Ignoro qué habrá sido de mi corresponsal “Pata de cabra”, pero de cuando en cuando lo recuerdo y me pregunto si alguien más que yo, que lo padecí en sus inicios, sabrá que fue el precursor incuestionable del tipo de crítica que ha comenzado a imponerse entre nosotros. Me explico: “Pata de cabra” era el seudónimo de un sujeto que comenzó a seguir el primer blog que tuve, por allá de 1999, y con el que acabé por cruzar mensajes. Era un sujeto implacable. Le ponía tantos peros a todo lo que subía al blog que llegué a preguntarme, en no pocas ocasiones, por qué demonios se tomaba la molestia de leerme. “Pata de cabra” debía tener bastante tiempo libre, porque raro era el día en que no recibiera un farragoso y extenso comentario producto de sus inquietudes. Sus alcances eran impresionantes. Por cada palabra que escribía yo, él colocaba 1.2 en los comentarios. Tener un crítico permanente y a la medida resulta más o menos inmanejable: comencé a rechazar los textos que pegoteaba hasta que el tipo se dio cuenta y dejó de asomar por ahí. Tiempo después, “Pata de cabra” volvió, en forma de comentarista autoinvitado a la versión electrónica de la columna que escribía yo en un diario. Aún no llegaban los tiempos en que las aportaciones de los espontáneos eran moderadas por algún editor, así que pudo despacharse a sus anchas. Cuando no me llamaba imbécil era porque estaba muy ocupado llamando estúpido a algún otro participante del foro. Pero un día, de sopetón, desapareció de cuadro sin que nadie le hubiera aplicado la ley del hielo o algo peor. Solito se llamó al silencio. “A lo mejor encontró quehacer, se casó o se compró un perrito”, me dije. Nada de eso. “Pata de cabra”, sencillamente, había alcanzado un estadio superior. Lo supe porque, a las pocas semanas, me mandó un profuso correo en el que se explicaba. “Al estar yo interesado, fundamentalmente, en la crítica, he dado con la idea de que esa crítica no será total sino cuando su objeto dejen de ser los textos en sí, que a fin de cuentas no pasan de excusa, y su materia sea la crítica misma”. Me anunciaba, entonces, la inminencia de la publicación de un blog en el que, bajo su firma de extremidad caprina, se concentraría en analizar las críticas que se hicieran a cualquier asunto posible, en diferentes tribunas, y a desmenuzarlas. Sólo que la era del blog, al menos en su primera etapa, había concluido y las febriles multitudes de la red ya estaban instaladas en otras geografías virtuales: Facebook y Twitter. En el blog de “Pata” (al que, por morbo puro, asomaba de tanto en tanto) no se pararon ni las moscas y acabó por cerrarlo. Volví a saber de él quizá un año después (tardó, lo sé, pues quizá haya resentido el golpe), dedicado a impulsar su proyecto en las por entonces novedosas plataformas de las redes sociales: ingresaba a los perfiles de los “críticos” que elegía para acosar y, con minuciosidad asombrosa, discutía sus pareceres. Punto por punto. Letra por letra. No puedo negar que encontré un gusto malsano en seguir aquellas disputas y descubrir a tantos lobos convertidos, así fuera por unos pocos minutos, en lanudas presas. Porque hemos de decir que “Pata de cabra” no era demasiado acertado en sus cuestionamientos, pero sí muy discutidor. Nunca reconocía haber sido derrotado y argüía y redargüía incluso cuando la gente tiraba la toalla, le pedía permiso para ir al baño o estallaba en llanto. “Este tipo es un rey”, pensé. Sin embargo, pasó el tiempo y dejé de topármelo por ahí y cuando lo rastreé, en alguna tarde de ocio, no encontré ya sus cuentas en las redes. Por el motivo que fuera, harto quizá de no ser atendido como esperaba, el buen hombre (y le digo así puesto que siempre escribió sobre sí mismo en masculino) desapareció y cerró todo, otra vez. Ahora mismo, los “Pata de cabra” que puede uno encontrar no tienen ya nada que ver con él (hay uno que vende birria, para que nos entendamos). La cruzada que inició mi corresponsal, sin embargo, sigue en pie y avanza. Son cada vez más quienes eligen desentenderse de las obras estéticas o los hechos políticos y sociales y concentrarse en atizarle de madrazos a quienes, a su vez, los comentan. Y esta transferencia en el foco del “hecho crítico” (uso aquí las palabras de don “Pata”) es cada día más notable. En vez de discutir sobre el libro que nos revienta o la película que nos hizo chillar, nos descubrimos enzarzados en la discusión sobre las capacidades mentales o éticas de quien publicó o compartió alguna reseña o anotación. Incluso (y esto también lo profetizó él) llegamos al punto de tundir, preventivamente, los libros o películas que sabemos que entusiasmarán a alguien que nos desagrada. Y así nos evitamos, de entrada, la molestia de leer o mirar y apuntamos, directamente, a la yugular: te odio, decimos, y todo lo que te agrade es un error. Ejercemos, pues, la crítica fuera de todo referente que no sea la crítica misma y cumplimos, así, el ideal de aquel pionero. En el retiro, o quizá ya en pleno uso de su nombre verdadero y en continuo combate (eso no lo sé), “Pata de cabra” debe estar muy feliz. Su triunfo aún no es total pero su hora, todo lo indica, se acerca.
Imagen de portada: The dental punch of Mr. Rae. Wellcome Collection CC.