Hace algunos días hice un taller en la Escuela Pablo Neruda, de la población Lo Prado. Uno de los niños me preguntó: “¿usted escribió desde dentro cuando era niña o le pusieron un pie forzado?” Casi caí muerta. Le contesté que siempre he escrito desde dentro. Stella Díaz Varín
En una entrevista realizada en 1998, le preguntan a la poeta chilena Stella Díaz Varín (1926-2006) si su obra había evolucionado. A lo que responde: “Evolución temática, no. El amor siempre ha estado presente como la razón de ser de mi obra, pero no es un tema. No existen los cambios temáticos, porque el amor está en todas las actitudes del hombre. El amor y el dolor son problemas de vida y no aceptan alteraciones. Y si no, es el odio. Pero tienen mucho en común”. El amor, la violencia, el dolor o el odio son detonantes afectivos que buscan encarnarse en una lengua, de ahí que lo que interesa en una obra poética sea la temperatura de esa lengua y no solo los contenidos de los poemas.
La reciente antología preparada por la crítica y poeta mexicana Claudia Posadas para la colección Vindictas Poetas Latinoamericanas de Material de Lectura (UNAM) pone al descubierto la fuerza verbal de los poemas de Díaz Varín, casi desconocida en nuestro país. Aunque su obra poética es breve (cuatro libros y un tríptico), está filtrada por una lucidez contundente. Como toda antología, describe la trayectoria de la voz de la poeta, que va desde el surrealismo lírico de sus primeros poemarios hasta el desencanto irónico de sus últimos poemas. La inmersión en el lenguaje de Razón de ser (1949) se transforma en distancia crítica, no solo ante el lenguaje sino ante la realidad, en Los dones previsibles (1992). Quizá el cambio de aliento comienza a notarse en su poemario Tiempo, medida imaginaria (1959) y se agudiza en el tríptico La Arenera (1987), poema civil en el que denuncia de manera frontal la injusticia social, hasta llegar al último poema del libro, Los dones previsibles (que da título al poemario), en el que parece hacer un recuento de su vida (a la luz de su pasado), a la manera de Ajmátova. Díaz Varín escribe: “Me han quitado la sombra/ El canto de los pájaros/ La bienamada sombra de las alas/ Tutela dulce/ A mi dolida resistencia./ Otras voces requiebran sus agujas/ en la reminiscencia de la piedra”. No cabe duda de que la difícil coyuntura histórica (los años criminales de la dictadura) y personal (la realización de su trabajo poético en medio de la marginación y el posterior silencio ante su obra, aunados a una vida llena de fuerza, pero también de dolor y de carencias) acentúan ese cambio de aliento que busca una dicción incisiva y concreta.
Más allá de los distintos matices entre cada uno de los libros de la poeta chilena, hay una coherencia que sostiene su obra poética. Quizás la columna vertebral de la escritura de Díaz Varín es su impulso dialógico, de ahí la presencia constante de formas apelativas, el tejido entre un tú (que va variando) y un yo (que modifica sus pronombres, pero se mantiene estable). El tú puede tomar una forma precisa: Anadir, Flor María Beltrán; ser el hijo, el hermano, el amigo, la amiga, la niña; puede mostrarse singular o plural: los otros, la otra o su propia conciencia; o bien, surgir tan abstracto como cuando dialoga con el Tiempo. Díaz Varín dice, declara, conversa, toma la palabra, alza la voz, con dulzura inquietante, como lo hace en su poema “Ven de la luz, hijo”: “Que te ciegue la luz, hijo./ Que te atormente./ Ven de la luz, inúndate;/ ten la luz y desmiente la tiniebla./ Ven, hijo, arrodíllate./ Cree en los amaneceres./ En la luz son más bellos los ojos de Dios”. La voz poética adquiere conciencia política crítica que señala el malestar y la rabia: “Tú llevas una bandera me han dicho./ Sí./ Tú llevas una bandera/ Yo sé/ Que la bandera es de un rojo profundo/ Toda bandera es un río de sangre”.
La dimensión ética y política de su poética se entreteje con sus atmósferas simbólicas, con alusiones bíblicas, vinculadas a algunas formas románticas, y con sus bellas y potentes imágenes surrealistas. Cercana en estilo a los integrantes del grupo Mandrágora, comparte con ellos la concepción de una mística de la revuelta y una insurrección estético-moral. La vida de la propia poeta responde ante esto con una honestidad irreprochable, tanto en sus búsquedas poéticas como en sus acciones vitales, que alimentaron la leyenda de mujer bella, dura y combativa. Pero lo que interesa aquí es su trabajo poético, que se ha visto eclipsado, entre otras cosas, por las muchas anécdotas que rodean a su persona y por la falta de un corpus crítico vasto que muestre la interesante urdimbre de su trabajo verbal.
Llama la atención la fluidez de su lenguaje y su capacidad de mutación. Sus imágenes son una muestra clara de la formulación de Breton: “Cuanto más lejanas estén las dos realidades que se ponen en contacto, más fuerte será la imagen, tendrá más potencia emotiva y realidad poética”. Ejemplos de ello, espigados al azar en esta antología, son: “el rubí diluido de los mares inciertos”, “y era corcel de abejas cautivadas y tristes”, “cubriéndole el estiércol a los ojos del mundo”, “me viene al tacto su sabor leproso”, “palpo vertebrada lluvia”, “bajo el alero ladran flores oscuras”; imágenes que muestran mecanismos asociativos complejos con los que Díaz Varín entreteje su pensamiento. Sus imágenes tienden siempre hacia el sentido, alejándose del capricho poético y construyen un imaginario en el que las palabras se reiteran con matices distintos: luz, noche, peces, huesos, ojos, piel, cabellera, piedra, mar, azul, verde, sangre, boca, tiempo, palabra, canto, sonido, hombre, entre otras, aparecen una y otra vez a lo largo de su obra como signos en rotación, oscureciendo o iluminando sentidos diversos, y fluctuando entre la transparencia y el hermetismo.
Quiero detenerme en la palabra “hombre”, tomando sobre todo su imagen-idea del “hombre fósil”. La propia Díaz Varín aclara en una entrevista que en su libro Sinfonía del hombre fósil (1953) utiliza ese término “en el sentido del hombre pétreo, del hombre arcaico, del hombre olvidado, del hombre único y miserable”. A este hombre le dedica el último poema del libro, que da nombre al poemario. Ahí leemos tres veces el siguiente verso: “el habitante de mi sangre no está conmigo ahora”, refiriéndose tal vez a hombres y mujeres que vivieron en otras épocas, a esos seres humanos arraigados a la tierra; quizá también hace alusión a la cultura mapuche o simplemente a un hombre y a una mujer, integrados. Esas mujeres, esos hombres tendrían que resurgir, como en esa bella imagen situada en el mismo poema: “tus huesos florecidos”. “La voz de la sangre es la voz de la poesía”, señala la poeta en otra de sus entrevistas, como queriendo apuntar a la raíz de sus palabras. La poeta se propone buscar la “palabra escondida”, volver hacia atrás, hacia los cimientos de la humanidad. Lo fósil de Díaz Varín recuerda la poética que traza Miguel Casado al leer a Paul Celán: el poeta debe “liberarse del sentido inscrito en la lengua, convertirla en materia propia o, como postula Celán en alguna ocasión, trazar surcos a oscuras entre los sedimentos de un saber fosilizado, aunque, a la vez, activo”. De ahí el interés de Díaz Varín de “crear al hombre verdadero”, al “individuo”, no el aprendiz de hombre, sino aquel o aquella que vuelve a ese saber fosilizado pero activo, que reconoce ese sedimento en su propia sangre y que sabe que los poemas, para que sean verdaderos, deben surgir desde adentro, después de bucear en lo que está más allá de la inscripción superficial de las palabras para recuperar su sentido oculto. Ahí está, posiblemente, la “palabra escondida” de la que habla la poeta en su poema “La palabra”: “Sin dar con la palabra./ Se termina la búsqueda y el tiempo./ Vencida y condenada/ Por no hallar la palabra que escondiste”. Aunque tal vez sí la encontró, pero no como palabra-signo, sino como aquello que está en la base de sus palabras: en su tono, en su sonido, en ese canto que sostiene toda su obra y la distingue: “Ay hermano,/ mi voz creó un sonido diferente…”.
UNAM, México, 2023
Imagen de portada: Stella Díaz Varín. Archivo familiar de la autora