Nevó. Esta mañana al levantarme veo las copas blancas de los árboles: en mi sierra ayer noche nevó, y es primavera. Esta mañana al levantarme las copas blancas de los árboles me regalaron ese placer idiota que la nieve te trae: volverte nene, disfrutar de algo que te da igual. Nadie, (digo nadie porque quiero decir nadie) podía prever que nevaría pero anoche nevó. Ahora ya nadie puede prever. Es primavera.
Prever es lo que hacemos. Prever
nos hace humanos. Prever
es lo que nos deshace.
Ahora no sabemos. De verdad
no sabemos. Siempre
decimos que sabemos que no sabemos pero creeemos
que sabemos. Ahora
no sabemos. Es
vertiginoso no saber. El vértigo
es mirar y prever y cerrar fuerte los ojos
ante eso que prevés: cerrar
los ojos.
Pero ahora ni siquiera:
no sabemos.
Está la nieve y está,
faltaba más, el miedo.
Los ojos
bien cerrados, bien
cerrados.
Ahora no sabemos. El futuro
se fue. Quedan el miedo, la nieve, la certeza
de que ya no sabemos. En la vida
aquella que teníamos teníamos
la osadía de prever. Sabemos
que pueden pasar cosas, que aquello
que prevemos puede no suceder. Que puede
haber fallos, suspensiones, infartos, un olvido pero
somos buenos para olvidarlo, buenos para creer
que haremos eso que prevemos: somos
buenos.
Para cerrar los ojos.
La nieve es como un bálsamo
que cambia los colores. Nada
más cambia los colores: cambiarlos
es la prerrogativa de la nieve.
Cambiarlos: demostrar
que no son siempre lo que son,
que ya eran otros.
Hay nieve:
es decir que nevó. Ahora
no prevemos. Estamos
encerrados, sabemos –casi con certeza–
donde estaremos, sabemos –casi con certeza–
qué haremos mañana y pasado mañana como nunca
supimos –casi con certeza y en el casi
se esconde todo el miedo–, sabemos
lo que haremos porque no podemos
hacer nada: cuando más claro está
lo que haremos día a día más oscuro
está qué haremos cuándo, más adelante, cuando
todo vuelva si es que vuelve. Porque ahora
vivimos en el presente pleno como nunca
sin futuro, sin prever, pendientes
de un animal desconocido –que somos
y la nieve.
El presente
por fin
nos atrapó.
Nos atrapó el presente, y atrapar
es un verbo que suena.
Prever en cambio es un deporte: puro
esfuerzo que solo sirve para gritar los goles que solo sirven
para gritar los goles. Prever
es un deporte suspendido. Hay nieve
o sea que
ahora sabemos
(dolorosamente lo sabemos, Sócrates es un huevón, con la filosofía poco se goza)
que no sabemos nada.
Y hoy mañana pasado
mañana deberán ser, deberían
ser
iguales, casi
iguales.
Que todo pasa cuando quiere como
quiere, que todo
pasa, que no sabemos
nada. Lo hemos dicho veces, tantas
veces y recién ahora sabemos
que no sabemos nada. Que todo puede
no ser lo que había sido, lo que era.
Prever
es un deporte de interiores.
Afuera, allá lejos, afuera
las copas blancas de los árboles. Nada,
casi nada.
Nieva
allá lejos, nieva
como todo:
afuera.
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Imagen de portada: Carolina Magis Weinberg, Nieve de primavera, 2020. ©