En una entrevista con Michael Brooks, publicada por la revista Jacobin, Noam Chomsky argumentó de qué forma las decisiones en la administración de Donald Trump han tenido consecuencias nefastas para el resto del mundo. La aceleración del cambio climático, la pérdida de apoyo financiero a programas de interés social y la indiferencia con la que Estados Unidos ha atendido la crisis sanitaria mundial del COVID-19 son algunos de los puntos clave para entender las implicaciones de las políticas de Trump en el bienestar humano actual.
¿Podría explicar por qué las acciones de Donald Trump en el nivel institucional son realmente singulares e importantes en sí mismas?
Esto suena fuerte, pero es verdad: Trump es el peor criminal de la historia, es innegable. Nunca en la historia política ha existido otra figura dedicada con tanta pasión a destruir en un futuro próximo los proyectos que organizan la vida humana en la Tierra. No es una exageración. Ahora mismo la gente está concentrada en las protestas; la pandemia es de tal gravedad que tendrá un costo terrible salir de ella. Ese costo se amplifica enormemente gracias al gánster en la Casa Blanca, quien ha matado a decenas de miles de estadounidenses, y lo ha convertido en el peor lugar del mundo [en lo que toca al coronavirus]. Saldremos [de la pandemia, pero] no vamos a salir de otro crimen perpetrado por Trump: el calentamiento global. Lo peor está por venir… Y no vamos a salir de eso. Las capas de hielo se están derritiendo y no se van a recuperar; eso nos conduce a un incremento exponencial del calentamiento del planeta. Los glaciares del Ártico, por ejemplo, podrían inundar el mundo. Estudios recientes indican que, si continuamos por el rumbo actual, en unos 50 años buena parte de las zonas habitables del mundo dejarán de serlo. No se podrá vivir en partes del sur de Asia, en partes del Medio Oriente ni en partes de Estados Unidos. Estamos aproximándonos al punto en que estaba el planeta hace 125 mil años, cuando los niveles del mar eran unos ocho metros más altos que en el presente. Y es todavía peor. El Instituto Oceanográfico Scripps acaba de publicar un estudio según el cual nos estamos acercando peligrosamente a un punto [parecido] al de hace tres millones de años, cuando los niveles del mar eran entre 15 y 24 metros más altos de lo que son ahora. En todo el mundo los países intentan hacer algo al respecto. Pero hay un país que tiene al frente a un presidente que quiere intensificar esta crisis, correr hacia el abismo, maximizar el uso de combustibles fósiles, incluidos los más peligrosos, y desmantelar el aparato regulatorio que limita su impacto. No hay otro crimen como éste en la historia humana. Nada. Éste es un individuo singular. Y no es que ignore lo que está haciendo. Claro que lo sabe. Es más bien como si no le importara. Si puede poner más ganancias en sus bolsillos y en los de sus votantes ricos el día de mañana, ¿qué más da si el mundo desaparece en un par de generaciones? Respecto al gobierno estamos viendo algo muy interesante. La democracia parlamentaria ha existido durante unos 350 años. Comenzó en Inglaterra en 1689 con la llamada Revolución Gloriosa, cuando la soberanía se transfirió de la realeza al parlamento. Los inicios de la democracia parlamentaria en Estados Unidos [llegaron] un siglo después. La democracia parlamentaria no sólo se basa en leyes y constituciones. En realidad, la constitución británica tendrá quizás una docena de palabras. Se basa, en cambio, en la confianza y la buena fe, en el supuesto de que las personas actuarán como seres humanos. Pongamos el ejemplo de Richard Nixon. Era un tipo bastante corrupto, pero cuando tuvo que dejar el cargo, lo hizo tranquilamente. Nadie espera eso de Trump. Él no actúa como un ser humano. Está en otro lugar. [Ni siquiera] hace nombramientos que puedan ser confirmados por el Senado. ¿Para qué tomarse la molestia? Si no me gusta alguien, lo corro. Una republicana, Lisa Murkowski, se atrevió a plantear una pequeña pregunta sobre su nobleza, [y él] se lanzó contra ella con una tonelada de ladrillos: Te voy a destruir. No es fascismo. Es lo que ya he dicho antes: un dictador de pacotilla de algún país pequeño donde hay golpes de Estado cada dos años. Ésa es la mentalidad. Y ocurre que el Congreso, el Senado, está en manos de un alma gemela del presidente, Mitch McConnell (en muchos sentidos, el verdadero genio maligno de este gobierno, dedicado a destruir la democracia desde mucho antes que Trump). Cuando [Barack] Obama resultó electo, McConnell dijo abiertamente al público: “Mi objetivo principal es asegurarme de que Obama no logre nada”. Está bien. Eso es como decir: “quiero destruir la democracia parlamentaria” que se basa, como dije, en la buena fe y en confiar en el intercambio. El Senado, conocido como el órgano deliberativo más grande del mundo, ha quedado reducido a pasar leyes que enriquezcan a los más ricos, a darle poder al sector corporativo y a hacer nombramientos para retacar el poder judicial con jueces jóvenes, de ultraderecha, en su mayoría incompetentes, que pueden garantizar durante una generación que, sin importar lo que quiera el público, se las arreglarán para bloquearlo. Se trata de odio profundo y de miedo a la democracia. Esto no es inusual entre las élites; a ellos les disgusta la democracia por obvias razones. Pero aquí hay algo especial. Todo esto ocurre además de la pandemia, la crisis por el calentamiento global y la crisis de las armas nucleares, que es igualmente grave. Trump está desmantelando el régimen de control armamentístico entero, incrementando a gran escala el riesgo de destrucción, invitando a los enemigos, por poco, a desarrollar armas para destruirnos, armas que [no podremos] detener. Trump retoma los peores aspectos del capitalismo, en particular la versión neoliberal del capitalismo, y los amplifica. Vamos a centrarnos nada más en la pandemia. ¿Por qué existe ahora? En 2003, después de la epidemia de SARS, que fue un coronavirus, los científicos comprendieron bien el asunto, y ya entonces decían: “Es muy probable que haya otro coronavirus, mucho más serio que éste. Pues bien, éstos son los pasos que debemos dar para prepararnos”. Alguien debía darlos. Bueno, pues hay una industria farmacéutica extraordinariamente rica, pero los laboratorios gigantescos no pueden arriesgarse. No se gasta dinero en algo que tal vez sea importante hasta dentro de diez años: detener una futura catástrofe no es rentable. He ahí una crisis capitalista.
El gobierno tiene los recursos, cuenta con superlaboratorios. Pero entonces interviene algo llamado “Ronald Reagan”: al inicio del golpe neoliberal sobre la población, argumentando que el gobierno es el problema, no la solución… Lo cual quiere decir que debemos tomar decisiones lejos del gobierno. El gobierno está influido por la gente. Ahora debemos poner [las decisiones] en manos de instituciones privadas sin responsabilidad, en las que el pueblo no influye. A veces, en Estados Unidos, a eso se le llama libertarismo. Ése es el inicio del golpe neoliberal. George H. W. Bush estableció un consejo consultivo científico. Obama los llamó a funciones, acertadamente, el primer día de su administración y les pidió que prepararan un sistema de reacción y alerta ante una pandemia. Un par de semanas después, le presentaron uno que se implementó. En enero de 2017, el demoledor asume la presidencia. En los primeros días de administración, [Trump] desmantela todo el sistema de respuesta ante una pandemia; comienza a quitarle fondos a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y a todas y cada una de las instancias gubernamentales relacionadas con la salud, año tras año. Eliminó programas de científicos estadounidenses en China, que colaboraban con científicos chinos para identificar amenazas potenciales por coronavirus. Todo lo echó por la borda. Así que cuando [el coronavirus] nos golpeó, Estados Unidos estaba particularmente desprevenido… gracias al demoledor. Y las cosas empeoraron. Se negó a reaccionar ante la pandemia. Otros países respondieron, algunos de ellos muy bien y muy rápidamente. En esos sitios ya casi ha desaparecido o está mayormente bajo control. Pero no en Estados Unidos. A él no le importó. Durante meses, la inteligencia estadounidense no logró que la Casa Blanca dijera: “Tenemos una crisis seria”. Finalmente, según los informes, se dio cuenta de que el mercado accionario estaba cayendo y entonces dijo: “Debemos hacer algo”. Lo único que ha hecho es crear caos. Pero gran parte del problema precede a Trump. ¿Por qué no están listos los hospitales? Bueno, porque funcionan bajo un modelo de negocios. Eso es neoliberalismo. Todo debe ser al momento. No quieren perder ni un centavo. Así que no tenemos ni una cama de hospital extra. Debemos garantizar que los directores ejecutivos de los hospitales privados obtengan millones de dólares al año en remuneraciones. No podemos tener una cama extra… ahorras en eso. Y todo es como ya se ha dicho tantas veces. Las residencias para ancianos, que son privadas, reducen su funcionamiento al mínimo, porque podemos ganar más dinero de esa manera, si es que somos una corporación de capital privado y somos los dueños. Ahora podemos contribuir a la campaña de Trump para que él orqueste una sesión de fotos con nosotros, diciéndonos lo maravillosos que somos por destruir las residencias para ancianos y matar a toda la gente mayor. Esto tiene raíces en asuntos que anteceden por mucho a Trump, pero él es un fenómeno singular —de nuevo, el peor criminal en la historia humana—. Dentro de sus estándares, sus crímenes menores son la destrucción de la democracia estadounidense y la amplificación de una pandemia que ha matado a más de cien mil personas.
El texto fue tomado de la transcripción editada por la revista Jacobin, el 23 de julio de 2020, aquí. Se reproduce con autorización.
Imagen de portada: Carteles de Trump intervenidos en Los Ángeles, 2019. Fotografía de Cory Doctorow CC