Mary Read nació en Inglaterra. Su madre se casó joven con un hombre del mar que, al poco tiempo de la unión, emprendió un viaje y la dejó embarazada de una criatura que resultó varón. Nunca se supo si naufragó o murió en el viaje; sea como sea, no volvió. Aún así, la madre, joven y vital, tuvo un contratiempo —algo que sucede con frecuencia en la juventud, cuando las personas no se cuidan demasiado—: pronto se halló embarazada de nuevo, sin marido que hiciera las veces de padre; de quién era, nadie lo sabía salvo ella, porque tenía bastante buena reputación entre sus vecinos. Al ver que le crecía el vientre, y para esconder su vergüenza, se despidió formalmente de los parientes de su marido diciendo que se iba a vivir con algunos amigos al campo. Así lo hizo y se llevó a su hijo pequeño, que para entonces no cumplía aún el año de edad. Poco después de su partida, el hijo murió; sin embargo, la Providencia se complació, a cambio, en darle una niña, a la que dio a luz sana y salva, y ella resultó ser nuestra Mary Read.
Allí vivió la madre tres o cuatro años, hasta que el dinero se le acabó. Entonces consideró volver a Londres y, dado que la suegra gozaba de algunas comodidades, pensó en convencerla de que proveyera a su pequeña hija, si es que lograba hacerla pasar por el otro. Cambiar a una niña por un niño aparentaba ser una tarea muy difícil y más aún engañar a una anciana experimentada. Aunque parecía imposible, se aventuró a vestir a Mary como niño, la llevó a la ciudad y se la presentó a su suegra como el hijo de su hijo. La anciana quería criarlo ella misma, pero su madre fingió que separarse de él le rompería el corazón, así que el acuerdo al que llegaron entre las dos fue que el niño viviría con su madre, y que la supuesta abuela le entregaría una corona a la semana para ayudar en su manutención.
La madre logró lo que buscaba, y comenzó a criar a su hija como niño. Cuando Mary creció y tuvo más entendimiento, su madre pensó que sería adecuado confiarle el secreto de su nacimiento para que también ocultara su verdadero sexo. Sucedió que la supuesta abuela murió y los medios de subsistencia que venían de ese flanco cesaron. Ambas vieron sus circunstancias decaer y empobrecerse. La madre se vio en la necesidad de poner a su hija a trabajar, así que la mandó con una dama francesa en la función de paje, ya que había cumplido trece años. Ahí no vivió mucho tiempo, porque creció fuerte y segura de sí misma, y al poseer una mente inquieta, pronto se unió a la tripulación de un buque de guerra. Más tarde renunció y se dirigió a Flandes, fue portador de armas en un regimiento de a pie como cadete, y en todas estas actividades se comportó con muchísima valentía, aunque no podía conseguir un puesto comisionado, ya que las comisiones se vendían y se compraban, y ella no era de familia acaudalada. Entonces renunció al servicio y se enroló en un regimiento de caballería; se comportó con mucho decoro en varias batallas en las que se ganó la estima de todos sus oficiales. Pero se enamoró de su camarada, un flamenco muy bien parecido, y a partir de entonces empezó a descuidar un poco sus deberes (parece que no se puede atender a Marte y Venus al mismo tiempo). Sus armas y sus enseres que siempre estaban en el mejor orden, ahora estaban descuidados. Cuando a su camarada le ordenaban salir en una misión, ella se incluía sin recibir la orden y con frecuencia se ponía en peligro sin motivo, solo para poder estar cerca de él. El resto de la tropa sospechaba poco de la secreta razón que lo impulsaba a comportarse así; consideraban más bien que estaba loco; su camarada tampoco podía explicarse esta extraña transformación. Sin embargo, el amor es ingenioso y, como dormían en la misma tienda, ella encontró la manera de revelarle la verdad sobre su sexo sin que pareciera que lo hacía por designio.
Él estaba muy sorprendido por lo que descubrió, y no poco complacido, dando por sentado que tendría una mujer solo para él, lo cual es inusual en un campamento, de modo que no pensó en otra cosa que gratificar sus pasiones con muy poca ceremonia. Pero se encontró extrañamente equivocado, pues ella se mostró muy reservada y modesta, y resistió todas sus tentaciones, y al mismo tiempo fue tan complaciente e insinuante en su porte que lo hizo cambiar completamente de propósito. Entonces, lejos de pensar en hacerla su amante, ahora la cortejaba como esposa. Este era el mayor deseo de su corazón. En pocas palabras, intercambiaron promesas, y cuando la campaña terminó y el regimiento marchó a los cuarteles de invierno, compraron ropa de mujer para ella con el dinero que pudieron juntar entre los dos, y se casaron en público.
La historia de dos soldados de la tropa casados entre sí hizo mucho ruido, de modo que varios oficiales sintieron curiosidad por asistir a la ceremonia; acordaron entre ellos que cada uno haría un pequeño regalo a la novia, para los gastos del hogar, en consideración de que ella había sido compañera soldado. La aventura de su amor y de su matrimonio les había granjeado tanta simpatía que obtuvieron fácilmente su licenciamiento e inmediatamente abrieron un mesón con el nombre de Las Tres Herraduras cerca del castillo de Breda, donde hicieron buen negocio pues los visitaban muchos oficiales para comer ahí.
Pero esta felicidad no duró mucho, pues el esposo murió pronto y, dado que la paz de Rijswijk concluyó, no hubo llamado de oficiales a Breda, como era usual, de modo que la viuda se quedó sin clientela, se vio forzada a abandonar el cuidado de la casa y volvió a vestir su ropa de hombre. De vuelta en Holanda se enroló en un regimiento de a pie, acuartelado en una de las ciudades fronterizas. Ahí no permaneció mucho tiempo; no había ninguna posibilidad de recibir beneficios en tiempos de paz, por lo que resolvió buscar su fortuna de otra manera. Se retiró del regimiento y se embarcó en un buque con destino a las Indias Occidentales.
Sucedió que este barco fue tomado por piratas ingleses y Mary Read era la única persona inglesa a bordo. Los piratas la retuvieron y, habiendo saqueado el barco, lo dejaron marchar a su destino. Después de un tiempo, se publicó la proclamación del rey en todas las Indias Occidentales por medio de la que se perdonaba a los piratas que se entregaran voluntariamente antes de una fecha establecida. La tripulación donde se encontraba Mary Read se acogió a esta proclama y, habiéndose rendido, vivió tranquilamente en la costa. El dinero, sin embargo, empezó a escasear, y oyendo que el capitán Woods Rogers, gobernador de la isla de Providencia, estaba preparando a algunos corsarios para navegar contra los españoles, ella y algunos más se embarcaron hacia la isla para sumarse a este grupo, ya que habían decidido hacer fortuna de una manera u otra.
Apenas zarparon estos corsarios, las tripulaciones de algunos de ellos, que habían sido indultados, se alzaron contra sus comandantes y volvieron a sus antiguas prácticas. Entre ellos se encontraba Mary Read. Es cierto que con frecuencia Mary declaró que siempre aborreció la vida de pirata, y que solo se dedicó a ella obligada por las circunstancias, tanto esta vez como antes, y que tenía la intención de abandonarla en cuanto se le presentara una buena oportunidad. Sin embargo, durante el juicio en su contra, algunos hombres que navegaron con ella fueron forzados a declarar y dijeron bajo juramento que en momentos de acción no había nadie más decidida o dispuesta a los abordajes o al peligro como ella y la pirata Anne Bonny.
En particular, en la ocasión en que fueron atacadas y apresadas, cuando los barcos fueron abordados y la batalla se hizo cuerpo a cuerpo, nadie permaneció en cubierta excepto Mary Read, Anne Bonny y una persona más. Entonces Mary Read gritó a los que estaban bajo cubierta para que subieran y pelearan como hombres. Al ver que no se movían, disparó sus armas hacia la bodega, matando a uno de sus compañeros e hiriendo a otros.
Estos testimonios formaban parte de las pruebas en su contra, las cuales Mary negó. Fueran verdad o no, ella no carecía de valentía, ni era menos notable por su modestia, de acuerdo con sus nociones de la virtud: ninguna persona a bordo sospechó de su sexo hasta que Anne Bonny, que no era tan reservada en cuanto a su castidad, le tomó un particular afecto. Dicho de otro modo, Anne la tomó por un joven apuesto y, por algunas razones mejor conocidas por ella, reveló su secreto a Mary Read, que, sabiendo el predicamento en el que se hallaba, se vio obligada a llegar a un buen entendimiento con Anne. Así que, para gran decepción de su enamorada, le hizo saber que también era mujer; pero esta intimidad perturbó tanto al capitán Rackam, amante de Anne Bonny, que lo puso furiosamente celoso. Le dijo a Anne que le cortaría el cuello a su nuevo amante, por lo que, para calmarlo, ella también lo hizo partícipe del secreto.
El capitán Rackam, como se le había ordenado, mantuvo el secreto frente a toda la tripulación del barco; sin embargo, a pesar de toda su astucia y reserva, el amor volvió a encontrar a Mary y le impidió olvidar su sexo. Los marinos de su embarcación atacaron un gran número de navíos pertenecientes a Jamaica y otras regiones de las Indias Occidentales, con destino a o desde Inglaterra. Cuando encontraban algún buen artista u otra persona que pudiera ser de utilidad para su tripulación, si no estaba dispuesto a unírseles, su costumbre era retenerlo por la fuerza. Entre ellos había un joven atractivo, o al menos así lo era a los ojos de Mary Read, quien quedó tan fascinada con su persona y sus modales que no podía descansar ni de noche ni de día; pero como no hay nada más ingenioso que el amor, no fue difícil para ella, que ya había practicado antes estos ardides, encontrar la manera de hacerle saber quién era. Primero se le acercó hasta volverse amigos: le hablaba de la vida de los piratas, algo que él rechazaba completamente. Comían juntos y eran compañeros cercanos. Cuando estuvo segura de su amistad, entonces forzó el descubrimiento al develar su pecho, que era muy pálido.
El joven, que era de carne y hueso, sintió tanta curiosidad y deseo que no cesó de importunarla, hasta que Mary le confesó quién era. Así comenzó la historia de amor: él sentía una estima por ella (mientras estaba en su pretendido personaje) que se convirtió en afecto y deseo. Su pasión no era menos violenta que la de él, y tal vez ella la expresó con uno de los actos más generosos que jamás inspiró el amor. Sucedió que este joven se había peleado con uno de los piratas, y cuando su barco estaba anclado cerca de las islas, decidieron desembarcar y pelear. Mary Read estaba profundamente inquieta y ansiosa por el destino de su amante. Por un lado, no quería que rechazara el desafío, porque no podía soportar la idea de que lo tacharan de cobarde, pero también temía que el rival fuera demasiado fuerte para su amado. Cuando el amor entra en el pecho de alguien con alguna chispa de generosidad, mueve al corazón a realizar los actos más nobles. Ante este dilema, Mary demostró que temía más por la vida del enamorado que por la suya propia y resolvió pelear ella misma, y habiéndole desafiado en tierra, señaló la hora dos antes de la que había acordado con su amante. Mary luchó contra el rival con espada y pistola y lo mató en el lugar.
Es verdad que ella había luchado antes, tras haber sido insultada por algún compañero, pero ahora lo hizo por su amante. Mary se plantó entre él y la muerte. Si él no la hubiera apreciado antes, esta acción lo habría ligado a ella para siempre. Sin embargo, no había ocasión para ataduras u obligaciones. Saber que él se sentía dispuesto hacia ella era suficiente. Se prometieron el uno a la otra, lo que Mary Read dijo que consideraba un matrimonio tan real como si lo hubiera oficiado un ministro en la iglesia; y a esto se debía su gran barriga, a la que se refirió en su juicio para salvar la vida.
Declaró que nunca había cometido adulterio ni fornicio con hombre alguno y elogió al juez del tribunal, ante el cual fue juzgada, por discernir la naturaleza de sus crímenes. Su esposo, como ella se refería a él, había sido absuelto junto con otras personas. Cuando se le cuestionó a Mary por su identidad, ella no quiso responder. Solo dijo que era un hombre honesto y que no tenía inclinación a las prácticas de los corsarios, y que ambos habían resuelto dejar a los piratas a la primera oportunidad, y aplicarse a alguna forma de vida honesta.
No cabe duda de que muchos sintieron compasión por ella, pero el tribunal no pudo evitar declararla culpable. Entre otras cosas porque una de las personas que declararon en su contra dijo que, tras ser capturado por Rackam y retenido algún tiempo a bordo del barco, entabló por accidente conversación con Mary Read, a quien, tomándola por un hombre joven, le preguntó qué placer había en involucrarse en tales empresas, en las que su vida estaba continuamente en peligro, por el fuego o la espada y a sabiendas de que tendría una muerte ignominiosa si era capturada viva. Ella respondió que en cuanto a la horca, no creía que fuera gran cosa, porque, si no fuera por eso, todos los cobardes se convertirían en piratas e infestarían de tal manera los mares que los hombres valientes tendrían que morir de hambre. Que si se pusiera a la elección de los piratas, no tendrían un castigo menor que la muerte, ya que el miedo a morir mantuvo a muchos viles truhanes en línea; también mencionó la acusada, en altamar entonces, que muchos de los que ahora están engañando a las viudas y a los huérfanos, y oprimiendo a sus vecinos pobres, que no tienen dinero para obtener justicia, robarían entonces en el mar, y el océano se llenaría de tunantes, como lo está la tierra firme, y que ningún comerciante se aventuraría a salir, de modo que, en poco tiempo, no valdría la pena emprender el comercio. Cuando se supo que Mary Read albergaba estas ideas, su destino parecía poco promisorio. Sin embargo, al descubrirse que estaba embarazada, se aplazó su ejecución, y es posible que hubiera encontrado el perdón, pero poco después de su juicio cayó presa de una fiebre violenta que la mató en prisión.
Imagen de portada: Eugène Delacroix, Piratas africanos secuestrando a una joven, 1852. Musée du Louvre