El poema de Robot

Robots / dossier / Febrero de 2023

Leopoldo Marechal

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1

El ingeniero de Robot; se dijo:

“Hagamos a Robot a nuestra imagen

y nuestra semejanza”.

Y compuso a Robot, cierta noche de hierro,

bajo el signo del hierro y en usinas más tristes

que un parto mineral.

Sobre sus pies de alambre la Electrónica,

ciñendo los laureles robados a una musa,

lo amamantó en sus pechos agrios de logaritmos.

Pienso en mi alma: “El hombre que construye a Robot

necesita primero ser un Robot él mismo,

vale decir podarse y desvestirse

de todo su misterio primordial”.

Robot es un imbécil atorado de fichas,

hijo de un padre zurdo y una madre sin rosas.


2

No es bajo el soplo de la indignación

que refiero esta historia sucia como el uranio.

Yo no maté a Robot con la sal de la ira,

sino con los puñales de la ecuanimidad.

No me gusta el furor que se calza de viento

solo para barrer golondrinas y hojas:

el furor es amable si responde a un teorema

serio como Pitágoras.

Yo viví en una charca de batracios

prudentes y sonoros en su limo.

Cierta vez pasó un águila sobre nuestras cabezas,

y todos opinaron: “Ese vuelo no existe”.

Yo me quedé admirando la excelsitud del águila,

y construí motores de volar.

Los batracios dijeron: “Es orgullo”.

Les respondí: “Batracios, la mía es altivez”.

El orgullo es un flato del Yo separativo,

mas la altivez declara su propia elevación.


3

Y aquí estoy, agradable de aforismos,

tal un árbol que empuja sus yemas reventonas.

La casa de Robot está en el polo

contrario del enigma,

y el que a Robot destruye vuelve a mirar el rostro

perdido de la ciencia.

Yo fui un ser como todos los que nacen de vientre:

rosa más rosa menos, era igual mi niñez

a todas las que gritan o han gritado

junto a ríos cordiales.

Un día mis tutores, fieles a la Didáctica,

me confiaron al arte de Robot.

Mis tutores murieron: eran santos idiotas.

Yo he regado sus tumbas con yoduro de sodio.


4

Pensando en el astuto cerebro de la Industria,

Robot era un brillante pedagogo sin hiel,

un conjunto de piezas anatómicas

imitadas en cobre y en tungsteno.

Su cabeza especiosa de válvulas y filtros

y su pecho habitado por un gran corazón

(obra de cien piedades fotoeléctricas)

hacían que Robot usase un alma

de mil quinientos voltios.

En rigor, era nulo su intelecto

y ajena su terrible voluntad.

Pero Robot, mirado en sus cabales,

era un hijo brutal de la memoria,

y un archivista loco, respondiendo a botones

o teclas numerados por la triste cordura.

Imagen de portada: Henrique Alvim Corrêa, Máquina de combate marciana en el valle del Támesis, en La guerra de los mundos, 1906