I
Lecturas desordenadas, ojos tristes, buró lleno de frascos. Sentada en su cama, la meiga se quita las medias y las pestañas postizas; desde el espejo mil muertos la observan. En el piso, un tapete de tarántulas bulle como un mar peludo de chocolate. Afuera la luna es una burbuja de carne atornillada en un telón de cobalto verde. Más lejos, pero no tanto: el mar verdadero.
II
La meiga duerme con la luz encendida. En la cabecera, un tecolote metálico deshoja frases que se meten como cuchillos a los mundos esponjosos del sueño: una vez adentro son láminas, figuras alargadas, siluetas de hombres antiguos y sin sombrero huyendo hacia los bares. La meiga busca su lengua con la lengua; el recuerdo de aquellos hombres es sal efervescente en sus arterias.
III
Muebles. Cortinas inmóviles. Afuera: silbatos sin boca, la burbuja de la luna explotando en carcajadas mudas. El gato de Yavé persiguiendo aterrado al sonriente perro de Baco. La meiga sueña ahora con jirafas: largas jirafas rosas dibujadas en aquel cuaderno que jamás descubrió su padre. En secreto, la historia y la histeria intercambian vocales espías.
IV
La muerte ronda el puerto, desinfla marineros gordos y ballenas hechas de pulpos: barcos de velas negras clavan las uñas de sus anclas en las espaldas de insomnes mantarrayas.
V
Amanece: el caldo de habas ya hierve en la cocina. Junto a la ventana, una torre de hotcakes se bebe la miel inagotable que cae del cielo. Seis soldados de plomo se esconden detrás de los pomos de especias. Las hormigas se disuelven al llegar a la orilla del fregadero donde un trapo se mueve por sí mismo para borrar todo rastro, bajo la consigna: “lo que sucede en la noche se queda en la noche”. La meiga, vestida de novia, está sentada detrás de un biombo: bebe café y en sus rodillas hay un libro abierto como el Universo.
VI
Domingo. Lluvia larga. Meiga de manos huesudas hablándole a nadie. Una carroza jalada por arañas gigantes se estaciona en la mente.
VII
Suena el timbre: es un ramo de flores sin galán que lo sostenga. La meiga se estira, dobla su silla, se cubre la cara con la sombra de su velo: una lágrima escurre de su ojo izquierdo y se vuelve nada antes de tocar el piso. La meiga abre la puerta: detrás de la puerta hay una meiga que acaba de abrir la puerta. Nos congelamos. El ramo de flores cabalga por el horizonte.
Imagen de portada: Jimena Schlaepfer, Mandala trilobite, 2015