¿Puede haber espíritu romántico en la colonia popular Santo Domingo? ¿Existe una Emma Bovary con hambre de algo que solo puede imaginar fuera de lo que conoce; una madame que sueñe con un mundo de arte, conversaciones elevadas y poesía? Si el camino del héroe termina en el reconocimiento del viaje y la gloriosa vuelta a casa, en Dominio este regreso al hogar será lo más antiheroico posible, uno obligado por causas de fuerza mayor. El camino de la heroína la lleva a su madre, a la recuperación, al lugar menos anhelado de todos.
Los hospitales tienen el poder de devolvernos algo de nuestros primeros años. Yo casi no recuerdo mi infancia, y lo que alcanza mi memoria está unido a las fotografías. Sin ellas casi no tendría nada.
La novela comienza con el relato de una mujer que fue a dar al hospital por la complicación de un embarazo ectópico. Bajo el efecto de los sedantes recuerda que la única vez que ha sido feliz fue en la adolescencia, cuando era casi un niño, dice. No tuvo una vida urbana común de juegos en la calle, amigos o pandillas. Fue una vida solitaria, de preguntas y mucha observación. La adolescente casi niño ve y anota. Quiere saberlo todo de todas las cosas. Después del hospital, irá a su casa y dependerá de los demás para su recuperación. Para ella, eso es tocar fondo. No el periodo de hospital, sino ese regreso, ese entorno de cuidado: la negación de una independencia que fue su lucha.
El relato va de un lado a otro, como si el cuerpo se recargara en el pie izquierdo, y luego en el derecho: la mujer adulta en el hospital y la adolescente que tiene un hambre especial, unas ganas de vivir que parecen inauditas. La mujer del momento “presente” hace la reconstrucción de la memoria. Medicada, sin dinero para pagar la cuenta del hospital, recuerda qué era eso que le daba hambre en el pasado. Una adolescencia antidepresiva, antisuicida, con una gran curiosidad. Creía que lo importante sucedía en un lugar al que ella no tenía acceso. No entonces. Su cuerpo, a medio camino entre lo infantil y lo maduro, no crecía tan rápido para ella. Placer y dolor son los ejes entre los que el libro fluctúa. El cuerpo es la cuna donde se mecen, se alimentan y hacen muecas.
Las horas me observan. Son estrellas que salieron despedidas de un cielo de cenizas. Aunque en realidad no son las horas sino dos ojos claros y unos labios que se mueven tras un cubrebocas. Luego parpadean. O parpadeo yo. Tengo sed. Ahora recuerdo: en la clínica insistían en que no tomara agua. Y de eso hace varias horas. ¡Y cómo pesaba el suéter! Como cien años de carbón. Dunas y dunas de canicas. Yo me sostengo de una cuerda muy fina para que no me caigan encima.
Dos narradoras, que son la misma en dos tiempos, confluyen en una sola instancia narrativa: contarse la vida. La chica vive en Santo Domingo. Después de la escuela, ama ir al espacio escultórico de la UNAM; ahí, su historia podría corresponder a la picaresca decimonónica: explora, concede, seduce, vagabundea, pregunta. Una flâneur que no cambia de ruta. Lo que está fuera de la casa es mejor que el espacio familiar, que no es opresivo, solo es lo que es: una familia mexicana sin drama, de clase trabajadora, que vive en la instancia de lo real. La joven quiere salir de esta realidad para hallar eso otro, eso real-imaginario. La paseante, la que camina, busca y encuentra, hace un mapa para los encuentros sexuales, toma notas, tiene prisa. Entre los salones incómodos de la escuela y las piedras filosas del espacio escultórico descubre el deseo y la negociación que este implica —la escena de un trío de chamacos cogiendo en las piedras sería cinematográfica si no fuera por el humor alrededor de todo ello: la incomodidad le gana a lo erótico, esos cuerpos pubertos restregándose en las piedras—. Su escapismo es el espacio urbano y el sexo. El sexo como aprendizaje; uno de tantos.
Dominio no sigue el camino de la novela de aprendizaje. La campana de cristal (Sylvia Plath, 1963) y Rito de iniciación (Rosario Castellanos, 1997), por mencionar solo algunas, cuentan la transición a esa madurez esperada: las vidas presas en las casas de los padres contra la vida sin reglas, libre, la de afuera. La universidad, en ambas, fue un rito, un crecer intelectual, un lugar para reconocerse y saberse otras. En Dominio no hay nada de eso. Se trata de una chica sola, su imaginación, y un deseo que no logra ser saciado. Ninfomanía hecha de carácter y soledad.
Pienso que el sexo debe ser, como la voz, algo que siendo más que cuerpo funciona a base de práctica, tal como ocurre con la cantante en este momento, que se interrumpe y obliga al pianista a iniciar de nuevo. Una y otra y otra vez hasta que por fin piense (o sienta) que ha cantado a la perfección. Y escuchándola cantar pienso que la vida, a través de mi cuerpo, puede extenderse de forma ilimitada.
En la salud y en la enfermedad, los votos que hace la protagonista son de una boda consigo misma. Como si el pacto adolescente pesara mucho después de haber cruzado el umbral de la madurez. Haber crecido y salido de la casa familiar eran las metas más deseadas, sin embargo, el costo fue demasiado. A diferencia de la Alicia de Lewis Carroll, Claudina Domingo se enfrentó a la precariedad mexicana sin magia de ningún tipo. En la tierra del realismo mágico, trágico, justo lo que debe evitarse es el atropellamiento de tráiler que lo real trae consigo: la falta de dinero, de empleo, de seguro médico, etc.
Lo que funciona terriblemente bien es el equilibrio entre la chica que sueña con crecer y huir, y la mujer adulta en una cama de hospital rindiendo cuentas a su madre. Hija pródiga falsa. Narra la historia de su misma adolescencia porque dejó en mala posición. No es un reclamo del tiempo presente a lo vivido. Para nada. La mujer del hospital anhela volver a sentir todo eso que sintió y pensó. El poder del cuerpo, de habitar la ciudad; el poder tremendo de algo que aún no es pero va a serlo. La mujer del hospital ya fue, y no se halla en sí misma.
Soy menor de edad y no tengo forma de mantenerme (tampoco muchas ganas de trabajar), así que la independencia verdadera está cancelada por… unos meses… porque “con un plan”, me dice la prisa, “en medio año seré libre”. Pero por el momento solo tengo otra manera de crecer: a través de mi cuerpo.
Hay una forma de comprender el mundo. A falta de escuela, viajes, conversaciones, libros, o incluso con todo eso y amistades estimulantes, el medio que algunas personas tienen de aproximarse a lo que hay afuera es el cuerpo. La experiencia lo atraviesa a modo de formar capas para hallar la coraza adecuada. Esta será la necesaria para crecer. La joven protagonista lo sabe, pero la mujer adulta lo resiente. Ese es el reproche. La mujer mayor contra ella misma.
Dominio es la historia de un paso de umbral, uno difícil pero necesario pues al final todo lo que importaba era salir y crecer. Cuando eso sucede, se instala en esa coraza —en ese cuerpo— la vulnerabilidad inesperada, el regreso/fracaso a la casa de los padres, a la antagónica relación con la madre.
Introspección, atmósferas, presente y pasado hacen de la historia algo vivo: ninguna persona es quien cree que será, aun cuando se esfuerce tremendamente en hacerse a sí misma. Ella es su trabajo: “Si hay dolor sordo debe haber placer sordo: el de la mente que le da vueltas a las cosas hasta desbastar sus vértices”.
Una chica hambrienta escribe y tarda en hallar el placer. Tarda en hallarlo todo. Cuando lo hace, no es suficiente y escribe de nuevo. Dominio trata sobre una persona en crisis. Para contar el dolor, para decir: “Ah, esta era la muerte, muy bien, ¿eso es todo? ¿Y qué más hay para mí ahora?”, tiene que hablar del goce físico. Del sexo como una biblioteca viva, como un modo de estar fuera de una misma. Del hedonismo, del riesgo y la intemperie.
Domingo no abandona la labor poética para entrar a la transparencia narrativa, sino que hila fino el lenguaje para habitar los dos espacios: así como cuenta con una narradora en pasado y presente, tiene un formato en dos géneros que se enlazan muy bien. Una novela hecha con las tripas de fuera, vulnerable y crítica de sí misma, es un fenómeno que la literatura mexicana debería recibir con los brazos abiertos y agradecidos.
Sexto Piso, CDMX, 2023
Imagen de portada: Edgar Degas, Mujer embarazada, ca. 1910. Colección Havemeyer