editorial Revoluciones OCT.2017

Editorial

Guadalupe Nettel

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Hace más de cien años los socialistas reflexionaban acerca de cuáles eran las condiciones —subjetivas y objetivas— para que se produjera una revo­lución. La pregunta puede formularse tanto en lo político como en lo social, lo cultural, lo artístico, lo tecnológico y lo científico. Nuestro número de octubre coincide con el centenario de la revolución rusa y decidimos conmemorarlo desde el ángulo poco estudiado de las mujeres que participaron en ella. Partiendo de este acontecimiento histórico, quisimos extender la conversación a otras revoluciones emblemáticas del siglo XX, desde la revolución china hasta las guerrillas centroamericanas, pasando por la revolución mexicana, la cubana, la surrealista y las científicas, así como las secuelas que dejaron tras de sí. Más que hacer un recuento histórico, nos interesaba analizar desde una perspectiva actual la forma en que determinaron el mundo en el que vivimos.
¿Qué revoluciones están ocurriendo hoy? La respuesta no es sencilla. Resulta casi imposible para el ojo desnudo capturar el momento histórico que estamos viviendo. Sin embargo, hay cambios que no podemos ignorar: la vertiginosa intromisión de la tecnología digital en nuestra vida cotidiana, las luchas indígenas en México y Latinoamérica, el combate feminista y LGTB por la igualdad, los levantamientos sociales en Medio Oriente. A todos ellos se refiere también nuestro número de octubre.
La rebelión es algo instintivo e inevitable. Los psicólogos la consideran una de las etapas fundamentales del duelo. Nos rebelamos, con mayor o con menor éxito, contra la enfermedad y la muerte, contra las tragedias, y contra la injusticia. Se trata casi siempre de un estallido, de un exabrupto proporcional a la carga opresiva de la cual necesitamos liberarnos. Sin embargo, una cosa es la ruptura y otra, muy distinta, que ésta consiga subvertir los sistemas de poder.
A la pregunta sobre las condiciones propicias para una revolución, Lenin y Trotsky respondieron: la condición subjetiva es la conciencia de clase, la conciencia de un enemigo común. Las condiciones objetivas: que el sistema dominante se encuentre resquebrajado y que haya un elemento detonador, capaz de movilizar a las masas. Las revoluciones pueden ciertamente fracasar, pero aun si sus aspiraciones no se concretan, su espíritu e impulso propician a menudo cambios sociales que rebasan su contexto. Más allá de las derrotas o del anquilosamiento en el que muchas cayeron, queda claro que sin las revoluciones del siglo XX no existiría el mundo tal como lo conocemos.
En este planeta apoltronado sobre la ficción de la democracia resulta más fácil imaginar el apocalipsis climático inminente, o el fin de la historia, como diría Francis Fukuyama, que una revolución capaz de derrocar al sistema, en el cual la mayoría de nosotros vivimos ya sea enajenados o directamente oprimidos. Sin embargo, la desigualdad y la explotación, la destrucción de los ecosistemas que permiten la vida humana, el abuso de las minorías y la violencia de género son razones poderosas para pensar que las revoluciones siguen siendo necesarias. Nos toca a nosotros encontrar una manera de ponerlas en marcha.

Imagen de portada: John Flaxman, La odisea, 1862.