Mientras que su hermana menor sigue siendo reconocida y amada en todo el mundo por su escritura, Cassandra Austen —la primogénita y, por lo tanto, la señorita Austen para sus contemporáneos— es conocida, si acaso, por una sola cosa; en los últimos años de su vida espulgó las cientos de cartas que había recibido de su querida Jane y las quemó casi todas. Ese es el acto que define y da a conocer la vida de Cassandra: un escandaloso episodio de vandalismo literario. Y a la mayoría de fans de Jane Austen les resulta muy difícil perdonarla. Pero esos fans a menudo ignoran el profundo amor y la confianza que había entre las dos hermanas, así como el hecho de que Cassandra era la albacea literaria de Jane: la guardiana del fuego. Ignoran la evidencia de que, si hubiera tenido la oportunidad, Jane misma habría aprobado esa hoguera. Después de todo, la célebre autora era una persona profundamente celosa de su privacidad, alguien que en vida eligió ser publicada de forma anónima y no compartir su secreto con numerosos amigos y vecinos, incluso cuando discutían su obra en su presencia. No cabe duda de que Cassy y Jane habrían coincidido en esta decisión, como coincidieron en la mayoría de las cosas: las novelas son suficiente. El resto no es asunto de nadie. Y desde su punto de vista decimonónico, esto parece perfectamente razonable: una dama jamás debe atraer la atención hacia sí; eso no se hacía. Hoy, sin embargo, nuestra insaciable cultura de las celebridades nos coloca en una posición distinta. El éxito literario conlleva la fama, y la fama debe hacernos compartir. Si amamos tus novelas, entonces queremos saber todo sobre ti: ¿Qué te inspiró? ¿En quién está basado ese personaje? ¿Dónde, cómo y por qué escribes? Queremos saberlo todo. Jane Austen es una de las autoras más queridas de todos los tiempos y aun así, gracias a Cassandra, sabemos muy poco de ella. Y guardamos resentimiento hacia la hermana que sobrevivió. Imaginen si pudiéramos leer todas esas cartas: ¡Quién sabe qué chisme jugoso se esfumó! En la historia de nuestra bendita Jane, Cassandra es la malvada. Yo no sabía nada de esto cuando Cassandra Austen entró a mi vida. Eran inicios de los noventa, recién nos habíamos mudado al pueblo inglés de Kintbury, en West Berkshire, y una de las primeras cosas que nuestros nuevos vecinos mencionaron —junto a cómo encontrar al carnicero y al panadero— fue que nuestra casa, ubicada en el sitio de la vieja vicaría de Kintbury, guardaba una relación con las Austen. Al principio no estaba segura de que fuera gran cosa. Como una citadina ignorante, suponía que la mayoría de las residencias parroquiales tenían alguna conexión con las Austen. Después de todo, ¿no es eso a lo que Jane se dedicaba: a codearse con el clero y tomar el té? Pronto supe que, de hecho, la geografía de Jane Austen estuvo bastante restringida y la vicaría de Kintbury era en efecto un punto de referencia significativo dentro de su cartografía personal. Una familia de apellido Fowle vivió aquí durante 99 años y le dio tres vicarios al pueblo, el segundo de los cuales era un gran amigo del padre de Jane. La relación se hizo más profunda cuando el reverendo Fowle envió a sus cuatro hijos a ser instruidos por George Austen en su rectoría de Steventon. Los Fowle se alojaban ahí la mayor parte del año y crecieron junto con las Austen como una camada de cachorros. Entre Cassandra y Tom Fowle se desarrolló una relación especial. Para deleite de todos, anunciaron su compromiso. Pero la tragedia los alcanzó cuando Tom murió de fiebre amarilla durante una expedición en el Caribe. Apenas cumplidos los 24, Cassy se hundió en el luto. Nunca se casó. Fue un acontecimiento que le dio un giro incluso a la vida de Jane.
La vicaría Fowle fue demolida en 1859 y la casa en la que ahora vivimos se construyó en su lugar. Sin embargo, es el mismo trazado, el sótano es el original, el jardín y la vista se mantuvieron. La imagen de Cassandra empezó a obsesionarme: aquí, con su prometido en la última Navidad que pasaron juntos; allá en la puerta, viendo su carruaje alejarse de ella en la última mañana que compartieron. Su historia es la de una mujer joven, bella y astuta que amó y fue amada, pero cuya suerte se vio alterada por un cruel giro del destino; es decir, un tema clásico de la ficción del siglo XIX. Es también la historia de millones de mujeres como ella —de vidas tan restringidas, forzadas a abrirse camino con poco dinero y pocas opciones— que de alguna manera hallaron propósito y sentido: suyas son las voces silenciadas a través del tiempo que siempre he querido escuchar. Sin embargo, aún me encontraba lejos de ver esto como una novela. Hasta que fui comisionada para escribir una biografía de Jane Austen dirigida a un público infantil y, por primera vez, empecé a estudiar la historia de Jane, no solo sus personajes. Al hacerlo, me fue cautivando más y más la elusiva figura de Cassandra. De las 160 escasas cartas de Jane Austen que han llegado a nosotros, la mayoría están dirigidas a su hermana. Y a pesar de que no conservamos ninguna de las respuestas —y sabemos que estas son solo las que Cassandra nos permitió ver—, aun así nos queda una imagen definida de ambas hermanas. Escuchamos los juegos entre ellas: “Me estoy volviendo muy extravagante y gasto todo mi dinero, y lo que es peor para ti, me he estado gastando el tuyo también”. Sabemos que compartían las mismas bromas: “De verdad que eres la mejor escritora cómica de tu época”, dice la mejor escritora cómica de su época. La joven Jane claramente admira a su hermana mayor: “No prosperaré si me alejo de tu guía”. Jane la ama: “Cuida de tu precioso ser” y, hacia el final, ese amor llega al grado de la dependencia: “Me enfermé cuando te fuiste por el mero hecho de que te habías ido”. Como es sabido, Jane Austen era muy consciente de los tropiezos de los demás, pero mantenía a Cassandra en un pedestal. Y eso ya es decir algo. A partir de ahí, decidí que yo la amaba también… Y, sin embargo, cuando leemos las memorias de la familia emerge una imagen diferente. Las sobrinas y sobrinos parecen recordar a otra Cassandra. En donde Jane encontró ingenio y humor, ellos solo vieron amargura. Mientras Jane pensaba en su hermana como alguien superior, para ellos dejaba mucho que desear; apenas lista, comparada con la genialidad de Jane; sensible hasta la aburrición, mientras que Jane era tan divertida. Me descubro resentida con ellos por soltar estos juicios. ¿Cómo podría reconciliar las contradicciones entre estos testimonios? La primera razón y la más obvia es la edad. Jane murió en la cima de sus capacidades: tenía solo 41 años y recién había terminado Persuasión. Su muerte fue un golpe terrible para la familia entera. La pobre Cassandra, por otro lado, cometió el error de arrastrarse hasta los setenta —sin duda tendría ya algunas barbas, diría “Uff” al levantarse de la silla y se habría vuelto un poco gruñona—. Entre más me acerco a cierta edad, más simpatizo con ella. Pero la causa más obvia del conflicto es el efecto distorsionador de la fama. Todas las familias, en especial las grandes, como la de los Austen, desarrollan sus propios ecosistemas: hay un orden jerárquico, cada miembro tiene su posición. No obstante, cuando solo uno de los integrantes alcanza la fama, el ecosistema entero se trastoca. El mundo te escudriña y saca sus propias conclusiones. Y aquí también encontré una conexión. Mi hermano, Nick Hornby, y mi esposo, Robert Harris, ambos alcanzaron el éxito literario en sus treintas. ¡Nadie se sobresalte! Somos bien conscientes de que ninguno de los dos está de forma alguna cerca del nivel de Jane. Aun así, a menudo me entretienen —y a veces me irritan— las suposiciones hechas por los que no pertenecen a nuestro círculo. Si no eres la famosa te toca ser la fracasada. Cassandra era una buena mujer, y para los Austen era la hija mayor ejemplar: la más guapa, la más confiable y eficiente, un orgullo y un pilar para su madre, una mentora para la más joven y juguetona Jane. Formó la pareja perfecta con Tom Fowle, a la edad ideal. Ella habría de ser una excelente esposa de vicario, una buena madre. Cuando se le cerró esa posibilidad, se convirtió en la ayudante de la familia entera. Estuvo allí en todos los nacimientos y velorios. Entregó su tiempo de forma desinteresada e incansable. Y eso no es todo. Si valoran las novelas de Jane Austen, entonces deberían valorar a Cassandra. Ella fue crucial para el desarrollo de Jane como escritora. Porque si Cassandra se hubiera casado con Tom Fowle, entonces su hermana también hubiera tenido que casarse (¿si no, qué hubiera sido de ella?) Y Jane nunca estuvo cerca de ser una buena prospecta: no tenía dinero, no era más guapa que el promedio y podía llegar a ser muy rara y exigente. De haber encontrado marido, no hubiera sido ningún Mr. Darcy. Su vida hubiera sido dura, llena de embarazos riesgosos y dificultades domésticas. No habría tenido tiempo de escribir más que una carta. Pero junto a su hermana solterona, Jane encontró estabilidad. Cassandra recibió una pequeña herencia; Jane no tenía nada de nada. Cassandra lidió con los cambios de humor de Jane, la animó y se tomó su escritura de forma extremadamente seria. A partir de que su hermano rico —por fin— les dio una cabaña en Chawton, Cassandra se hizo cargo de la casa para que Jane pudiera dedicarse a trabajar. Ella fue la partera de las novelas de Jane y se sintió tan orgullosa de ellas como si fueran su descendencia. Cuando Jane cayó enferma, Cassandra se entregó a encontrar un remedio. Y cuando finalmente todo acabó, Jane murió en sus brazos. Esos sobrinos y sobrinas maleducados —y, en efecto, todos los fans de Jane Austen— deberían arrodillarse en gratitud. Pero pobre Cassandra. Ella solo puede llegar a ser percibida a la luz de la estrella de Jane: la hermana menos interesante, la malvada pirómana que destruyó todos los secretos de nuestra amada Jane. Ya es hora de que reciba el reconocimiento que merece. Personalmente, le estoy agradecida por haber quemado esas cartas y generar huecos en su historia. Me dio el material para mi propia novela: ¿qué fue exactamente lo que Cassandra quiso ocultar?
Traducido de “Cassandra Austen: Literary Arsonist, or a Heroine in Her Own Right?”, LitHub, 1 de mayo de 2020. Disponible aquí. Se reproduce con autorización.
Imagen de portada: James Sant, A Thorn amidst the Roses (detalle), 1887