Como Jay Gatsby, el Hombre Imaginario alquila una casa imaginaria desde donde mira el balcón imaginario en la que su familia imaginaria vive una vida imaginaria con su nuevo padre imaginario.
Todo el tiempo piensa en la ucronía. Que no pase lo que pasó. Siguen juntos, criando a los niños, que crecen mirando dibujos animados japoneses. Ellos cocinan y se ríen, encontraron una forma secreta de vencer al largo y despiadado verano donde el parásito que incubaron está por nacer.
Lo primero que le preocupaba era cuándo iba a poder hacerlo. ¿Cuánto tiempo tardó X en volver a estar en pareja? Había dejado el auto con las luces encendidas toda la noche y ahora arrancaba. Puesta así, en la primera fila del canil de carreras se sorprendió por la velocidad del marido que llegó antes que ella. ¿Cómo puede ya estar con alguien? ¿Y más joven? ¿Después de lo que me hizo? Él no merece ser feliz. La amiga que le contó el chisme de acero le propuso que se pusiera el vestido de raso de la temporada pasada y esperara… alguien iba a pasar. Y pasó. Un joven pinchadiscos de buen corazón con ganas de formar una familia, justo lo que ella había dejado atrás con una polémica decisión. Aunque los deseos acoplen O se repelan como polos opuestos de un imán, con disciplina, voluntad y coraje, uno puede hacer encajar piezas que no encajarían nunca. Así lo hizo.
El 17 de agosto, siete años atrás, fue padre por primera vez. De ese día recuerda ir con su mujer en el auto de madrugada. Atravesaban una ciudad anestesiada. La sensación que tenía era —supuso— igual a la que deben sentir los astronautas antes de ser lanzados al espacio. La madre ya tiene al bebé adentro, lo siente crecer, moverse. Para cierto tipo de padre —como era él— el bebé es una abstracción, un cálculo matemático hecho de carne y agua. “Papá, papá”, lo llamaba una enfermera, pero no se daba cuenta de que le hablaba a él. Nadie nunca lo había llamado así. Lo cambiaron, le pusieron una ropa blanca tapando con gasa sus zapatos. Parecía uno de esos empleados de una fábrica de satélites donde la suciedad no puede filtrarse. Rápidamente, supo que la paternidad no se baja como una aplicación.
Mientras el sol drenaba sus últimos tenues rayos llegaron a la estación de servicio. Una casa de comida en medio de la ruta del desierto. Atestada de gente que iba y venía. Comieron nerviosos, cambiaron a los niños y discutieron sobre lo que iban a hacer. Los nómades viajan por necesidad, los turistas por aburrimiento. Después de mucho darle vueltas, tomaron la decisión de hacer un tramo más hasta la otra ciudad. Eso significaba meterse en la ruta desierta, con dos niños cansados. No lo sabían, pero estaban mirando la nuca del abismo. Cuando salieron, ya era la noche más oscura y el marcador del matrimonio estaba en rojo.
Selección de Últimos poemas en Prozac, Emecé, Buenos Aires, 2019. Se reproduce con la autorización del autor.
Imagen de portada: Zygmunt Waliszewski, Man with Children (detalle), 1914-1918