Un reciclaje imposible de ignorar
El plagio es el arte de la elección. Es un gran arte. Paul Valéry
Durante toda su vida Walter Benjamin soñó con escribir una obra compuesta únicamente por citas. Para él, la autoridad de una cita paradójicamente consistía en destruir a su vez esa otra autoridad que se le atribuye a un texto por el único hecho de estar insertado en la historia de la cultura. Apropiarse de una cita ajena y separarla de su contexto histórico era, para Benjamin, hacer que ésta perdiera su carácter de autenticidad para investirla así de una fuerza distinta, despojada de la certeza y armada del instante vivo de su extrañamiento. Imposible no pensar con esto en la música, quizás el área de la creatividad humana que más depende del acto de apropiación. Pensemos, por ejemplo, en el caso de la música medieval, o en las maneras en que compositores como Bach, Brahms, Ligeti, Gubaidúlina, etcétera, han reutilizado en su música fragmentos o piezas de otras preexistentes. Otro ejemplo más cercano es una canción popular como “Despacito”, cuya lluvia de variantes en el 2017 incluía la versión sinfónica, la flamenca, el remix, el punk rocker, la bachata, el son jarocho, la música árabe, entre otras muchas. Vemos así cómo en las culturas musicales de todos los tiempos está siempre presente y operando una gran variedad de artificios con los que las músicas de unos son recicladas en las de otros. No obstante, si tal apropiación aparece en las composiciones como una constante que desde la elección teje redes colaborativas y desordena las coordenadas temporales y geográficas, ¿por qué entonces seguimos pensando en la creación musical como si fuera una epifanía aislada que genera objetos sonoros acabados?, pensamiento que además trae consigo a la figura del genio solitario; ese mítico personaje dotado de talento innato, capaz de convertir al espectador en un ser privilegiado. Ciertamente, para entender el complejo fenómeno del reciclaje musical, sus modulaciones, significados y funciones, es preciso entender también las narrativas que a lo largo de la historia lo han (in)visibilizado. Y Música dispersa, escrito por el musicólogo mexicano Rubén López-Cano (autor además de Música plurifocal y Música y retórica en el Barroco, entre otros libros) y editado en el 2018 por la muy joven y prometedora editorial española Musikeon Books, es una referencia obligatoria. No sólo por ser uno de los pocos libros especializados en procesos de intertextualidad, influencias y préstamos en el ámbito musical, sino porque su escritura dispersa, profundamente erudita, hilarante y amena, se presenta al lector como una cartografía que invita a establecer conexiones y a reflexionar la cultura más allá de las lógicas tradicionales y los imperativos capitalistas. Para presentarnos esta especie de cartografía orográfica, López-Cano, profesor de la Escola Superior de Música de Catalunya y docente, investigador y asesor de diferentes instituciones y proyectos de Europa y América Latina, parte de una posición estratégica en la que un amante de la música, en cualquier lugar del mundo, está inmerso: la escucha digital. Esta posición, inédita en la historia, no sólo nos ha posibilitado el acceso instantáneo a contenidos musicales de expansión incalculable, sino que ese mismo acceso, al ser una especie de campo aperto virtual, abre la posibilidad de que los propios oyentes, fuera de los marcos trazados por los productores, hagan otros usos de sus músicas favoritas a través del ensamblaje personalizado, creando así géneros y técnicas de reciclaje digital como el sampleo, el remix o el mashup, entre otros. López-Cano analiza los discursos que han emergido gracias a estas nuevas prácticas de remezcla en la música popular urbana para repensar el fenómeno del reciclaje y sus valoraciones a lo largo de la música clásica, haciéndonos ver cómo en ambas “ocurren conflictos, luchas de supremacía estética y grandes batallas para la construcción artística personal así como de usufructo y mercado”. Otro aspecto crucial de Música dispersa es el énfasis en la cuestión subjetiva de cada historia. Es decir, que más allá del acceso a los contenidos ilimitados que ofrecen los dispositivos (mas allá del imperio de la cifra, en donde la música también deviene algoritmo), nuestra historia íntima con cada pieza nos permite una relación de otro orden, que apunta a la diferencia y, por lo mismo, a una lectura crítica, tan subyugada actualmente por los mismos medios que se han vuelto fábricas de estereotipos pues, como ya lo señaló Roland Barthes, “el estereotipo es ese lugar del discurso donde falta el cuerpo”. López-Cano insiste en “cómo la música siempre ha consistido en hacer algo corporal y activo con otros”, y es a partir de estos lazos que la interpretación puede adquirir sentido. Por ejemplo, cuando señala cómo géneros como el collage y las poéticas de la cita o movimientos como el de la interpretación históricamente informada han permitido que la música deje de ser un museo que preserva el pasado inmaculado para convertirse en un repertorio actual y en transformación continua. Es imposible englobar en pocos párrafos cada uno de los aspectos que aborda Música dispersa (desde la filosofía, la estética, la ontología, la semiótica, los estudios culturales, los comparativos del arte, el análisis del discurso mediático, etcétera) o hablar de los fascinantes casos de apropiación que expone, y de sus matices y coyunturas. Entonces, lo que le queda al interesado a partir de aquí es leerlo directamente, porque al ser un libro tan plural, con tantos temas que se entrelazan y dialogan, con tantas preguntas y respuestas, es también un libro con apertura a diversas interpretaciones. Así, más que una teoría unívoca, Rubén López-Cano nos ofrece en Música dispersa otra lectura de la música: aquella en donde la realidad del reciclaje es imposible de ignorar. Y es en la fuerza de este torbellino de apropiaciones, influencias, robos y remix, que la música y su fragilidad física insuperable conviven con nosotros.
Musikeon Books, España, 2018
Imagen de portada: Instrumentos de música de diferentes tipos, editado por Lamarck & Bruguiere, 1782