No hay nada más difícil que hablar de un padre, pues se trata, al mismo tiempo, de la figura del mundo y la razón por la cual este se desfigura. Juan Villoro deconstruye el mundo de su papá para intentar construir al ser humano que fue. Así, La figura del mundo deshila las historias para tejer con ese material algo que dé sentido a la existencia: un esbozo de realidad construido con muchos cachitos de recuerdos. En la película El gran pez, el protagonista está harto de las historias inventadas de su progenitor; su búsqueda consiste en entender quién es realmente ese hombre. Al final de la película el protagonista comprende que la realidad no es unidimensional y que la vida está hecha de contradicciones; fantasía y cotidianidad forman parte de la realidad. “Al contar la historia de mi padre es imposible separar hechos de ficciones, al hombre del mito”, sentencia el protagonista.
Así es la vida del Luis Villoro que su hijo retrata en este libro. Fotografías que crean juntas la sensación de una continuidad, de una historia. No todas le resultan coherentes al autor. Al final del libro cita el testimonio del subcomandante Marcos sobre su padre. El líder zapatista cuenta que el filósofo se apareció ante los rebeldes un día, en “la cama de nubes” frente a la que viven en las montañas, queriendo ser uno de ellos. “¿Qué tan verídico es este sugerente retrato?”, se pregunta Juan Villoro; “ciertos detalles pueden considerarse imprecisos, pero la memoria siempre modifica algo”. Juan descubre que su papá no es uno solo y que su vida está llena de contradicciones, de mitos y fantasía, pero también de realidades y cotidianidad. El autor está dispuesto a aceptarlo. No fuerza una imagen única sino que se contenta con narrar varias. Conviven el símbolo y el ser humano; a veces, en la realidad, es más uno que otro y en ocasiones es el espacio entre ambos.
Escribir un libro así no debió ser fácil. Desentrañar al padre y su mito es una forma de matar al personaje volviéndolo persona; hay que estar dispuesto a aceptar la vulnerabilidad, el dolor, el fracaso. No se puede tener miedo de mirar al espejo, pues dibujar al otro es también darse al autorretrato. Con este libro, Juan Villoro sueña a un papá, imagina a un héroe y observa a un filósofo. El resultado es hermoso. La figura del mundo no es un texto sobre un ser humano, es un libro sobre ser humano. Su autor toca las más profundas fibras de la especie con sensibilidad e inteligencia. Al final, más que una biografía, uno tiene la sensación de haber leído un majestuoso y a la vez cálido tratado de filosofía. Como los que su papá escribía tan bien.
En la biografía de Luis Villoro está reflejado el siglo XX mexicano: el exilio español, el nacionalismo posrevolucionario y su necesidad de crear una patria, el marxismo y su idealismo latinoamericano, el cisma del 68, las reformas democratizadoras, el surgimiento del zapatismo, la alternancia partidista y la llegada de un movimiento social de izquierda al poder. Juan Villoro no solo explora la vida de su padre sino la de un país; su búsqueda se convierte también en el empeño de una nación por ser patria. Luis Villoro no solo es papá de Juan, sino uno de los progenitores del México contemporáneo.
México es uno de los pocos países donde pensadores, artistas y escritores juegan un papel fundamental en el acontecer histórico y público, pero sus intelectuales suelen menospreciar su propio rol porque concentran su atención en dos o tres países de Europa occidental que son las otras excepciones del mundo en este sentido. Quizás la herencia del engagement intellectuel francés esté más viva en México que en casi cualquier otro lugar del continente. Luis Villoro fue parte de las juventudes lombardistas que crearon el PP(S), mentor de la generación del 68, pensador zapatista, consejero de AMLO; fue maestro, filósofo, escritor y padre.
En La figura del mundo, Juan Villoro explora ese engagement mexicano desde su concepción en la infancia. Lo leo y recuerdo el impacto que tuvo a mis once años de edad la caravana zapatista que llegaba a la Ciudad de México. La infancia es destino, dice Villoro y añade: “la vida se define esencialmente por lo que sucede antes de los doce años”. A Luis se le atravesó la guerra civil, a Juan el 68, y quizás por ello ambos se encontraron en el zapatismo, una continuación de aquello que los había definido en su infancia.
Luis Villoro también fue un hombre de acción. Su vida no es la del filósofo aburrido —a la Kant— que vive siempre en la nube, sino la del hombre que jugó un papel determinante en la democratización del país. Su vida parece haber sido divertida: fue zapatista, un amante bien amado y un padre distraído pero cuidadoso.
El momento más simbólico del libro ocurre al final. Se habla mucho de la dificultad de crecer bajo la sombra de una figura paterna destacada. Esta es una de las raras historias donde papá e hijo logran cosechar su propio árbol y el primero vive para verlo. Juan relata cómo su padre de 91 años rechaza una silla de ruedas y sube caminando las escaleras para atestiguar la presentación de su hijo en El Colegio Nacional. Luis emprende el viaje cuesta arriba, vuelve a la montaña, esta vez no para hallar su destino sino para encontrar a su hijo. Unos días después muere. Hay algo simbólico en ello. Chavela Vargas deseaba ir a España a despedirse de Federico (García Lorca) antes de regresar a morir en México. Luis Villoro sube la montaña de El Colegio Nacional y comparte con su hijo el máximo reconocimiento intelectual que otorga el país, antes de pasar al otro lado.
Luis llegó a un México que buscaba con desesperación encontrar identidad y reconstruirse. Su pensamiento fue determinante para lograr un esbozo de coherencia para la nueva patria. Como buen filósofo, el resto de su vida lo pasó cuestionando esa coherencia y esa identidad. Lo hizo con la pluma, pero también en la trinchera social, desde 1968 hasta 2006. Juan Villoro cuenta la historia de quien construyó para luego deconstruir. Escribe: “el primer temblor del que tuve noticia ocurrió de noche. Yo estaba en la cama y no me asusté al sentir que la casa se movía. Pensé que era mi padre que caminaba por el pasillo”. Quizás no se equivocaba, un gigante caminaba por esos pasillos.
Juan cuenta que su papá admiraba a Gandhi porque estaba convencido de que la filosofía no era una forma de pensar sino una manera de vivir. No todos los filósofos piensan así, pero Gandhi había sido congruente y al hacerlo cambió al mundo. Leí a Luis Villoro en la adolescencia porque había escrito sobre uno de esos filósofos congruentes con su pensamiento filosófico: Giordano Bruno. El libro de Villoro me gustaba porque, a diferencia de autores como Yates, Paz y muchos de los científicos contemporáneos que presentaban a Bruno como un filósofo obsesionado con la magia y el oscurantismo, Villoro había entendido el verdadero sentido de la magia en su obra. “Giordano Bruno definía al mago como ‘el sabio que tiene la capacidad de actuar’. En la magia se expresa, como luego en la ciencia, la potencia del hombre por crear un mundo suyo”, escribe Luis Villoro en El pensamiento moderno. En ese sentido quizás Juan Villoro se equivoca: Luis Villoro fue más mago que filósofo.
La figura del mundo es un libro que conmueve e inspira. Un libro que habla de la muerte utilizando la vida como excusa. A los que hemos perdido a un padre o una madre, nos toca fibras profundas de dolor y realidad. En estás páginas Juan Villoro no solo se encuentra con el filósofo consagrado o el papá errático; también descubre la caja de viagra en el cajón y a la amante de la juventud que parece haber olvidado el amor ardiente que le profesó su padre. Ante todo, este es un libro real, un libro genuino, escrito con inteligencia pero desde el espíritu. Se agradece mucho. Durante décadas el intelectualismo mexicano se ha cuidado de expresar vulnerabilidad. Los intelectuales eran tótems infranqueables que no podían caer en lo mundano, en lo banal, en lo humano; analizaban a la humanidad sin darse la oportunidad de ser parte de ella. En cambio, esta es una historia humana escrita no solo por uno de los mejores autores de Latinoamérica, sino por un hijo.
Random House, México, 2023
Imagen de portada: Bryan Charnley, Donde sopla el viento suave, 1990. Wellcome Collection