeres buscando cuerpos en la tierra. Es una imagen con la que crecí, algo que tiene que ver con una sedimentación de toda la vida.
La protagonista tiene un don particular: la videncia a través del gusto.
Cuando desaparece una persona muchas videntes son consultadas, incluso la policía lo hace sin decirlo. La novela muestra la falta de interés de los Estados en realizar las búsquedas e investigaciones en los casos de mujeres desaparecidas o víctimas de feminicidio. Eso explica la desesperación de los familiares, que recurren a una vidente que es muy joven y está en una zona marginada. También habla de la seguridad que debería estar garantizada y no lo está. Muchas veces hay incluso participación de las fuerzas de seguridad en los feminicidios o la trata de mujeres. Detrás de cada una de ellas hay infinidad de historias, por eso en la novela empiezan a aparecer botellas con tierra de sitios donde han desaparecido mujeres que no están siendo buscadas.
¿Cómo fue abordar un tema que atraviesa tan de cerca a las mujeres?
No fue elegido de forma fría y consciente como en otras ocasiones. Sentí que el tema de los cuerpos femeninos violentados estaba muy presente en el arte y también en la narrativa, pero de forma bastante morbosa. ¿Cuántos cuadros de mujeres violadas o muertas hay? Ni hablar de los géneros policiales, del género negro, donde el cuerpo de la mujer es objeto de deseo, incluso después de muerta. Cuerpos utilizados en forma de enigma y también de advertencia social. No quería narrarlo desde el mismo lugar que se viene haciendo, sino desde la perspectiva de las hijas de las víctimas. Ellas pueden dar cuenta del enorme sufrimiento y desolación ante la falta de esas mujeres. Por eso fue muy importante ubicar a ese otro personaje que es la voz, una chica muy joven, hija de un feminicidio, que vive en el conurbano. Su vida está precarizada, la familia quedó absolutamente fragmentada después de esa violencia final. Sentí que ella es la que podía dar cuenta de todos esos costos, esos cuerpos de mujeres que nos están faltando. Es fundamental narrar desde esa perspectiva, sin la exposición del cuerpo de la mujer muerta. Narro cosas absolutamente duras, terribles y tristes, pero a la vez hay un uso de la lírica cuidadoso en las descripciones cortadas porque quería respetar y alejarme del regodeo de los cuerpos.
La ficción es una forma de hablar de algo tan doloroso. ¿Pensó en la no ficción para este texto?
A la hora de sentarse a escribir ficción el tema de la intención me parece que no juega demasiado. Por otro lado, hay que ver hasta qué punto uno elige libremente. La violencia hacia las mujeres me impactó siendo muy chica por un feminicidio muy famoso, el de María Soledad Morales. En ese momento, ella tenía diecisiete años y yo once. Hubo involucrada gente de las altas esferas de la policía de Catamarca, legisladores y diputados. El juicio fue larguísimo. Hasta los feminicidios están atravesados por el tema de la impunidad y, de alguna manera, se encendió ahí un foco de atención. Además, nacer en la última dictadura y ver asociaciones de mujeres que buscan a sus hijos desaparecidos en la tierra es algo habitual. Mujeres buscando un diente, un pedacito de hueso, algo mínimo que pueda cerrar una historia en la vida de una hija, una hermana o una madre desaparecida. Todo eso es muy potente a la hora de generar preguntas y ficciones. Trato de abordar temas no resueltos por medio de la ficción y ese es el punto de partida de Cometierra. La ficción me daba la oportunidad de responder a cosas que de otra forma no podía.
¿Qué preguntas seguían circulando en su cabeza después de escribir Cometierra?
El deseo siempre vivo de los familiares de saber dónde están los seres queridos. No alcanza con asesinar a una mujer. Muchas veces hay que desaparecerla, robar su cuerpo, su identidad, evitar el duelo y el derecho a un entierro o una despedida. “¿Dónde están?” es una pregunta que siempre está funcionando y acompaña más allá de la muerte. Por otro lado, está el tema de la solución. La literatura no puede solucionar un problema tan grave como las violencias de género y los feminicidios, pero sí puede sensibilizar al lector, obligarlo a quedarse con una experiencia de lectura y salir transformado.
Sentí que esta novela podía hacer eso. Hay una clave en la construcción de personajes como Walter, Cometierra y Hernán, que ranchan y no se violentan entre ellos, sino que se cierran de alguna forma a ese mundo de los adultos que sí es violento. Tengo esperanza de que las nuevas generaciones pongan fin a ciertos mandatos que generan muchas de las violencias.
¿Cómo se escribe la violencia?
Trato de borrarme yo, de meterme en la cabeza de los personajes y en lo que están habitando. Ver cómo solucionan y se relacionan. Me parece interesante tener dentro de la trama ciertas cuestiones afectivas, creo que eso es lo que la hace real. Pensar cómo se siente la lengua en determinado momento o la garganta cuando se come la tierra. Todo eso tiene que ver con el ejercicio de borrarme para darle voz al personaje. Me parece que faltaba mucho eso, la voz de las mujeres violentadas y de los que sobreviven a ese paso “final” de un feminicidio. Los que lo viven desde la infancia y tienen que seguir adelante, ¿qué pasa con ellos?
El lenguaje en Cometierra es directo, limpio y de alguna forma apela a códigos universales, ¿cómofue esa elección?
Hay un vocabulario de una zona muy determinada que a la hora de traducirlo resulta difícil. Me preguntan mucho ¿qué quiere decir ranchar o La Salada? ¿Por qué la casa se pudre? ¿Por qué tiene el techo de chapa? Todo ese lenguaje y manejo de los materiales que habitan la trama están ligados a la vida y al espacio. Lo que me parece que apunta a lo más universal es el mandato de enterrar a nuestros muertos, despedirnos, saber dónde están como un legado social absolutamente necesario para el duelo. También lo sería la relación entre los hermanos, Cometierra y Walter, la vitalidad de querer enamorarse, salir a bailar, hacer un regalo a ese hermano tan querido, jugar videojuegos. Esas vidas se cortaron tan jóvenes con la violencia que no hubo tiempo de disfrutar. Esos pequeños encuentros que propone la novela me parecen universales. No fue algo intencional porque no pensé que fuera a ser leído por tanta gente que no tiene ni idea de dónde está el conurbano bonaerense ni que La Salada es una feria muy conocida de ropa y otros productos adulterados y baratos. A veces es complicado trasladar esas cuestiones a distintas sociedades.
En Cometierra lo periférico se vuelve central. Hablemos del espacio.
Cometierra transcurre en Buenos Aires, pero no en la capital, sino en el conurbano. Es un espacio continuado que rodea toda la capital, donde viven millones de personas. Es muy grande, no es un campo, sino todo lo contrario, es una suerte de hacinamiento de casa contra casa, en un terreno absolutamente heterogéneo donde viven muchos adolescentes y pasan un montón de cosas a diario. Me llama la atención que hoy en día no haya aún más relatos del conurbano. Siento que los espacios y las voces centrales antes estaban en la ciudad, pero ahora empieza a haber otras narrativas disputando esa centralidad de los relatos. En el libro hay una premisa muy fuerte que es la siguiente: nosotros dejamos algo en la tierra que habitamos y es esa tierra la que sabe nuestra vida, nuestra historia. Es algo que siento y creo. Entonces, a la hora de narrar, ¿cómo iba a dejar de hacerlo desde esa tierra que conozco, me conoce y en la que pasan muchas cosas?
¿En qué está trabajando ahora?
Llevo trabajando la segunda parte de Cometierra más de dos años. Me alegra que los lectores la pidan, pero por otro lado quiero que tenga el mismo nivel de trabajo que tuvo Cometierra. Sigo con mucha dedicación, no solo en la trama sino también en esa construcción poética de la lengua que me interesa mucho. Está muy avanzada y estoy contenta con las 130 páginas que llevo, aunque todavía falta mucho. Creo que se llamará “Miseria”.
Imagen de portada: Sigilo Editorial, Madrid, 201