crítica Animales MAY.2020

Grietas. Acerca de las murallas, Pablo Soler Frost

Dentro del caballo de troya

Aura García-Junco

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We are gonna buy a wall, it’s going to be a great wall Donald Trump


Existen metáforas que han cercado la historia humana entera. Cada época las resignifica, cambia los músculos y piel que recubren su osamenta. Las murallas son una de ellas, tan viejas como Mesopotamia misma, tan anchas o tan delgadas como el muro de Trump o la piel. Pablo Soler Frost evoca a lo largo de su más reciente ensayo los entresijos de las piedras que conforman una metáfora tan vieja como la civilización misma. Es lo que hay detrás de las paredes, los motivos y resultados de la construcción de muros, lo que interesa al autor: “Podría pensarse que es uno de los grandes temas de la voz poética: la tragedia del poder acumulado y del desvanecerse de los cúmulos de polvo de la historia humana.” Las primeras secciones del libro abundan en citas y referencias eruditas, entre la poesía y la historia, que se tejen en textiles a veces apretados y a veces laxos. El ritmo en principio me resultó un tanto vertiginoso, puesto que la mente del ensayista abarca amplios territorios de una vez. A Soler Frost parece interesarle una especie de deriva que no estrangula con correspondencias perfectas entre causas y motivos. El viajero que se adentre en las páginas de este libro se topará primero con lo que parece un intensivo recuento de hechos. Como si caminara fuera de la puerta de la historia, la épica más antigua, el poema de Gilgamesh, recita sus versos sobre la conformación de una ciudad; la Biblia, la Muralla China, incluso el gran Muro del Norte de Game of Thrones abren el horizonte de un libro atípico. Así como en los límites de una ciudad amurallada medieval se quedan afuera los sembradíos que le daban de comer al interior, Soler señala que las murallas son protección y peligro a la vez porque encierran y separan: dejan fuera al enemigo, sí, pero evitan la entrada del alimento en un asedio. La genialidad de este libro no consiste en ser una mera compilación de datos, sino en la sutileza o dureza con la que Soler Frost brinca de un reino a otro y une —mediante barro o aire— las enormes piedras que conforman una idea. Así, podemos estar en medio de las ruinas ciclópeas de las murallas de Micenas sólo para encontrarnos, líneas después, frente a los muros invisibles que separan a los ricos de los pobres, esos que hacen de la idea del ascenso socioeconómico poco más que una utopía; o bajo el famoso techo de cristal con el que las mujeres nos topamos. Estos obstáculos invisibles, tan invisibles que más de uno se atreve a señalarlos como inexistentes, son parte de un continuum histórico. Entre esta amalgama de erudición y poesía me vi en algún momento rebasada de citas. Por fortuna, un contrapeso trajo la levedad que Calvino tanto apreciaba: las anécdotas de Soler mismo. Me gusta especialmente aquella de su paseo por la Gran Muralla China, en el que, su acompañante, N*, “aprovechó para contarme que había estado viendo a una chica danesa en Beijing. Yo estallé por dentro. El viaje y mi vida, a mis ojos de entonces, se iba al ¿cuerno, diría?… Y pateé la Gran Muralla, muy probablemente rompiéndome el pie, vuelto un energúmeno por culpa de los celos…” La carne colisiona con la piedra en un “gesto muy humano, por fútil, tal vez”. El yo entra y sale de la prosa a capricho, y da cuerpo, pone el cuerpo cada vez que se apersona. Mientras leí recordé muchos muros propios, por ejemplo aquellos que separaban el fraccionamiento en el que vivía mi abuelo. Tenían pintados el logotipo de éste y servían no sólo para separar espacios sino para separar personas. En la práctica eran fáciles de saltar: el objetivo no era que fueran inexpugnables, sino que crearan la idea de exclusividad en sentido pleno. Pensé también en la manera en que Roma se expandió desde el pequeño espacio entre cuatro montes, la Roma Quadrata, hasta el monstruo elefántico que se volvió, y cómo, en esa misión por la desmesura, tuvo que tirar sus viejas murallas. Si algo muestra este ensayo, es que las murallas son mucho más flexibles de lo que se podría pensar y que están por todas partes. Grietas invita a pensar en los ecos cotidianos de la historia. Las murallas contemporáneas no tienen el peso monumental que tuvieron en el pasado, pero son tanto o más letales que éstas. En sus últimos capítulos, el libro explora temas como la levedad de las abejas que mueren y nos llevan con ellas a la muerte y las murallas reales y tangibles que parecieron y parecen ser eternas: el Muro de Berlín está en el centro. Soler evoca imágenes sutiles como la visión de dos amantes frente a éste; sus recuerdos del día que cayó y “Cycling the Frame”, video de Tilda Swinton en su bicicleta, rodeando a paso ligero el borde invisible del lugar donde sólo se alzó el muro. Tal como una muralla imponente, este libro está hecho por más de un par de manos. Soler incluye una sección de “Ventanas” que, dice, pudieron ser más; fragmentos de lo que otros autores, desde muy distintos ángulos, dijeron: Cavafis espera a los bárbaros, Robert Graves rompe Troya en su caballo de madera y Bertolt Brecht horada certezas con preguntas sobre el pueblo invisibilizado que lo construyó todo. Banksy y Nina Hagen se unen al cortejo de voces recorriendo las “Ventanas”, que le sirven de cierre al libro, pero también de apertura, ya que, integradas en el texto, hay muchas otras formas de rememorar las cosas con que los hombres se separan. Los pasos avanzan hacia el ahora hasta llegar al cierre del libro: un compilado de las veces que Trump mencionó el muro prometido durante su campaña. Discursos y tweets resuenan con su voz prepotente y mencionan una y otra vez las palabras que todos sabemos ya: el gran constructor, el poder del muro para evitar el peligro, la amenaza latente que son los otros. Esta clausura es un resumen de muros, el elemento sólido que los conforma, pero también la potencia de una idea. Al fin y al cabo era ése el centro de la campaña de Trump, la síntesis de su forma de fundamentarse mediante el desprecio. El constructo de la fantasía que es el político del tupé amarillento. Con la carga de las páginas previas, los tweets adquieren otra dimensión y, sin palabras, Soler Frost nos lleva a una nueva forma de considerarlos. No hay una definición única que contenga este ensayo, como tampoco la hay para la idea de muro. La divagación está permitida, de la misma manera que Tilda anduvo en bicicleta por el camino tirado del Muro de Berlín. Por eso nos dice Soler Frost:

¿Qué distingue entonces una muralla? En este ensayo pensé primero que lograría mi intento de dar respuestas, lo más cabales que pueda, a las preguntas que surgen porque de pronto los muros se erigen, preguntas que son de pronto urgentes puesto que los muros crecen. No creo haberlo logrado: aun así, sólo cada lector, cada lectora, sabrá si acaso sí.

Turner, Ciudad de México, 2019

Imagen de portada: Marco Favio Calvo, Pianta di Roma Quadrata, 1527