Crecí en el pleistoceno de la vida hiperconectada. En la era de las palms, de los módems con rezongos animales, de los disquetes y los discmans en peligro de extinción. De lugares repletos de televisores y consolas de videojuegos —la postal más nítida de la infancia predigital— pasé a los cibercafés de horas prepagadas a vaciar el buzón embasurado de Hotmail o ensayar trucos de iniciación sexual en las salas públicas de LatinChat. Entrar a internet era una forma de expansión de la vida. Ahora, dos décadas después y con una pandemia de por medio, hay que inventar formas de escape para retomar la vida: silenciar, desactivar notificaciones, anular suscripción, desvincular dispositivo, modo avión. La digitalización acelerada nos arrojó, especialmente a los nacidos en los ochenta, a los bordes de nuestra propia generación. Los de mi edad y yo —para hacerle un guiño a las castas coloniales del Caribe— seríamos una especie de millennials de orilla: ésos que casi son, o en el mejor de los casos son, pero “de segunda”. La posición no es cómoda. Escribir desde una vejez artificial sobre una generación a la cual no le llevo ni diez años parece una impostura. Tomar distancia crítica de algunas prácticas que me involucran a diario podría arrojarme al cinismo o a la pontificación tramposa. Para salvarme y procurar el funcionamiento del aparato argumental de este ensayo invocaré a @Soli, un avatar sin sexo y de edad indefinida diseñado para soportar el troleo semántico del texto. Su biografía pretende condensar rasgos de los millennials tardíos, los centennials y los pandennials, esa generación nacida, literalmente, en los márgenes de la viralidad. Como si todo esto se escribiera desde un laboratorio seguro. Como si yo, de pronto, me convirtiese en un dispositivo obsoleto que prefiere sonar y sonar desde el rezago.
1. “Te invito a cenar: te mando un Rappi y un link de Zoom”
Vivienda, comida, transporte y entretenimiento bajo demanda: la vida en una app de suscripción. En lugar del mercado, el delivery; en vez del amor, el match. El autocorrector predice las decisiones de lenguaje; la ciudad se recorre desde Google Maps; Siri y Alexa son las mejores amigas de la casa. AirBnB, Uber, TikTok, Zoom, más que aplicaciones móviles, son prótesis de la telexistencia. Y el imperativo es aprender a usarlas o morir por desconexión. En el pantano de dispositivos, actualizaciones y pantallas, todo debe ser una experiencia. Todo tiene que conectar. @Soli sabe que debe moverse rápido y sentir, sentir mucho, no mirar mejor. El aburrimiento está prohibido y la lentitud es delirio de los débiles. Las historias de Instagram, las miniseries de Netflix y Amazon Prime, el poder de lo instantáneo, lo confuso, lo híbrido en todo lo que @Soli consume, ha forzado la capacidad narrativa para hacer sentir más en menos tiempo. Su verdad está en la satisfacción apresurada del deseo: la enorme impaciencia del mundo hiperconectado. “Tienes 30 segundos para seducir a tu audiencia” se traduce en “tienes 30 segundos para entender el mensaje y compartirlo a otros”, lo que sea que @Soli haya entendido. El timeline parece una discusión pública, pero no lo es. Su scrolling es el paseo suficiente por la realidad de otros y de todos. Yo creo (en) la mía. Yo adelanto, retrocedo, pauso, reescribo, publico mi vida on demand. En una semana, @Soli ha tenido dos zoombirthdays y tres Instagram parties. El confinamiento ha validado su empeño de huida no sólo de la ciudad severa y contaminada donde vive, sino de las relaciones afectivas de las que, varios cuerpos atrás, formó parte. Ya sabe que no hace falta trasladarse emocionalmente a lugares irritantes: con un clic en Salir de reunión @Soli puede volver a su playlist y a su ostracismo con pizza de Little Caesar’s. Cuando piensa en la dimensión colectiva de sus actos, le entra un escalofrío telexistencial. Se conforma, pues, con visitar el ágora algorítmica de sus redes: ese espacio donde conviven opiniones, memes, obituarios, declaraciones de amor y textos (auto)promocionales en el desplazamiento infinito del pulgar. A eso se parece la vida de @Soli: un juego solitario con pocas posibilidades de ganarle a una realidad veloz e interpretada por fragmentos.
2. Tengo anzhiedá
Lejos de procurarle una vida mejor, la telexistencia ha disparado la ansiedad de @Soli frente a una realidad violenta y desigual. El ritmo de los procesos sociales, políticos y urbanos contrasta con la inmediatez de las apps. No es casual que Swole Doge vs. Cheems, el “meme del perro”, haya sido el más exitoso de la cuarentena: es el retrato en .jpg de una generación con demasiados gadgets pero sin suficientes herramientas para soportar la paralización del mundo.
El streaming, el Rappi Favor, el wifi gratuito, la mensajería instantánea, la ficción de tener todo al alcance de un clic son los detonantes del malestar inexplicable de @Soli. Tener todo disponible a cualquier hora proyecta la sensación —cuando no la convicción— de que el mundo es personalizable. Para @Soli salir de las pantallas es encontrarse con un país burocrático y tardado, que contrasta con la experiencia de usuario en la red. La tragedia empieza donde acaban las esquinas de la touchscreen. La frustración, la indefensión y el miedo ante un futuro que parece traicionar constantemente son una herida que parece más honda en perfiles como @Soli, quien no ha experimentado la concreción de su “plan de vida”. Lo que hay delante es la ficción de un destino prometedor en las métricas, mas no las claves de un porvenir humanamente seguro. Vendrán likes, retuits, vistas, me importa, pero pocas garantías de vivienda, alimentación, trabajo y estabilidad emocional. El puente roto va de una existencia conectada a una vida medicada. Si el unfollow/blocked controla la incomodidad en el mundo socialmediático, el alprazolam es la salida de emergencia de los cableados del mundo real. No por azar Remedios Zafra llama a las pastillas “una suerte de biotecnología”.
3. Ok, boomer
Las dos preguntas del social media: qué estás pensando / qué está pasando estimulan la necesidad opinativa y la necedad narrativa. Empoderan el ensueño —y también la ansiedad— de tener algo que decir. Aunque dentro de @Soli haya desconcierto y estrés, su obsesión por contar la realidad a otros tiene algo de heroísmo y frivolidad. En la realidad amañada importa no quién tenga más argumentos sino más rapidez para levantar me gusta. Eso, grabado en el manual de biobranding de @Soli, crea un marco moral de buscador donde algunos —los más vistos— tienen la razón por encima de otros. El ok, Boomer, conjuro que emplea @Soli para invalidar a sus mayores, contiene la supremacía de su verdad y el alivio de encontrar culpables por el mundo que vive ahora. @Soli es progresista e implacable. Puede verlo todo desde cualquier dispositivo, su criterio es responsivo, ligero, banda ancha, pet/eco/gay/all friendly. A diferencia de la inquisición de sus ancestros, todo lo amable cabe en su pecera de cristal. No la aridez de lo humano: es la experiencia de amor a la humanidad lo que mueve a @Soli. La suscripción a una versión de afecto sublime, con permisos de soledad y distracción, donde el cuidado pueda explorarse con control de megas, sin eso tan difícil y erosionante de los cuerpos. El mundo —o al menos eso dicen los anuncios— está organizado para que @Soli y los suyos alcancen sus sueños. Si los boomers tienen que preocuparse por los planes de retiro, @Soli y los suyos están aquí para crear un mundo mejor. Perros chiquitos, problemas grandes.
4. Una salida sin versión pro
Aunque el pasado se comporte como un dato y el presente trate de labrarse en un programa-de-vida y pueda tener cierta precisión en la imaginación de su futuro, no existe el algoritmo existencial para @Soli. Si ya superó la ingenuidad, cabe ahora dejar el autoengaño: no es posible controlar el futuro con una simple actualización. No existe “la mejor versión de mí” en la tienda de versiones pro. Pandemia y telexistencia dejaron dos cosas en claro para @Soli: hay un mundo al que no se puede salir y una reproducción de ese mundo del que es difícil escapar. “La distopía ha de confrontarse y disolverse con la ironía”, escribió Franco Berardi a los héroes del planeta hiperconectado: ejercitar una ignorancia imaginativa, reelaborar el entorno y el caos interiorizado con nuevas formas de enunciación política, reactivar “el cuerpo de solidaridad social” al menos desde el lenguaje. Lograrlo no parece imposible para @Soli, dadas sus virtudes de adaptación a una cultura opresiva y sobrecargada. Al fin y al cabo, como quien le ha asignado su misión en este texto, sólo quiere encontrar sentido ahí donde reinan el aislamiento, la desconexión y el miedo.
Imagen de portada: Lisa Patscheider, RGB-Spaceflight, 2020. Fotografía de Ars Electronica / Robert Bauernhansl CC