¿Puede florecer un montículo de arena?
Las crisis suelen ser motor para la creatividad, y no hay duda de que hoy vivimos una de gran escala. La actual pandemia, con la alteración de nuestra cotidianidad y nuestras expectativas, podría pensarse como puente entre un mundo que se va y algo que aún no termina de llegar. Así ha sucedido también en otras épocas, con tránsitos que han provocado la reinvención de las narrativas, el cambio de referentes con los que nombramos el entorno o con los que nos identificamos. Trato de imaginar, por ejemplo, a los tlacuilos y frailes franciscanos del siglo XVI en el Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco haciendo esfuerzos por registrar, quizá con sentido de urgencia, un mundo que estaba siendo destruido, expuesto —por cierto— a grandes epidemias que diezmaron a la población. Parte de su legado quedó recogido en obras como el Códice Florentino o el Códice de la Cruz-Badiano. A través de ellas, tlacuilos y franciscanos participaron en la creación de un nuevo orden simbólico, mediante complejas traducciones y la integración de cosmovisiones radicalmente distantes. Ése es uno de los referentes para que, en medio de esta pandemia, el Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT) ponga en marcha Xaltilolli: un centro de interpretación para hacer preguntas a partir de la historia local y de distintas comunidades depositarias de saberes y tradiciones. Xaltilolli se concentra, por un lado, en Tlatelolco como ejemplo paradigmático de resistencias a lo largo del tiempo y, por el otro, en las artes propiciadoras de memorias, particularmente en las que se construyen desde pueblos originarios.1 Con esta iniciativa, el ccut profundiza su acción como espacio de memoria, que abarca tanto movimientos sociales como participación e identidades comunitarias. Además, intenta consolidar una visión de la cultura como factor de transformación social y política. La palabra náhuatl Xaltilolli, castellanizada como Tlatelolco, se refiere al islote o montículo de arena sobre el que fue fundada esa ciudad. Al recuperar la palabra original, se intenta hacer un guiño hacia el re-conocimiento de la pluralidad cultural y del patrimonio histórico. Al ser un centro de interpretación, pone el acento en la visibilidad de valores intangibles, mientras explora la idea de una conservación colaborativa (vital, no embalsamada; con rigor, pero sin miedo a la experimentación o a parecer provocativa). Para ello es crucial su vinculación con distintos colectivos, la multiplicación de conversaciones, la escucha activa en busca de una certidumbre esquiva: que todas las personas y comunidades tengan oportunidad de decir, de decirse. Se habla de memorias, resistencias, artes y comunidades, términos que no dejan de ser problemáticos y que requieren constante reflexión. De ahí la insistencia en el uso del plural y el intento de no perder conciencia de las relaciones de poder existentes (en particular de aquéllas vinculadas con la producción de conocimiento), del clasismo o las dinámicas de racialización hacia personas y grupos. La parte más visible de la iniciativa es un espacio de exhibición permanente, pero no inmutable, que renovará periódicamente sus contenidos. Desde los ejes temáticos Tlatelolco-resistencias y artes-memorias, se busca divulgar procesos complejos que atañen a nuestra colectividad, más allá de la “historia oficial” o de un discurso nacionalista que difícilmente hace justicia a las diversidades. En lugar de hacer grandes afirmaciones desde la autoridad institucional, el objetivo es brindar claves, dar pistas para que las personas que visitan el centro ejerzan su capacidad crítica, formulen nuevos cuestionamientos y aventuren posibles respuestas. Junto con el espacio expositivo, se llevan a cabo los programas público y editorial, con el fin de incorporar múltiples lenguajes y disciplinas creativas, puntos de vista y debates. Apoyándose en objetos prehispánicos, coloniales, modernos y contemporáneos, la exposición ilustra alianzas y conflictos, momentos de crisis, dinámicas entre tradición e innovación, construcciones de identidad o de memoria colectiva. Aunque Tlatelolco sea su punto de partida, tiene un alcance geográfico que abarca lo que hoy llamamos México. Es decir, que puede poner en evidencia el uso y abuso de referentes prehispánicos, su resignificación con fines políticos, comerciales o reivindicativos, o hacer patentes los vínculos entre la actividad creativa y las luchas por la defensa del territorio y los derechos que siguen teniendo lugar en este país. Como es de suponerse, la faceta pública del proyecto se apoya en la investigación. Por ello, Xaltilolli también es un centro de documentación físico y digital. Y ahora la UNAM concentra en el CCU Tlatelolco todas las colecciones de arte mesoamericano que están bajo su custodia. Se trata de miles de piezas prehispánicas, reunidas originalmente por coleccionistas como Kurt y Lore Stavenhagen, William Spratling, el pintor Ricardo Martínez, Antonio Roch, el cineasta Raúl Kamffer o el ingeniero Carlos Ignacio Molina, entre otros. Son el punto de partida para colaboraciones académicas a largo plazo, así como para la incorporación de obras de otras épocas. Agrupar esas colecciones tiene como fin facilitar su estudio y divulgación, permitiendo además constantes rotaciones de obra en la sala de exposiciones. Durante siglos, Tlatelolco-Xaltilolli ha tenido enorme protagonismo en el devenir histórico. Y no sólo por los hechos más conocidos, como la importancia de su mercado prehispánico, el ya mencionado Colegio de Tlatelolco, o la masacre de estudiantes en 1968. Incluye también el antagonismo con la ciudad de Tenochtitlan, el establecimiento de repúblicas de indios, los acontecimientos ocurridos en su prisión militar entre los siglos XIX y XX, su papel en la industrialización de la Ciudad de México, y el ser paradigma del urbanismo modernista. La lista sigue: Tlatelolco marcaba la salida desde la ciudad hacia el Camino Real de Tierra Adentro, pieza fundamental para la vertebración de la Nueva España (del orden colonial que duró tres siglos, pero que tuvo continuidad tras la fundación de la nación actual). Es una zona de abrumadora densidad simbólica, y por lo tanto es depositaria de fuertes afectividades e intereses colectivos. Debe, entonces, mantenerse abierta, plural, acogedora. Confío en que el proyecto del CCUT siempre lleve a la práctica esas premisas. Como puede apreciarse en su historia y en las memorias que detona, quizá lo que más distinga al espíritu tlatelolca sea la resiliencia ante grandes adversidades. Quiero pensar entonces que hay algo de buen augurio en el hecho de desarrollar un proyecto de las características y envergadura de Xaltilolli durante una pandemia mundial. Al menos así sucedió con la renovación hace tres años de M68 (Memorial de 1968 y Movimientos Sociales) después de algunos daños causados por el temblor de 2017 y con toda la presión política que desencadenó el aniversario número 50 de la masacre de 1968. En todo caso, creo que el mundo entero se encuentra en un momento de reinvención. ¿Seremos capaces de hacerlo mejor?2
Imagen de portada: Maqueta Rueda de Baile, Cultura Tumbas de Tiro, 200 a 700 d.n.e. Colección Fundación Ricardo Martínez. Cortesía de CCU Tlatelolco ©